Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II - William Nordling J. Razón Abierta

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como en los rostros de los novios el día de su boda o de los amigos perdidos hace tiempo en un encuentro sorpresa (Aquino, 1273/1981, I, 5.4 ad 1; II-II, 145.2; Sevier, 2015, pp. 103 y 104).

      ¿QUÉ ES ÚNICO EN LA BELLEZA HUMANA?

      La verdadera belleza humana no consiste primordialmente en una cuestión de apariencia física, aunque la belleza física pueda percibirse comúnmente como una de las fuentes de atracción más familiares, y la deformidad física frecuentemente se identifique de manera simplista como repulsiva. Más bien, las cualidades más profundas de la belleza se encuentran y producen en las virtudes, que llevan a la realización a una persona, como, por ejemplo, el amor abnegado de una madre por su hijo, la fidelidad de los cónyuges tras cuarenta años de matrimonio, o la paciencia y sabiduría que restablece la amistad tras una disputa entre vecinos (Maritain, 1953). Según la tradición católica cristiana, la belleza que es más profunda que las apariencias (Prov 31:30; 1 Pe 3:4) se encuentra en la buena esposa (Ecl 26:16), y en la sabiduría simbolizada por la barba de un anciano (Prov 20:29), así como en la rectitud moral y espiritual (Aquino, 1273/1981, II-II, 145.2). Estas cualidades morales y espirituales de la belleza se encuentran preeminentemente en el Hijo de Dios, que manifiesta «la belleza del Señor» (Sal 27:4; Aquino, 1273/1981, I, 39.8).

      ¿DE QUÉ FORMA LA BELLEZA SOLICITA LA CONTEMPLACIÓN?

      La belleza exige la admiración que surge como una reacción espontánea a lo bello (Gilson, 1965/2000, p. 20). En cierto sentido, la admiración por lo bello es una respuesta a un tipo de vocación (Scarry, 1999, p. 126n7). En otras palabras, lo hermoso llama a ser reconocido, apreciado y amado por las criaturas racionales. La experiencia de la belleza creada nos lleva a contemplar nuestra propia existencia y fuente, ya sea de una sola persona y sus acciones, o de alguna otra parte de la realidad, o en última instancia la fuente suprema de todo lo que es bello. Por su naturaleza, la belleza invita a los seres humanos a practicar la tarea de estar abiertos y receptivos a Dios, a través de la experiencia de las realidades creadas, así como a centrar su atención en la profundidad y la fuente de la belleza (Sab 13:5; CIC, 2000, §32). En particular, es la luminosidad, la armonía y la integridad lo que nos atrae hacia la belleza trascendental y su fuente divina. La belleza exige más que una simple admiración, una contribución e inversión. Invita a un esfuerzo creativo y comunitario para conseguir la belleza en nuevas formas culturales, relaciones y de vida personal.

      A niveles contemplativos y creativos, la belleza puede ser terapéutica (Laracy, 2011). Su contemplación responde a una profunda llamada a la comunión con la fuente de la verdadera belleza. La creación de belleza, tanto en la vida como en las obras, responde a vocaciones concedidas por Dios, a través de las cuales las personas participamos activamente en el don que constituye la realización del conjunto de nuestra persona (cuerpo y alma), así como de nuestras relaciones. Según Pieper (1952/2009), la experiencia de la belleza física, moral y espiritual, crea una sed por llegar la fuente absoluta de la belleza. Cada revelación de la belleza en las personas y las relaciones, y en la realidad en general, nos lleva a buscar y a esperar contemplar la fuente última de toda integridad, proporción y luz. Esa contemplación facilita la realización de las personas.

      CONCLUSIÓN

      El Meta-Modelo Cristiano Católico contempla a cada persona como racional. Cada persona constituye un agente movido por inclinaciones racionales, conocimiento, creencias, autocontrol, virtud, vocación y belleza, bajo formas que son verdaderamente humanas y singularmente personales. El enfoque del Meta-Modelo no implica ni un racionalismo (en la tradición de Descartes) ni un idealismo pragmático (en la tradición de Kant). Más bien, el Meta-Modelo considera a las personas como agentes racionales, capaces de experimentar y conocer la realidad, así como de participar en las relaciones interpersonales. A lo largo de la presente obra, y en este capítulo, a través del enfoque como seres intelectuales y racionales, se nos recuerda la totalidad y la relacionalidad de las personas. En el estudio anterior mostrábamos cómo la reflexión sobre la belleza nos produce tal consideración de plenitud interpersonal. La experiencia de la belleza se produce en el contexto de la revelación de la realidad y de la revelación de las personas. Estos enfoques aportan claridad al conocimiento humano sobre el cosmos, así como a su autoconsciencia y autocomprensión Bajo este enfoque, la experiencia humana de la realidad se ilumina mediante principios inteligibles y, a su vez, estos principios inteligibles se aclaran mediante la experiencia. Adicionalmente, la claridad aumenta cuando las ciencias psicológicas entran en escena, así como cuando la reflexión teológica nos ofrece apoyo —como hemos visto en el presente capítulo y seguiremos viendo a lo largo del presente volumen. El diálogo a tres bandas de la filosofía, la teología y la psicología que se expone en el presente capítulo, aunque utiliza principalmente una perspectiva filosófica, emplea un lenguaje receptivo, que busca integrar las percepciones de la experiencia personal, la religión y las ciencias. Continuaremos este estudio en el próximo capítulo, centrado en la persona como volitiva, como un agente del libre albedrío y el cambio.

      BIBLIOGRAFÍA

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