Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.
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Los profesionales de la salud mental se enfrentan a un reto especial cuando están expuestos a sufrimientos psicológicos personales (por ejemplo, depresión, narcisismo, o abuso de sustancias). Asimismo, se produce un desafío especial en la respuesta al sufrimiento, al desorden y a la debilidad moral y espiritual del cliente, a través de los vicios relacionados (por ejemplo, el odio a sí mismo y a los demás) (Langberg, 2006). La vinculación empática con tales clientes puede ser a veces intelectual y emocionalmente agotadora, así como moral y espiritualmente tóxica. Se trata de una situación difícil, en la que algunos terapeutas pueden identificarse y adoptar algunos de los atributos negativos de sus clientes. Los terapeutas deben esforzarse por resistir el efecto que estos atributos negativos puedan tener sobre ellos, y desarrollar virtudes en sus propias vidas que les permitan desarrollar correctamente su trabajo clínico profesional (Meara, Schmidt y Day, 1996).
¿CÓMO SE DESARROLLAN LAS VIRTUDES Y VICIOS RELACIONADOS CON EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO?
Como resultado de usar nuestra inteligencia para perseguir repetidamente la realización (o, por el contrario, para perseguir repetidamente patrones de pensamiento y comportamiento que llevan al languidecimiento), nos disponemos a actuar bien (o a actuar de forma desordenada). Del lado aplicado, o moral, la razón práctica correcta fundamenta el proceso de intentar buenos fines (tanto cotidianos como últimos), así como de buscar los medios adecuados para alcanzar los objetivos planteados (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.2). Por ejemplo, un esposo permanece fiel a su esposa rechazando los actos que comprometan su compromiso, pero también realizando actos positivos que reafirman su amor. Tal uso correcto de la razón práctica se desarrolla por la virtud moral cardinal de la sabiduría práctica o la prudencia, así como por sus virtudes asociadas, que ayudan a estar correctamente dispuestos a discernir y aconsejar, adjudicar y realizar acciones morales de acuerdo con nuestros compromisos éticos y objetivos espirituales (Tito, 2013). Por ejemplo, en el contexto del matrimonio, un hombre y una mujer juntos disciernen y eligen, como objetivo adecuado, valorar la fidelidad concretamente, evitando las tentaciones adúlteras y rechazando y corrigiendo los pensamientos inmorales, permaneciendo así fieles el uno al otro, en pensamiento, palabra y obra. El compromiso intelectual y práctico de los cónyuges con la fidelidad se convertirá en una disposición que, no obstante, requerirá un esfuerzo moral (y el apoyo espiritual y de la gracia) si desean ser verdaderamente fieles de por vida. Por la misma razón, la repetición de pensamientos, palabras y acciones infieles, forman los hábitos opuestos, que facilitan la repetición de estas acciones y la creación de una disposición que constituye un vicio.
¿QUÉ HABILIDADES Y FORTALEZAS REQUIERE EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO?
Para poder razonar de forma correcta cuando nos enfrentamos a desafíos prácticos, en medio de la contingencia, necesitamos persistentemente descifrar la información, planificar las metas, resolver los problemas, buscar soluciones, así como encontrar el significado. En este proceso repetido, crecemos aprendiendo de los errores y corrigiendo los juicios erróneos. No lo hacemos como individuos aislados, sino con el apoyo de otros. El razonamiento práctico requiere el uso de capacidades y habilidades. Por ejemplo, los miembros de una familia necesitarán utilizar su memoria (para recordar sus promesas de ser fieles), su inteligencia (para encontrar los buenos objetivos a los que apuntar), su sagacidad (para enfrentar los desafíos a la solidaridad familiar), su razón (para encontrar los buenos medios para alcanzar objetivos comunes), su precaución (para evitar los peligros que amenazan la vinculación), y su buen consejo (encontrando modelos que disponen de sabiduría práctica) (Aquino, 1273/1981, II-II, 50). Asimismo, necesitamos habilidades prácticas y fortalezas para oponernos a los vicios (imprudencia y negligencia), así como para evitar las falsas apariencias de la razón práctica (astucia, engaño y preocupación ficticia sobre el futuro). En términos psicológicos, las racionalizaciones, las negaciones y los mecanismos de defensa ofrecen un parecido con la verdad, aunque solo son un parecido. Aprendemos a ejercer virtuosamente nuestras capacidades racionales a través de nuestras familias y comunidades, que nos llevan de ser dependientes a ser independientes, reconociendo a la vez nuestra continua interdependencia (MacIntyre, 1999). Este aprendizaje queda favorecido por prácticas inteligibles (como, por ejemplo, la participación en el culto comunitario) que conforman nuestra experiencia familiar, social, cultural y religiosa. Existen disposiciones cognitivas, específicas y prácticas, asociadas a estas diferentes áreas de sabiduría práctica. Lo que diferencia estas diversas disposiciones de la sabiduría práctica es su fin, u objetivo al que se orienta cada disposición (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11). Por ejemplo, el uso eficaz y bueno del razonamiento práctico para el bien de una familia requiere un conjunto de disposiciones cognitivas diferentes de (aunque interrelacionadas con) las disposiciones necesarias para razonar, para conseguir el bien de un Estado en el caso de la política, o por el bien del cliente en el caso de la psicoterapia. En la medida en que se puede juzgar que los objetivos prácticos incorporan diferentes grados de valor y bondad, es fácil entender que las disposiciones cognitivas de una persona, orientadas hacia fines más elevados, son prioritarias sobre las demás disposiciones, y las regulan (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11 ad 3). Por ejemplo, se puede considerar que el bien de la familia es mayor que el bien de los asuntos personales
Aprender razonamiento práctico requiere competencias cognitivo-afectivas, apoyo social, así como normas morales, bajo prácticas contextualizadas. A excepción de los casos en que existen graves defectos cognitivos-afectivos, y siempre que se disponga de una calidad adecuada de vinculación y educación por parte de los padres, educadores y otros modelos de su comunidad, los niños generalmente pueden desarrollarse correctamente para conseguir la racionalidad madura, el buen juicio del que normalmente disponen los adultos (MacIntyre, 1999). No obstante, se necesita experiencia, práctica y disciplina. La prevalencia y complejidad del razonamiento, así como su relación con la voluntad y las emociones, lo ponen en el centro de la teoría de la virtud, sin considerar la virtud como algo racionalista o fácil. En la teoría de la virtud, el desarrollo positivo de este potencial racional depende también de las normas morales que guíen nuestro juicio y acción hacia los verdaderos bienes, alejándonos de lo que es malo. Estas normas sitúan sus raíces en la ley moral natural y en la ley divina.
¿EN QUÉ ASPECTOS ES DIFERENTE EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO CRISTIANO INFUNDIDO?
La conciencia de la persona forma la base del juicio moral. La conciencia es una brújula moral (Francisco, 2013, §35). La conciencia de la persona, no obstante, debe ser conformada y ejercitada. Esta formación se produce, en parte, a través del crecimiento en la virtud de la sabiduría práctica o la prudencia, que constituyen guías inmediatas de la conciencia (CIC, 2000, §1806). La sabiduría práctica es, por entenderlo de forma simple, la «razón correcta» con respecto a los actos humanos a realizar (Aquino, 1272/1999b, a. 1 ad 3 y a. 2). Cualquier persona puede comenzar a adquirir sabiduría práctica a través de las experiencias de su vida (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.14 ad 3). El ejercicio de esa prudencia adquirida involucra a la ley civil, y también a la ley moral natural (Aquino, 1273/1981, II-II, 48.1), estando esta última escrita en el corazón humano (Rom 2:14; Vaticano II, 1965b, §16).
A la vez, es necesario tener en cuenta que la capacidad humana para comprender la ley moral natural, así como para adquirir la virtud de la sabiduría práctica, ha quedado afectada negativamente por la caída humana (Aquino, 1273/1981, I-II, 85.3; CIC, 2000, §1811, §1960; Juan Pablo II, 1993, §36; capítulo 18, «Caída»). La gracia santificante de Cristo es necesaria para restaurar y justificar nuestra naturaleza humana caída, tras lo cual la persona puede beneficiarse de nuevo, disponiendo de la «razón correcta» (esto se puede observar, por ejemplo,