Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II - William Nordling J. Razón Abierta

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para la TREC, véase Ellis y Ellis, 2011). Esas creencias fundamentales pueden producir psicopatologías, como en el caso de las fobias (Beck, 1979, p. 168). Es posible que una persona no siempre sea consciente de la influencia en sus procesos de pensamiento y comportamiento, ya que las creencias pueden ser inconscientes en el sentido descrito anteriormente (Jones y Butman, 2011, p. 217). La terapia racional emotivo-conductual distingue las creencias racionales de las irracionales, ya que estas últimas se consideran cogniciones disfuncionales, sesgadas y erróneas (véase Ellis, 1980; Ellis, 2001, p. 81; Ellis y Ellis, 2011). Las intervenciones terapéuticas localizadas están dirigidas a alterar las creencias centrales distorsionadas que confirman el aislamiento social, el narcisismo, el pesimismo y la desconfianza. Por último, cabe señalar que algunos investigadores de la psicoterapia cognitiva emplean la noción de «sistemas de creencias automáticas» para describir lo que de otro modo podría denominarse instinto, intuiciones, juicios prediscursivos y disposiciones cognitivas (Martin y Santos, 2014).

      ¿QUÉ ES UNA CREENCIA?

      Existen dos tipos principales de creencias que analizaremos aquí: las creencias cotidianas y las religiosas. Desde una perspectiva filosófica, una creencia es una acción compleja, que implica dimensiones conscientes e inconscientes de la persona, así como relaciones interpersonales. Es un tipo de conocimiento, pero también es más. Los diferentes tipos de creencias humanas emplean diversas formas de asentimiento, elección y juicio relacionados con un objeto, que de alguna manera es inseguro para nosotros en la actualidad. Distinguimos las «creencias» del conocimiento científico (aunque algunos conocimientos científicos sean teóricos o hipotéticos y como tales puedan considerarse como una «creencia científica»), y distinguimos esta noción filosófica de creencia de la de las «creencias centrales» psicológicas, que acabamos de mencionar.

      Existen dos elementos comunes que distinguen esta comprensión de las creencias filosóficas. Según Pieper (1997), «creer siempre significa creer en alguien y creer en algo» (p. 29). Comúnmente, experimentamos dentro de nosotros mismos, y dentro de los demás, el deseo de hablar de forma verdadera sobre lo que sabemos. Creemos y confiamos en los testimonios personales. Esta capacidad de creer subyace a casi toda la interacción social. La creencia requiere la convicción en la veracidad y el conocimiento de alguien, lo cual es necesario para determinar la verdad que se tiene al alcance, así como para asentir a ella. Asimismo, cuando creemos en alguien y en algo, nos comprometemos con todo nuestro ser consciente, expresando un reclamo sobre el conocimiento aceptado por el libre albedrío e incluso por las emociones. Tales creencias implican un amor que «va hacia delante», un compromiso que nos mueve a través de una conexión empática con el otro (Pieper, 1997, p. 35). La duda, por el contrario, constituye una vacilación sobre la veracidad o el conocimiento presentado por el otro, y pone en duda la comunicación humana normal. Según Ratzinger (2004), la creencia y la duda están estrechamente relacionadas en la persona: el creyente siempre lleva consigo una brizna de duda, y los que no creen también llevan su brizna de duda (pp. 46 y 47). La duda no debe confundirse con una sana reflexión sobre la realidad o la contemplación de la verdad. Asimismo, las falsas creencias, es decir, las que están en contradicción con la realidad y con los propios compromisos, pueden ser destructivas para la realización, por ejemplo, la falsa creencia de que la mentira contribuye más a la realización que la honestidad.

      ¿QUÉ ES UNA CREENCIA HABITUAL?

      Podemos distinguir las creencias habituales, cotidianas, de las religiosas. Una creencia habitual no es empíricamente verificable como lo es el conocimiento de la tabla periódica de elementos, ni es identificable ni tan formalmente válida como lo es una ecuación matemática, como 2 + 2 = 4. Las creencias cotidianas, más bien, implican realizar una afirmación que no se puede validar sin confiar en algún testigo con autoridad (Ratzinger, 2006, pp. 79-82), por ejemplo, es como cuando alguien afirma «la cena me revuelve el estómago». La fuente de esa creencia suele ser la credibilidad del testigo o el ejemplo de otra persona. Por ejemplo, tengo confianza en Juan, lo creeré cuando diga «estoy sufriendo» o «lo siento». Esas creencias cotidianas, o habituales, también pueden surgir de la capacidad de cada persona para evaluar la experiencia personal, como cuando uno aprehende la intención de otra persona basándose en signos y comportamientos percibidos (por ejemplo, juzgar, basándose en el lenguaje corporal, que alguien está siendo deshonesto y, por lo tanto, no creer sus afirmaciones cuando explica que ha sido lesionado por otra persona). Las creencias cotidianas, o habituales, se refieren a toda una gama de conocimientos y dependen del tipo de autoridad que se atribuya a un determinado testigo, incluida la propia autoridad como intérprete de la experiencia personal. El desarrollo de las virtudes ayuda a las personas a evaluar reflexivamente tales creencias. Por ejemplo, la prudencia ayuda a las personas a evaluar los mejores medios que creen que les llevarán a conseguir sus objetivos (CIC, 2000, §1806), mientras que la caridad guía a las personas a dar interpretaciones favorables a las intenciones de los demás (CIC, 2000, §2478).

      ¿EN QUÉ CONSISTE UNA CREENCIA RELIGIOSA?

      Las creencias religiosas surgen de una manera similar al desarrollo de las creencias cotidianas, pero existen diferencias importantes. Una de estas diferencias es que las creencias religiosas no están orientadas a asuntos cotidianos, sino que abordan cuestiones últimas sobre la realidad y el propósito humano. En general, las creencias religiosas guían la atención de la mente de la persona hacia lo trascendente. En las religiones teístas, esto puede implicar entrar en una relación con Dios, que trasciende la historia humana.

      La psicología positiva (Peterson y Seligman, 2004) reconoce que las creencias y prácticas religiosas están enraizadas en la trascendencia humana y que «constituyen la base de los tipos de atribuciones que las personas hacen, de los significados que construyen y de las formas en que llevan a cabo sus relaciones» (p. 600). Esta influencia beneficiosa general de las creencias y prácticas religiosas comprometidas ha sido bien documentada en los últimos decenios (Koenig, King y Carson, 2012; Ross y Wagner, 2012; VanderWeele, 2017a, 2017b).

      Considerada desde una perspectiva cristiana, la creencia religiosa o la fe son dones de la gracia (que es una virtud teológica) a través de la cual los seres humanos asumen la existencia de Dios y entran en relación con él (CIC, 2000, §1814; Francisco, 2013; véase «Fe» en el capítulo 19, «Redimida»). La fe religiosa, sustentada por la caridad, lleva a reflexionar sobre Dios con amoroso asentimiento, confiando en su autoridad (Agustín, 429/1992, 2.5; Pieper, 1997, p. 50). En particular, la persona que busca una comprensión de las realidades afirmadas a través de la creencia religiosa continúa «pensando mientras afirma» la naturaleza y existencia de Dios, así como las verdades reveladas por Dios (Aquino, 1273/1981, II-II, 2.1; CIC, 2000, §158). Esto sucede cuando alguien acepta voluntariamente la veracidad de la revelación de Dios y cree en Jesucristo como el Hijo de Dios y en la cabeza del cuerpo místico, la Iglesia, o cree que la persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. El consentimiento de la persona a través de sus creencias religiosas y la experiencia es posible directamente a través de la gracia infusa de la fe, apoyada por los dones del Espíritu Santo que conecta a la persona con Cristo (CIC, 2000, §152).

      El contenido de la fe se comunica indirectamente a través de testigos humanos (Rom 10:17). Existen diferentes tipos de testigos: las Sagradas Escrituras, la tradición apostólica, el magisterio de la Iglesia, la vida de los creyentes y las palabras de los amigos. No obstante, incluso con el apoyo de tales testigos, existe una distancia que permanece entre el asentimiento del intelecto a través de la creencia, y el conocimiento directo de algo por parte del intelecto. En esta vida, el conocimiento de Dios es indirecto, procediendo a través de la naturaleza (Sab 13:5; Rom 1:20) y mediante del asentimiento bajo la gracia a la revelación (CIC, 2000, §153). Seguimos reflexionando sobre Dios, pero podemos tener dudas sobre el grado en que comprendemos a Dios, aunque no tengamos ninguna duda sobre la existencia de Dios o de su amor por nosotros (Ratzinger, 2004).

      La distancia entre la reflexión de la fe y nuestra

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