Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.
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En segundo lugar: queda asumido que existen varios niveles de estructura y actividad descendentes. Asimismo, existen influencias no conscientes, o preconscientes, que se manifiestan a través de las capacidades y actividades intelectuales humanas. También existen influencias preconscientes y suprarracionales, que son el resultado de la gracia y de los dones del Espíritu Santo. Estas influencias divinas son preconscientes, en el sentido de que son ontológicamente anteriores, o superiores, a la consciencia (Agustín, 401/2007, VII.17). La preconciencia del Espíritu afecta a las capacidades intelectuales y espirituales de conocer y amar (Aquino, 1273/1981, I, 79.3 y 84.1; Aquino, 1268/1994a, §397; Ashley, 2006, p. 434). Tales influencias implican, por ejemplo, ser iluminados recibiendo el don de la comprensión (CIC, 2000,§1831) o estar inspirado para afirmar verdades que trascienden la capacidad del intelecto natural de la persona (Aristóteles, 1941c; Pinckaers, 2005, p. 387; Vaticano II, 1965a, §§7-11). Tales influencias descendentes solo pueden ser comprobadas indirectamente (Vaticano II, 1965b, §36).
La forma en que nuestro conocimiento consciente implica estos otros tipos de conocimiento se evidencia cuando las influencias espirituales alcanzan a nuestra afectividad. Experimentamos una interacción entre la emoción sentida, el amor voluntario y el afecto espiritual y religioso, que puede desbordarse en la emoción. De esta forma, podemos experimentar alegría espiritual, paz intelectual y dolor emocional a la vez. Por ejemplo, imaginemos una hija que ama a su padre, y que tiene fe en Dios y en la vida después de la muerte. Puede, en el momento de su muerte, sentir un verdadero dolor emocional por la pérdida de su padre, así como una alegría y paz espiritual bajo la esperanza de que Dios le conceda el descanso eterno y la bienaventuranza (véase el capítulo 19, «Redimida», el capítulo 14, «Emocional», y el capítulo 16, «Volitiva y libre»).
¿CÓMO ENTIENDE LA PSICOLOGÍA EL CRECIMIENTO Y DESARROLLO DE LAS PERSONAS?
La búsqueda del conocimiento sobre el yo puede ser entendida psicológicamente (mediante teorías de desarrollo), filosóficamente (a través de la metafísica, la epistemología y una ética basada en la ley natural) y teológicamente (mediante una exploración religiosa de la ley divina y la revelación).
Desde una perspectiva psicológica, existen diferentes enfoques para comprender el desarrollo del yo que incluyen la cognición, la familia y las influencias socioculturales, así como las implicaciones en la emoción y el comportamiento. Piaget (1929) centra la atención sobre el desarrollo cognitivo humano. Kohlberg (1981, 1984; Kohlberg, Boyd y Levine 1990) amplía la labor de Piaget centrándose en el desarrollo moral cognitivo, entendido especialmente como el juicio de la justicia. La influencia de Vygotsky (1962, 1978) contribuye a ampliar el estudio del desarrollo, para incluir una perspectiva sociocultural. Gilligan (1982) explora cómo el cuidado de otras personas es importante en la agencia moral, y cómo sin él no comprenderíamos el desarrollo moral en las mujeres (el cuidar de otras personas también es pertinente en el caso de los hombres, como veremos más adelante). Bowlby (1982, 1988) y sus estudiantes (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978; Hazan y Shaver, 1987; Mikulincer y Phillip, 2007) reconocen la importancia de los estilos de apego en el aprendizaje, en la agencia, así como en las relaciones interpersonales a lo largo de toda la vida. Erikson (1979, 1994) y Hoffman (2001) contribuyen asimismo a una nueva noción de crecimiento, que implica no solo el desarrollo cognitivo, sino también el social y emocional. En particular, las etapas de desarrollo de Erikson implican etapas interpersonales, que van desde una etapa egocéntrica, pasando una etapa de latencia, hasta llegar a la verdadera relacionalidad. Gardner (2006), asimismo, trata de ampliar la noción de inteligencia y cognición a la de «inteligencias múltiples», incluidas las aptitudes a nivel musical, visual, lingüístico, lógico-matemático, corporal, interpersonal, intrapersonal, naturalista y existencial (pp. 8 a 21). De forma más reciente, la psicología positiva introduce un esbozo de la realización psicológica humana en términos de virtudes y fortalezas de carácter (Peterson y Seligman, 2004; López y Snyder, 2009).
Las diferentes formas psicológicas para llegar al autoconocimiento implican diferentes aspectos de la experiencia, como la lectura literaria o la participación en conversaciones sobre uno mismo, ya sea con la familia o con amigos. La psicoterapia aporta en la actualidad una importante contribución, llevando a los clientes al autoconocimiento, al igual que las lecturas sobre psicología y sus hallazgos actuales, y las reflexiones sobre los éxitos y fracasos en la vida de uno mismo.
¿CÓMO CONOCEMOS A LA PERSONA DESDE LAS PERSPECTIVAS FILOSÓFICAS Y TEOLÓGICAS?
Desde los puntos de vista filosófico y teológico, la búsqueda del conocimiento de uno mismo puede clasificarse en cuatro dimensiones antropológicas, que permiten obtener una síntesis de nivel superior sobre el conocimiento de uno mismo y los demás, situando este conocimiento dentro de un contexto racional.
En primer lugar, los humanos se conocen a sí mismos a través del reconocimiento personal de su propia existencia, cogniciones y afectos. La máxima de Delfos es «conócete a ti mismo». Este es uno de los aforismos filosóficos más antiguos (Platón, ca. 370 a. C./2001, 229e). Expresa una sed de sabiduría comúnmente experimentada (Rom 12:2-3; Gál 6:3) que es más profunda que el conocimiento particular de la música y las artes, o de las ciencias y las matemáticas, o de la psicología y la sociología. Implica dimensiones personales, éticas y sapienciales.
En segundo lugar, el conocimiento de los demás nos conduce a una comprensión más profunda de uno mismo que la que podría obtener uno solo. La humanidad es social por naturaleza y por vocación. Aprendemos acerca de nosotros mismos a través de la comprensión de nuestro ser, masculino o femenino, a través de las interacciones con nuestras familias, y como respuesta a nuestras vocaciones básicas para la realización. No solo existe el conocimiento interpersonal, que llega a través de las primeras sonrisas y signos de afecto de la madre y la educación de los padres, sino también el conocimiento sistemático y científico de la persona en relación, a través de las ciencias sociales y la psicología (MacIntyre, 1999).
En tercer lugar, la experiencia de la realidad (el libro de la naturaleza o la creación) proporciona una base para el conocimiento intuitivo y el juicio metafísico sobre la existencia, la bondad, la verdad, las relaciones, la belleza y la fuente de todo ello, es decir, Dios (Rom 1:19-20; Aquino, 1273/1981; Maritain, 1959; Schmitz, 2009).
En cuarto lugar, la experiencia de la Revelación Divina (el libro de la Palabra de Dios) comunica una información más precisa sobre Dios y sobre las vocaciones humanas, la historia de la salvación, la ley moral natural y la ley divina (Lc 8:10; Juan Pablo II, 1998, §4, §9, §19; Vaticano II, 1965a). Este conocimiento de Dios conduce a una mayor comprensión, intra e interpersonal, especialmente en lo que respecta al carácter personal de la llamada a la realización final (2 Pe 1:2-9).
¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA DEL DESEO Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS?
Existe una gran importancia moral y clínica en el hecho de que los humanos busquen