Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.
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El hecho de que los preceptos de la ley queden enraizados en inclinaciones naturales no implica que los preceptos sean obvios para todos (Aquino, 1273/1981, I-II, 94.4; Austriaco, 2011). No obstante, la posible existencia de una ignorancia culpable (no tener el conocimiento moral que deberíamos tener), los malentendidos, la negación de la verdad, los esquemas cognitivos disfuncionales, así como otros desórdenes de la razón, no refutan ni el hecho de que los humanos tengan una inclinación natural a conocer la verdad de su realización moral, ni el hecho de que este conocimiento suponga ventajas sobre cómo actuamos ética y espiritualmente. Estos contra ejemplos nos llevan a la conclusión de que debemos centrar nuestra atención en las causas físicas, psicológicas, sociales, así como en las éticas y espirituales del desarrollo y del declive personal, de la sanación, el desorden, y la cognición y la ignorancia.
¿EL CONOCIMIENTO HUMANO ES SIMPLEMENTE UNA CUESTIÓN NEUROLÓGICA?
Las neurociencias cognitivas han hecho recientemente importantes descubrimientos acerca de la correlación entre la actividad de las regiones cerebrales y la experiencia humana, incluida la acción moral. Uno de los descubrimientos más significativos ha sido que los diferentes circuitos del cerebro apoyan una intuición rápida (percepción, intuición y emoción) en oposición a la cognición reflexiva (discursiva racional) más lenta (Kahneman, 2011). Así, las neurociencias han identificado cómo la emoción se entrelaza con la cognición, y la cognición con la emoción. Por ejemplo, durante el desarrollo en la infancia y la edad adulta, recientes estudios muestran que los circuitos neuronales particulares y globales subyacentes para la agencia moral incluyen no solo cogniciones de orden superior, sino también empatía y emociones (Decety y Howard, 2013). Existen estudios particularmente significativos sobre el desarrollo, en la infancia, tanto de la cognición moral como de la emoción. Por ejemplo, es fácil observar que incluso los niños pequeños tienen nociones de justicia y compromiso en sus juegos e interacciones interpersonales (Hamlin, 2013). Las neurociencias continuarán inevitablemente identificando conexiones: la forma en que nuestro sistema neurológico se integra en todo el cerebro y cuerpo (Siegel, 2012); las regiones del cerebro que soportan la expresión de la intuición intelectual, la cognición moral y la emoción moralmente relevante (Siegel, 2012); e incluso, las neuronas que se correlacionan con la oración y las creencias infusas (Beauregard, 2012).
Aunque es útil de diversas maneras, la correlación de las regiones neuronales y el conocimiento se ha expresado a veces de manera latentemente reduccionista (Damasio, 2010). Esta tendencia sostiene que un modelo cerebral explica la totalidad de la persona y sus experiencias de percepción, emoción, pensamiento y voluntad (Churchland, 2001). Esta tendencia atribuye erróneamente a una parte del organismo (el cerebro) lo que propiamente solo puede atribuirse al todo (la persona). Este error lógico ha sido llamado la falacia mereológica (Bennett y Hacker, 2003, p. 73). ¿Cuáles son algunos de los indicios de que existe algo más en los humanos que la mera función biológica y neurológica? Algunos neurocientíficos reconocen que el cerebro no explica completamente el comportamiento o inteligencia de la humanidad. Por ejemplo, Gazzaniga (2006) dice: «La neurociencia nunca encontrará el cerebro al que corresponde la responsabilidad, debido a que eso es algo que atribuimos a los humanos —a las personas— no a los cerebros» (p. 101). Además de no poder explicar la autocomprensión y la libertad de la persona, las actividades neuronales por sí solas no pueden explicar la influencia de la gracia divina en estas actividades (Beauregard y O’Leary, 2008; Egnor, 2017). Asimismo, se observa el fracaso del naturalismo y del determinismo mecanicista (Życiński, 2006) para explicar la autoconsciencia humana, así como la inteligencia racional, el libre albedrío y la intencionalidad moral, el valor y el significado, y la mente misma. Ese fracaso ha llevado a algunos filósofos a buscar principios de orden en el cosmos, que son teológicos en la forma más que mecanicistas (Nagel, 2012). Admitir que el conocimiento humano no es simplemente una cuestión de neurociencia, no desacredita las ciencias biológicas y neurológicas. Más bien, establece un principio que abre un diálogo, a la luz de la comprensión de la totalidad de la persona, así como de sus capacidades racionales humanas.
OBJETOS DE CONOCIMIENTO
Los seres humanos disponen de un conocimiento limitado sobre las cosas, así como formas limitadas de conocerlas. Llegamos a recibir el conocimiento bajo nuestro modo humano de ser y saber (Aquino, 1259/1994b). No obstante, podemos llegar a conocer numerosas cosas con precisión, lo que frecuentemente requiere no solo el esfuerzo y la reflexión, sino, a la vez, herramientas para obtener algunos tipos de conocimiento. Por ejemplo, la velocidad de una partícula (si no su posición a la vez) puede ser conocida (principio de Heisenberg). El proceso normal de desarrollo de un cigoto humano puede ser conocido. Y se pueden conocer los estilos de apego de la madre y el hijo. No obstante, todos estos diferentes tipos de conocimiento incorporan características diferentes y algunas limitaciones.
Para obtener el conocimiento de los objetos se requieren diferentes preguntas y métodos de estudio. Asimismo, es necesario reconocer que lo que queremos saber (nuestras preguntas) determina cómo llegamos a conocer el objeto de conocimiento (métodos). Un método que no sea adecuado para un objeto revelará, en el mejor de los casos, solo una parte de su ser o de sus cualidades. Cuanto más compleja sea una cosa, más complejos serán los métodos de estudio. Por ejemplo, el nivel de complejidad va aumentando progresivamente, desde el estudio de los minerales (química) al estudio de los gatos (anatomía, biología, zoología) hasta el estudio de las personas (neurología, medicina, psicología, sociología), su agencia moral y su fin último (antropología filosófica y teológica, ética y teología moral).
El conocimiento de un ser humano en particular está formado por la cosa real como objeto de estudio, dependiendo de la forma en que el objeto, incluidas las personas, se revele a sí mismo, y de los métodos e instrumentos disponibles que permiten ayudar en el proceso (Sokolowski, 2000).
El conocimiento humano, en términos globales, puede identificarse como un conocimiento de los sentidos y de las cogniciones perceptivas de orden superior (capacidad sintética, memoria, imaginación, capacidad de evaluación), conocimiento intelectual (intuición y razón) y conocimiento científico (que se distingue según el enfoque del método científico sobre los objetos). Estos tipos de conocimiento pueden ser conscientes o no conscientes, como en los casos en que los recuerdos reprimidos producen ciertas psicopatologías, o cuando se experimentan traumas graves antes de que los recuerdos puedan ser codificados a través del lenguaje (es decir, antes de los cuatro años) (Schore, 2002). El conocimiento humano implica, además, no solo la diada conocimiento-ignorancia, sino también matices que distinguen las creencias, opiniones y dudas (véase tabla 15.1.).
¿QUÉ TIPOS DE CONOCIMIENTO AYUDAN A LA REALIZACIÓN
Y EL FLORECIMIENTO HUMANOS?