Espejo de historias y otros reflejos. Jorge F. Hernández

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Espejo de historias y otros reflejos - Jorge F. Hernández Ensayo

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vestidos a su respectiva usanza, teníamos que encerrarnos en el aula, pero si queríamos escuchar in situ sus testimonios y memorias nos cooperábamos para el ajuar. Nunca olvidaré la cara de un dependiente de cierta tienda de ropa cuando le llevamos a Cuitláhuac para que nos lo vistiera: seguramente pensó que hacíamos una obra de caridad.

      Al acercarse el final de nuestro curso de Historiografía Mexicana le sugerimos al maestro Suárez que nos impartiera Historiografía Mundial I y II, incluso Teoría y Método de la Historia, para no interrumpir nuestro delirio. Sin embargo, el maestro Benemérito tenía otros planes: nos dijo que pensaba viajar por todo México con Alexander von Humboldt para llevarlo a conocer el estado actual del mismo país que recorrió el alemán hace más de un siglo. A pesar de nuestra insistencia, el maestro Benito Suárez llegó al final del curso con una determinada resignación de clausurar nuestros encuentros con el pasado a través de sus magias. Hizo dos exámenes escritos y un examen oral, calificó con un rigor inusitado y nos felicitó, ya que no hubo reprobados.

      Con todo, la despedida del maestro Benemérito no fue triste. Nos exhortó a que buscáramos en lectura o en reflexión, viajes por el país y el mundo, o caminatas por calles y visitas a los edificios antiguos la manera personal de convivir con los pasados. A manera de graduación nos invitó a Palacio Nacional y al pie de la escalinata del patio central nos presentó al maestro Miguel Ángel, "amigo de muchos años que continuará su formación de historiadores". Regordete y de muy baja estatura, el maestro Miguel Ángel inclinó la cabeza como juglar medieval o mimo coyoacanense y con un leve gesto imprimió movimiento, sonido, ruido, estruendo y barullo al mural de Diego Rivera que allí se encuentra.

      Los doce atónitos alumnos veíamos con sorpresa y gusto una nueva aventura de nuestra vocación: ahora hablaríamos con murales y pinturas, cobrarían vida los cuadros y retratos. Mientras algunos subían la escalera para ver y escuchar mejor los movimientos del mural, quise abrazar al Benemérito Benito Suárez pero, como en las películas, al buscarlo ya no estaba.

      La Miss Weber

      Cuando trabajé en la Secretaría de Proyección y Rendimiento compartía mesa —no cubículo, ni escritorio— con un grupo burocrático que se había ganado el apodo de "Los cuatro fantásticos": Mendívil, contador público y portero de un equipo de futbol llanero; Lozada, ingeniero frustrado y guitarrista ocasional; Rebolledo, médico retirado, pero laboratorista aficionado y el gran Bedoya, protoejemplo del aviador burocrático. Los cinco formábamos la "Quinta del Olvido", apodo que nos ganamos por nuestra clara afición y adicción a los libros, chismes, anécdotas y leyendas de la historia de México.

      Todas las mañanas nos repartíamos el periódico por secciones e iniciábamos nuestra ronda de lectura; no sólo era una democrática manera de compartir la prensa, sino una excelente estrategia para dejar pasar las primeras horas de la mañana gubernamental. Nunca olvidaré la mañana del 9 de julio cuando Lozada descubrió entre los anuncios clasificados el enigmático recuadro que anunciaba las Clases Vivas de Historia Heterodoxa de la Miss Weber. (Por cierto, este anuncio aparecía en columnas bajo otro que ponía: "Señora enseña el búlgaro. Llamar tardes." Tuvimos que explicarle a Bedoya que se trataba de un idioma.)

      Esa misma mañana hablé con la Miss Weber e inscribí —telefónicamente— a la "Quinta del Olvido" en lo que sería una de las más alucinantes aventuras de nuestra verdadera vocación. Historiadores de medio tiempo, noctámbulos lectores e investigadores de madrugada, los que formábamos la ya mentada "Quinta" sólo habíamos tomado algunos cursos aislados —en calidad de oyentes— de historia en general o de historia de México. Poco nos imaginábamos de las sorpresas que nos revelaría la Miss Weber

      Para empezar, su escuelita: un lúgubre y pequeñísimo departamento enclavado en un vetusto edificio de la calle Donceles. Para continuar, su aspecto y presentación: una modosita y madura mujer que lucía suéter tejido por ella misma, pelo más que canoso, azulado, y su voz con el típico acento de los oriundos o nacidos en Moroleón. Desde la primera entrevista se refirió a nosotros como "mis muchachos" y con un despliegue casi maternal de cariño, evidente en el hecho de que con nosotros cerró inscripciones. "Les dedicaré mi tiempo completo, muchachos, para que realmente aprovechen su cursito."

      Como en todas nuestras decisiones burocráticas —asuetos, cantinazos, justificantes médicos apócrifos, pretextos de emergencia, colectas, deudas, etcétera— la "Quinta del Olvido" votó esa misma tarde si proseguir con el curso de la viejita o programar una nueva ronda de visitas a museos y bibliotecas de la Ciudad de México, instead. Fue Mendívil el que nos convenció de inscribirnos —ya con pago— en el curso de Miss Weber con el nada débil argumento de que se trataba de un pretexto ideal para estar fuera de la oficina (en esa época, los cursos académicos extra-laborales no sólo eran bien vistos, sino incluso alentados por la H. Secretaría de Proyección y Rendimiento).

      Entre los métodos que utilizó la entrañable profesora Weber para que su curso se convirtiera realmente en Clases Vivas de Historia Heterodoxa, destacaré aquí las "Excursiones por la historia", "Ejercicios de recuperación física de la memoria" y "Recreaciones heroicas", que ella llamaba "Seminarios Pedagógicos". En el primero de estos seminarios, nos hizo caminar a lo largo de todo el Paseo de la Reforma y anotar en una libreta todas las leyendas de las estatuas que alinean sus aceras. Posteriormente, teníamos que hacer una descripción —apologética o crítica— de cada uno de esos hieráticos próceres que conformaron buena parte del enrevesado siglo xix mexicano.

      Los "Ejercicios de recuperación física de la memoria" consistían en recrear física y mentalmente cualquier momento —glorioso u oprobioso— de nuestra historia. Aunque a otros les parecería ridículo, mencionaré que a la "Quinta" nos sedujo particularmente este singular seminario de Miss Weber: revivimos la intensidad de la Decena Trágica, ataviados con trajes más o menos de época, en plena Ciudadela. Es decir, a pesar de que más de un transeúnte nos miró feo, los cinco entusiastas —guiados por nuestra Miss— reprodujimos no sólo el correteo de las balas y el estruendo de las bombas (cada quien hacía sonidos con la boca), sino el intercambio de órdenes, insultos y vivas.

      En otro de estos memorables ejercicios, que los norteamericanos llaman reenactments, la Miss Weber nos permitió recuperar físicamente la faena de David Liceaga al toro "Zamorano" realizada en la década de los cuarenta. Por el breve lapso de unas horas, los Viveros de Coyoacán se convirtieron en la antigua Plaza El Toreo de la colonia Condesa y, a pesar de algunos desmañanados aeróbicos que cruzaron el ruedo haciendo sus ejercicios, Bedoya personificó a la perfección la nobleza y bravura de aquel memorable toro, mientras Mendívil se convirtió en Liceaga con todo y banderillas, estoconazo y vuelta al ruedo con oreja y larguísimo rabo. (Vale mencionar que Rebolledo hizo la ambientación del público con sus olés, reproducidos con un inexplicable eco, y que a mí me tocó ser peón de brega, mientras Lozada fungió de monosabio.)

      Por último, y en el mismo tono, las "Recreaciones heroicas" del curso de Miss Weber consistían en la resurrección teatral y anímica de los momentos heroicos de nuestra historia de bronce o monumental. Según la entrañable viejecita, al recrear estos "grandes episodios nacionales" estaríamos en mejores condiciones de sopesar su verdadero valor y significado. Así, guiados por su atenta cátedra, los "Cinco fantásticos" recreamos el asesinato de Álvaro Obregón en lo que quedó del restaurante "La Bombilla". Bedoya puso la mesa, mantel y vajilla, por lo tanto, actuó de mesero; Lozada actuó de León Toral y a Rebolledo le tocaron los "balazos". Para no alargar más mis recuerdos, sólo mencionaré que la más célebre de nuestras recreaciones fue la Retoma del Castillo de Chapultepec. Los cinco burócratas con afición vocacional por la historia, le estaremos siempre agradecidos a Miss Weber por la oportunidad de convertirnos —aunque sólo fuera de mentiras y por unas horas— en Niños Héroes de carne y hueso.

      Con todo, ¿qué extraño motivo nos movía a seguir en ese curso de la Miss Weber? ¿Qué provecho le podíamos sacar a un calendario de recreaciones

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