Los años que dejamos atrás. Manuel Délano

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Los años que dejamos atrás - Manuel Délano

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que lo puede hacer mejor es Gabriel Valdés...

      –¡¿Pero cómo?! –interrumpió Coloma, estupefacto.

      En esa época, para Coloma, Valdés era la antítesis de la UDI, aunque sostiene que posteriormente llegaron a ser amigos. Pero Guzmán creía que el dirigente democratacristiano podría dar brillo al cargo. Reconocía su peso intelectual.

      En 1982, al regresar desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Nueva York, del que fue subdirector tras su experiencia como ministro de Relaciones Exteriores de Frei Montalva, Valdés se hizo cargo de la dirección de la DC en vísperas de las protestas nacionales, donde se terminó de forjar la reconciliación y unidad del centro y la izquierda socialista. Encabezó el llamado sector chascón de la DC, el ala más progresista de ese partido, cuyos adversarios eran los guatones, los más conservadores, encabezados por Aylwin. En ese periodo de intensas movilizaciones, Valdés fue el líder de la oposición. Muchos creían que después iba a encabezar la transición. Pero en no pocas ocasiones procesos de esta intensidad devoran a sus protagonistas. La historia chilena y de otros países es abundante en ejemplos.

      Valdés tenía mayor liderazgo que Aylwin, más aceptación en la izquierda, estatura internacional y había prohijado varios de los principales think tanks opositores. Fue decisivo en el acercamiento que hubo entre el centro y la izquierda socialdemócrata en dictadura. Hablaba idiomas, era culto, refinado, conocía el mundo y, a ojos de los militantes democratacristianos de base, parecía algo distante; más que querido era en cierto modo envidiado por estas características suyas. Su cercanía con la izquierda era considerada con suspicacias entre los guatones. Era llamado el Conde, por su estilo aristocrático. Pero tras su derrota en la ruda disputa con Aylwin por la presidencia de la DC, un cargo que constituía el pasaporte indispensable para erigirse como el candidato presidencial de la Concertación y el casi seguro primer Presidente de la República en 1990 después de la dictadura, ya no fue el líder enérgico y corajudo de comienzos y mediados de los ochenta, en que incluso encabezó una manifestación en Plaza Italia, que fue reprimida y terminó con él víctima del carro lanzaguas y de gases lacrimógenos29, ni el dirigente detenido en dictadura por convocar a protestas pacíficas. Tal como otros líderes políticos lo hicieron entonces, Valdés sacrificó sus legítimas ambiciones personales en aras de conseguir que finalizara la dictadura y después de la derrota en las internas de la DC no ahondó las diferencias con Aylwin y, sobre todo, con los democratacristianos que le habían dado la espalda.

      Krauss reflexiona hoy que, para encabezar la transición, en la falange “teníamos nombres más brillantes, como Gabriel Valdés”, pero cree que él no hubiese hecho una transición como la que encabezó Aylwin. “Don Patricio fue el hombre justo en el momento adecuado”, remacha.

      A los ojos de la UDI, Valdés era uno de los más izquierdistas dentro de la DC.

      Para no dejar espacio a dudas, Guzmán reiteró a Coloma por teléfono:

      –Tenemos que hacerlo.

      –Pero ¿tenemos piso, algo? –preguntó Coloma.

      No hubo respuesta. Había que construirlo.

      La reunión donde se enrieló el acuerdo fue en casa de Zaldívar, recuerda el político. Tal como ocurriría muchos años después, su residencia en calle Espoz era epicentro de una negociación política fundamental. Pero en 1990 no era la cocina. Zaldívar dice que por la UDI asistieron, además de Guzmán, Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma, entre otros.

      “La oferta que se les hizo fue compartir la mesa del Senado y les dábamos un espacio en comisiones”, relata Zaldívar.

      Que Valdés fuera el candidato facilitaba el acuerdo con la UDI. Guzmán y él tenían un parentesco lejano entre ellos. La madre de Guzmán, Carmen Errázuriz, era prima en segundo grado del DC.

      “Pongan ustedes el vicepresidente”, pidió Zaldívar.

      El nombre que esgrimió Guzmán fue el del senador y empresario naviero Beltrán Urenda. Era controlador de la Compañía Chilena de Navegación Interoceánica y el sistema binominal lo había dejado electo como parlamentario independiente30 por la sexta circunscripción, Valparaíso costa –junto con la PPD Laura Soto–, a pesar de obtener 43.457 votos menos que el abogado DC Juan Hamilton, exministro de Vivienda de Frei Montalva, y uno de los propietarios de la revista Hoy y el diario La Época. El sistema electoral había ungido a Urenda con el 17,51%, mientras que Hamilton perdió con el 28,52%.

      Pero la UDI quería algo más a cambio de entregar los votos para que la presidencia del Senado fuese de la Concertación: la segunda vicepresidencia de la Cámara de Diputados, donde la Concertación tenía mayoría absoluta y no requería de un acuerdo con la derecha para quedarse con la testera completa.

      El escogido por la UDI para ese cargo fue Coloma.

      La UDI logró además encabezar varias comisiones en la Cámara de Diputados.

      Después del acuerdo Guzmán fue a hablar con Valdés en persona porque se necesitaba una articulación, garantías de que el pacto se iba a cumplir.

      La reunión fue en casa del excanciller. Guzmán iba a ofrecer el cargo y quería garantías de respeto a Pinochet. Valdés sabía que hablaba con el padre de la Constitución. Solo se parecían en que ambos tenían inquietudes intelectuales, pero estaban situados ideológicamente en las antípodas. Tras un largo diálogo en el living, Guzmán le dijo:

      –Usted fue el más duro enemigo del general Pinochet, el número uno; esto lo sabemos todos. Pero yo sé que usted es un hombre de bien y un caballero. Presiento que sería la última persona en permitir que se cometiera un atropello contra una autoridad de la República, como es y va a ser el general. Estoy tan convencido de eso, que no he venido a preguntárselo, como me sugirieron, sino a confirmárselo.

      Valdés asintió. Él no iba a cambiar la ruta que el país había tomado. No estaba dispuesto a destruir las instituciones que eran base de la República. Guzmán tuvo un acuerdo con los adversarios31.

      El líder de la UDI debió esmerarse también para convencer a los más reacios dentro de su partido y al gobierno.

      No fue fácil.

      Coloma recuerda lo que Guzmán explicaba en la UDI con su estilo pedagógico, propio de la experiencia académica del abogado:

      –Compartamos la mesa. Nosotros hacemos este gesto y generamos confianza. Obliguemos a que nuestro mundo tenga que confiar en alguien de ellos. Pero también obliguemos que ellos confíen en alguien nuestro.

      Pero que hubiese confianza entre las partes requería de más puentes de los que existían en dictadura. La votación de los senadores y diputados para elegir las mesas directivas de ambas cámaras iba a ser secreta. Con ese procedimiento no se podía saber cómo había votado cada parlamentario hasta que ya lo hicieran.

      Había que confiar en los propios y también en los ajenos.

      –Jaime nos convenció de que era el paso decisivo para hacer una transición con las confianzas, que no fuese una transición obligada, sino que todos lo sintiéramos –plantea Coloma.

      Durante dos semanas, RN criticó y resistió infructuosamente el acuerdo. Desde La Moneda presionaron para desmoronar la iniciativa y Pinochet estaba disgustado. Cáceres tampoco se convencía. Y RN, en especial Allamand, buscaban otra salida. Exploraron que fuera otro DC, pero no Valdés. La Concertación sondeó compartir el periodo de

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