Los años que dejamos atrás. Manuel Délano
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Habían combatido a la dictadura –algunos de ellos, literalmente– y no tuvieron un reconocimiento de la democracia, ni fueron recibidos como héroes, salvo por algunos de sus más cercanos. Como el fin de la dictadura se produjo sin romper la institucionalidad que esta generó, quienes lucharon con las armas quedaron olvidados. Pasaría más de una década antes que hubiese reparación del Estado para quienes, como ellos, habían sido torturados y encarcelados, y más tiempo todavía para que algunos, una minoría, lograran cierta justicia. Quienes habían realizado acciones armadas estuvieron entre los últimos en recuperar la libertad.
Fue uno de los tantos peajes que pagó la transición chilena a la democracia.
–En los países latinoamericanos –plantea Krauss–, las dictaduras terminan o con una asonada, en que hay derramamiento de sangre, desaparece el dictador, lo cuelgan en la plaza pública o logra arrancar. Aquí lo hicimos al revés. Hicimos una operación que muy pocos países han podido hacer y nos han tratado de imitar... En una transición con quiebre no importa nada. Se tiene al dictador preso y se hace justicia. En una como la nuestra hay que medir las fuerzas. Fuimos capaces de reconocer la realidad.
Aylwin reaccionó en forma pragmática.
En una entrevista al diario español El País reconoció que la fuga de los presos políticos “nos va a aliviar cierta parte de la carga... gracias a Dios se produjo antes”. Si la evasión hubiese ocurrido durante su gobierno, los partidarios de Pinochet los habrían acusado de que era un “signo de complicidad”.
Diferenció entre los presos políticos y los encarcelados por hechos de sangre contra la dictadura. Era una separación que no hacían quienes estaban en las prisiones por haber resistido. Ante la pregunta de si matar a un carabinero en dictadura lo consideraba un asesinato, Aylwin respondió al matutino español:
–Para mí, matar a un hombre es matar a un hombre. Las razones políticas, como las pasionales, pueden ser atenuantes de un crimen, pero matar a un hombre es un crimen35.
Las reuniones de las autoridades salientes y entrantes tuvieron algo de surrealistas. Ambas partes desconfiaban de la otra y de sus intenciones. Todos temían trampas y engaños del adversario. A pesar de esto, en la mayoría de esos encuentros primó cierta cordialidad y formalismo. Pero hubo excepciones.
Una de las reuniones tensas fue la que tuvieron en La Moneda el ministro portavoz del nuevo gobierno, Enrique Correa, y el titular saliente, el coronel Cristián Labbé, que participó en la DINA y casi 30 años después fue condenado por torturas en primera instancia36.
–Él me recibió con particular hostilidad, aunque no peleamos –cuenta Correa–, Labbé me dijo las cosas que iban a hacer de todos modos, sin importar la opinión de nosotros. Que iban a privatizar radio Nacional. Y me hizo una serie de consideraciones que en ese momento me resultaron muy desagradables, pero que francamente olvidé en qué consistían. Debieron ser tonteras, no en el sentido de tonto, sino de maltrato.
Al terminar la reunión, molesto, Correa cruzó dentro de La Moneda hacia la oficina del general Ballerino. “Me recibió y le reclamé por el maltrato del ministro”. Después lo llamó el subsecretario de Labbé, Jaime García Covarrubias –como Cristián Labbé, también perteneció a la DINA, de la que fue jefe de contrainteligencia, y acusado años después por la justicia en casos de atropellos a los derechos humanos37– y le informó bien qué era el ministerio: cómo funcionaba y su estructura. Correa cree hoy que García lo llamó por petición de Ballerino.
Lagos interrumpió sus vacaciones en Tongoy para acudir a mediados de febrero a la reunión que tuvo en Palacio con su antecesor en Educación, en la que estuvieron presentes Ballerino y Cáceres. Le impresionó lo cambiada que estaba La Moneda, a la que no entraba desde el gobierno de Allende. En la cita no le informaron que en pocos días más promulgarían la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE).
Las futuras autoridades de gobierno tenían instrucciones precisas de Edgardo Boeninger de no firmar ningún papel que les entregaran los mandos salientes. En todas las reuniones estaba presente el ministro Carlos Cáceres.
Para muchos de los concertacionistas, sobre todo los más jóvenes, llegar al gobierno era entonces algo completamente nuevo. Nunca habían estado en oficinas de ministerios.
El nombrado por Aylwin subsecretario de Desarrollo Regional, Gonzalo Daniel Martner, recuerda que lo recibió el subsecretario en ejercicio, general Luis Patricio Serre. Lo describe como un militar alto, autoritario, rodeado por sus “acólitos”, y cuenta que en la reunión se esforzó por ser cordial y diplomático.
“Mi general Pinochet está muy contento con todo el proceso”, recuerda Martner que le dijo el general Serre, “y nosotros estamos seguros de que ustedes quieren mantener la continuidad de las buenas políticas que se llevaron a cabo, porque hemos sacado el país del caos”.
Martner relata que permaneció en silencio hasta esta última frase. Ahí no pudo soportar más. “Mire señor, nosotros hemos sido elegidos por el pueblo, y de aquí en adelante es el pueblo el que va a determinar la orientación de la política. Nadie más”, replicó. “Ya”, le dijo Serre, “entonces firmemos los papeles”.
Dúplica de Martner: “Mire, tengo instrucciones del presidente de la República, electo por todos los chilenos. Yo soy un mero servidor de él, y él me ha dado la instrucción de no firmar nada”.
El ambiente se puso tenso, describe Martner. Pero el general Serre no insistió. “Ah, ya, muy bien”, le contestó.
El primer funcionario de la democracia que entró a La Moneda para asumir un cargo fue el democratacristiano Belisario Velasco. Llegó en un taxi destartalado el jueves 8 de marzo de 1990, mientras a Pinochet le quedaban horas para terminar su gobierno el domingo 11. Lo acompañaban su jefe de gabinete, Héctor Muñoz, y la periodista Ximena Gattas, que iba a ser su encargada de prensa.
Debió insistir en la puerta porque la guardia de Palacio no quería dejarlo entrar. “A contar de mañana seré el subsecretario del Interior”, les dijo. No se impacientó. Esperó un cuarto de hora hasta que pudo ingresar. Tenía instrucciones detalladas y precisas de Aylwin y Krauss, de comportarse como un “demócrata, con la serenidad, el respeto y la firmeza que la situación requería”, cuenta.
Velasco estaba nombrado por Aylwin y Krauss como coordinador del traspaso de mando, una especie de avanzada del nuevo gobierno y de “los sueños, anhelos y desvelos de millones de chilenos. Era el inicio de un momento cumbre que se producía gracias a la voluntad y el arrojo de miles de compatriotas, muchos muertos, torturados, desaparecidos, presos aún, exiliados, relegados, ofendidos en su dignidad y destrozadas sus familias. Eran ellos los que ingresaban a La Moneda”, relata Velasco en sus memorias38.
Cáceres y el subsecretario del Interior, Gonzalo García, fueron amables con Velasco. Pinochet lo recibió vestido de uniforme con chaqueta blanca, y le recordó que lo conocía desde antes y que su hija Lucía le había hablado bien de él. Ella fue secretaria ejecutiva de Velasco cuando este era gerente de operaciones en la Empresa de Comercio Agrícola (ECA), durante el gobierno de Frei Montalva. Velasco le replicó que siempre había tenido buenas relaciones con su hija.
Pinochet le contestó con un dejo irónico:
–Por eso sería que tuve que mandarlo un par de veces de vacaciones al norte–. Se refería a la relegación en Putre que Velasco sufrió en dictadura cuando dirigía radio Balmaceda, de la DC, opositora a la dictadura, y a otra en Parinacota, después de ser detenido en una reunión