La persona de Cristo. Donald Macleod

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La persona de Cristo - Donald Macleod страница 17

Автор:
Серия:
Издательство:
La persona de Cristo - Donald Macleod

Скачать книгу

comprensión de la preexistencia, la respuesta debería ser clara: “Nada en absoluto”».53 La postura de Knox es bastante curiosa. Acepta que «hay motivos para hablar de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo como tres modos personales o hipóstasis del ser divino».54 También acepta que fue concretamente Dios el Verbo quien se encarnó en Cristo. Lo que no acepta es que Jesús de Nazaret sea idéntico al Logos. El Logos estaba presente de forma preeminente en la vida humana de Cristo, pero «sin ser simplemente idéntico con Jesús». El efecto de esto es enfrentar la autoridad de John Knox con la del apóstol Juan, quien identifica explícitamente ambas. Fue el propio Logos quien estuvo con Dios, se hizo carne, lloró ante la tumba de Lázaro y fue crucificado en el Calvario. No podemos quedarnos a medio camino de Juan, tomando prestada su terminología y un porcentaje de su enseñanza. Si el Verbo se hizo carne, el crédito de Juan está seguro. Si el Verbo sólo tuvo una presencia preeminente en la vida humana de Jesús, el crédito de Juan no está seguro; y, si no es así, debemos abstenernos de realizar ningún tipo de vínculo entre el Logos y Jesús. Hemos de dejar que nuestro «verdadero» hombre disfrute tranquilamente de su papel como mero hombre.

      Knox llega incluso a decir que: «Si pretendemos hablar con cierta precisión, no podemos identificar simplemente a Jesús, a pesar de su importancia, con una de las “personas” de la Trinidad».55 En abstracto, puede que esto sea cierto. Pero resulta difícil de concebir cómo podría sobrevivir a semejante verdad la doctrina de la Trinidad. Decir que Jesús no es una de las personas de la Trinidad es decir que no es el Hijo de Dios: y si Él no lo es, ¿quién es? De hecho, fue el problema generado por esta misma identificación el que hizo que la doctrina de la Trinidad fuera necesaria. Si Jesús no es el Hijo, no hay evidencia alguna de que Dios tenga un Hijo o de que exista pluralidad en la deidad. Si esto es así, podemos descartar con toda tranquilidad la doctrina de la Trinidad.

      Por supuesto, la idea que Knox intenta transmitir puede ser otra: que la naturaleza humana de Jesús no puede identificarse con el Logos en su totalidad de igual manera que el propio Logos no puede identificarse con la deidad (theiotes) en su totalidad. Esto es cierto. Pero lo que genera el problema de Knox es su hipótesis de que la naturaleza humana es una persona. Como niega la antigua doctrina de que la naturaleza humana de Cristo era o bien impersonal (an-hypostatos) o «en personal» (en-hypostatos, es decir, que halla su identidad personal en el Logos), debe distinguir entre el Jesús histórico y el Logos, considerándolos personas distintas. En términos de la Teología clásica, aunque la naturaleza humana de Cristo no puede identificarse con el Logos, el hombre Cristo Jesús sí puede. El Jesús histórico es el Logos encarnado.

      Sin embargo, la batería más formidable de objeciones teológicas procede de G. W. H. Lampe.56 Lamentablemente, en cierto sentido es extremadamente difícil seguir su lógica. Esto es verdad, especialmente, sobre el argumento de que la creencia en la preexistencia de Cristo afecta gravemente el concepto de la mediación. Lo que parece estar diciendo es que en tanto en cuanto la mediación parece realizarla el Espíritu (concebido como «la mano que extiende Dios hacia su Creación»), tuvo una naturaleza directa e inmediata real: en contacto con el Espíritu, estábamos en contacto con el propio Dios. Sin embargo, cuando la mediación se lleva a cabo a través del Logos preexistente, el efecto consiste en distanciarnos de Dios: «El Hijo sugiere un ser que no es el propio Dios, sino que coexiste con Él y actúa como su agente».57 Sin embargo, y sin duda alguna, negar la preexistencia sólo empeora el problema. Reduce eficazmente la relación entre Cristo y Dios, y limita el conocimiento que tiene el Hijo del Padre eterno que el primero pudo atisbar en los treinta y pocos años de una vida breve. Por el contrario, en el Nuevo Testamento (y en la ortodoxia posterior), la naturaleza de hijo se definió de modo que potenciaba la mediación. Ser el Hijo es ser igual a Dios (Jn. 5:18). Ser el Hijo significa que Él y el Padre son uno solo. Éstas fueron las afirmaciones subyacentes en la doctrina posterior de la homoousion: el Padre y el Hijo son uno solo, y participan del mismo ser. Según este paradigma, en Cristo el Mediador ya estamos cara a cara con Dios. Aparecer ante el trono de Cristo es aparecer ante el trono divino. Él ocupa el centro de la monarquía divina.

      Incluso es el centro de la misma. En Él no hallamos el Verbo; le hallamos siendo el Verbo.

      Lampe también arguye que la doctrina de la preexistencia hace que la doctrina cristiana de Dios sea ineludiblemente tri-teísta. El motivo es que una vez el Logos se conceptuó en términos humanos como Jesús, fue plausible dotar a persona del significado completo que tiene en la definición de Boescio: «una sustancia individual de naturaleza racional». Esto, dice Lampe, es bastante incompatible con la unidad de Dios. Si el Logos es una persona en este sentido y el Padre es una persona en el mismo sentido, debemos abandonar el monoteísmo. Una parte de la respuesta a esto debe ser que la identificación de Jesús con el Logos ya la hacen los escritores canónicos (notablemente, Juan), y que si la teología cristiana debe ponerse a juzgar su propio canon, asistiremos a su fallecimiento. Además, la iglesia siempre ha admitido que la doctrina de un Dios en tres Personas conllevaba un elemento de misterio e incluso de contradicción aparente.

      Dios era un Ser. Dios era tres Personas. El canon afirmaba ambas cosas, pero no enseñaba cómo armonizarlas. La iglesia no tenía derecho de negar ni una ni la otra por amor a la coherencia, igual que no lo tenía a negar el amor divino por no poder armonizarlo con la existencia del mal.

      Aparte, la iglesia siempre ha defendido que no comprende la naturaleza tripartita de Dios de una forma que contradiga su unidad. El Logos de Juan, personal y preexistente, afirma su propia deidad sólo en términos estrictamente monoteístas: «Yo y el Padre somos uno». La teología nicena hace lo mismo. El Padre y el Hijo no son dos seres (ousiai); son un único ser (homoousios). Para esta línea de pensamiento era fundamental trazar una distinción entre persona y esencia. Existía una diferencia entre el modo en que Dios era uno y el modo en que era tres: era uno en esencia, tres en Personas. Mientras se mantuviera esa distinción, no había ninguna contradicción en afirmar las tres en una. Es cierto que la iglesia sabía que a la hora de intentar expresar esa distinción usaba el término persona no para hablar, sino para guardar silencio.58 Sin embargo, esto no debe llevar a una orgía de humildad por parte de los teólogos. Otras disciplinas, incluyendo las ciencias exactas, se enfrentan a problemas parecidos. En la Física, igual que en la Teología, muchas cosas contradicen el sentido común. Paul Davies escribe:

      Por supuesto, los físicos, como todo el mundo, tienen modelos mentales de átomos, ondas lumínicas, el universo en expansión, electrones, etc.; pero esas imágenes a menudo son muy inadecuadas o tendenciosas. De hecho, sería lógicamente imposible que una persona pudiera visualizar con precisión determinados sistemas físicos, como los átomos, porque tienen características que, simplemente, no existen en nuestro mundo empírico.59

      Lampe también afirma que la preexistencia debilita la creencia en la encarnación: entonces a quien vemos en Jesús no es a Dios, sino a su socio. Resulta complicado ver la fuerza de esta idea. El Hijo no podía asumir carne si nunca existió. Un ser inexistente no puede adoptar la forma de siervo. El sujeto de la encarnación, fuera quien fuese, debía existir previamente. Tampoco es nada justo decir que la preexistencia debilita la creencia en la encarnación erradicando de la vida de nuestro Señor todo condicionamiento cultural y social. Es cierto, sin lugar a dudas, que Cristo vino al mundo como Persona divina con un carácter y una identidad bien definidos. Sin embargo, no tenemos derecho a descartar su experiencia humana como si no hubiera incidido en su personalidad. Tampoco podemos estar de acuerdo con Lampe cuando escribe: «Es una naturaleza humana que no debe nada esencial a las circunstancias geográficas; no se corresponde con nada del mundo real y concreto; después de todo, Jesucristo no ha “venido en la carne”».60 La naturaleza humana de Cristo no fue una mera abstracción metafísica. Tuvo una marcada individualidad que la distinguía radicalmente, por ejemplo, de las de Pedro y Juan, Judas y Caifás. Era suya. Aparte, esta individualidad no le fue dada meramente, una vez por todas, en el misterio. Se desarrolló como resultado de su experiencia. Creó su propio vocabulario distintivo y sus propios métodos docentes. Tuvo su propio círculo

Скачать книгу