La persona de Cristo. Donald Macleod

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por muchos siglos; sin embargo, Cristo es el modelo de Melquisedec, no al revés. Este «ser hecho como» debe incluir «sin principio de días», tanto como lo hace su «vive para siempre» (pantote zōn, He. 7:25).

      Dunn admite la fuerza de estos pasajes, concediendo que «Hebreos describe a Cristo como Hijo de Dios con un lenguaje que parece denotar preexistencia más que cualquier otro texto que hayamos visto hasta ahora»,21 pero tiene una explicación preparada. Este lenguaje sobre una aparente preexistencia tiene que encuadrarse en el contexto de la deuda que tenía su escritor con el idealismo platónico, e interpretarse con una referencia cruzada al modo en que Filón trata al Logos: «Lo que es posible que debamos aceptar (sic) es que el autor de Hebreos, en última instancia, tiene en mente una preexistencia ideal, la existencia de una idea en la mente de Dios, su intención divina para los últimos tiempos».22 Sin duda, esto es muy improbable. Tenemos escasa evidencia de que el escritor a los Hebreos tuviera ningún contacto con el platonismo, y ninguna en absoluto de una deuda con éste. Los paralelos verbales no son una prueba de dependencia literaria, y mucho menos de identidad ideológica. Además, ¿qué sentido tendría sustituir «una idea en la mente de Dios» por el Hijo en Hebreos 1 y 2? ¿Es que Dios en esos últimos días nos habla por medio de una idea en su propia mente? Como señala G. W. H. Lampe, en Hebreos y Juan el Logos/ Sabiduría preexistente, aunque no se nos dice explícitamente que es una persona, se identifica con la figura personal del Jesús histórico, cuya personalidad se proyecta retrospectivamente sobre el Logos/Sabiduría hipostatizado. 23 Lampe seguramente pretende que esto sea una crítica, pero la percepción es lo bastante precisa. El Hijo de Dios preexistente en Hebreos 1:1 es la misma persona que clamó a Dios con su llanto (He. 5:7); y en su estado preexistente es tan personal como el Dios con quien se le compara, y con los profetas con quienes se le contrasta.

      La preexistencia en Pablo

      Cuando nos centramos en los escritos paulinos, no somos conscientes de entrar en un mundo diferente en ningún sentido del de Juan o Hebreos. Bien pudiera haber dicho, en este sentido, lo mismo que dijo en otro: «a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron» (Gá. 2:6). Su cristología es tan elevada como la de ellos, y al menos igual de enfática en su afirmación de la preexistencia de Cristo.

      Seguramente el pasaje aislado más importante es Gálatas 4:4: «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley». Lo que estas palabras parecen decir es lo mismo que dijo Cecil Francis Alexander:

      Descendió a la Tierra desde el cielo, quien de todos es Dios y Señor. Cristo fue el Hijo de Dios antes de su misión y fue enviado como delegado y representante de Dios. Sin embargo, Dunn objeta que el verbo exapesteilen («enviado») es ambiguo, y no sugiere nada sobre el origen y el estatus del enviado. Dios envió a ángeles, igual que a Moisés, Gedeón o los profetas. Escribe:

      Partiendo de esto es evidente que exapesteilen, cuando se usa para hablar de Dios, no nos dice nada sobre el origen o punto de partida del enviado; subraya el origen divino de su misión, pero no el del mensajero.

      Por consiguiente, por lo que respecta a su uso en Gálatas 4:4, lo único que podemos decir es que los lectores de Pablo pensarían, probablemente, tan sólo en alguien enviado por comisión divina.24

      Pero ¿no detectamos aquí cierta confusión? Es cierto que el verbo exapesteilen se usa normalmente en el griego tardío para hablar de cualquier tipo de misión y que, por lo tanto, partiendo de este verbo no podemos decir si la persona enviada era príncipe o mendigo, dios, embajador o cartero. Sin embargo, la cuestión no es ésta. La cuestión no es si Cristo fue Dios antes de ser enviado, sino si existía antes de ser enviado. Es muy difícil encontrar un caso de exapesteilen referido a un nacimiento, y los casos que cita Dunn no contribuyen a su argumento. Los ángeles existieron antes de ser enviados. Igual que lo hicieron Moisés, Gedeón y los profetas. Existe la presunción a favor de que lo mismo podemos decir de Cristo. Él es enviado como alguien que ya existe, no como alguien que empieza a existir cuando es enviado.

      Sin embargo, existe una cuestión todavía más importante. El propio Dunn suscita la pregunta: «El hecho de que fue su Hijo el enviado, ¿no resuelve la ambigüedad del verbo?». Lamentablemente, no ofrece ninguna respuesta satisfactoria. No obstante, la idea de una relación especial entre Jesús y Dios no es un caso aislado que quede limitado solamente a este pasaje. Aparece, por ejemplo, en otros dos pasajes de Pablo: Romanos 8:3 y 8:32.

      En Romanos 8:3 escribe: «Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado». El pasaje presenta dos peculiaridades interesantes. Primero, Pablo no se contenta con decir su Hijo sino su propio Hijo («el Hijo de sí mismo»), enfatizando así la intimidad especial del vínculo existente entre Él y el Padre. El énfasis carecería prácticamente de sentido si este vínculo no hubiera existido antes de que fuese enviado. Segundo, Pablo dice que Dios le envió en semejanza de carne de pecado. Esto se refiere, claro está, a la humanidad del Señor. Pero ¿por qué hacer referencia a ella? ¿No somos todos «enviados» en semejanza de carne»? ¿Y por qué expresarlo de una forma tan extraordinaria, en semejanza de carne de pecado? Está claro que sentía la necesidad de decir que Jesús fue humano. Está igual de claro que sentía la necesidad de definir con gran exactitud el tipo de humanidad que poseía. Todo esto se encuentra en plena consonancia con su unicidad como preexistente y divino; y es muy difícil de explicar de no ser así.

      Romanos 8:32 dice: «El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?». Sea cual fuere el significado preciso de no eximir y de entregar, una cosa está clara: existía una relación muy especial entre el Padre y el Hijo. Él era su propio Hijo, tan precioso que, si no lo eximió, entonces, a fortiori, no eximiría nada. De hecho, el lenguaje de este versículo recuerda mucho a Juan 3:16: «Dios entregó a su unigénito».

      Esto expresa de forma muy clara la gravedad de las cuestiones involucradas en la negación de la preexistencia de Cristo. La gloria de la iniciativa de amor del Dios Padre es el tema más importante del Nuevo Testamento. La manifestación suprema de ese amor es la entrega, el envío y el sacrificio de su Hijo: pero para alcanzar toda su fuerza depende de la relación especial entre Cristo y el Padre. Por eso, en Juan 3:16 y en Romanos 8:32 los escritores utilizan un lenguaje que recuerda a Abraham cuando sacrificó a Isaac: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas» (Gn. 22:2). La auténtica maravilla de la devoción de aquel patriarca radica en la cualidad preciosa y única de Isaac, y la esencia de la maravilla del Calvario, considerado (como debe ser) un acto de Dios Padre, radica en la naturaleza única y preciosa de Cristo. El envío pierde la mayor parte de su valor si no mediaba amor entre ellos. La entrega pierde la mayor parte de su majestad si la relación entre «padre» e «hijo» sólo hubiera durado unos pocos años. El Calvario podría seguir siendo un monumento al heroísmo de Cristo, pero dejaría de hablarnos del amor del Padre. Por curioso que parezca, la fuerza de Juan 3:16 y de Romanos 8:32 depende de la homoousios («una sustancia») de Nicea. Según Nicea, Dios entregó lo Suyo. Según aquellos que niegan la preexistencia, Dios entregó a Otro.

      Nuestro pasaje paulino clave sobre la preexistencia es 2 Corintios 8:9: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos». Estas palabras tienen un interés práctico evidente. El motivo de la liberalidad es lo que Cristo hizo por usted (di hymas, para su beneficio): se hizo pobre. Era rico, precisamente como Dios lo es, en gloria (Fil. 4:19). Pero se hizo a sí mismo pobre. No fue un proceso gradual, sino un momento decisivo, como indica el tiempo aoristo. Aplicado meramente al Cristo histórico, esto no tiene sentido. ¿Cuándo fue rico el Cristo posterior a la natividad? «No fue como Moisés, que renunció

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