La persona de Cristo. Donald Macleod

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y de que José no fue su padre. Además, el propio nacimiento milagroso resulta ofensivo a muchos, aunque si brillara por su ausencia en el relato muchos de los propios eruditos que hoy objetan a su presencia se quejarían de su omisión. Se preguntarían cómo alguien que nació de la manera ordinaria, de unos padres normales y corrientes, podría ser el Hijo de Dios. Lo cierto es que al hombre siempre le parecerá ofensivo el proceder de Dios.

      Sin duda alguna, la doctrina del nacimiento virginal la enseñan Mateo y Lucas, y las narrativas del nacimiento fueron una parte esencial de esos Evangelios desde buen principio. Brunner intenta ignorar esto recurriendo a una burla barata: «En otros tiempos este debate solía atajarse diciendo, escuetamente: “Está escrito”; es decir, con la ayuda de la doctrina de la inspiración verbal. Hoy día ya no podemos hacer esto, aunque quisiéramos».29 Esto es totalmente injusto. Lo que está en juego aquí no es la inspiración verbal, sino la canonicidad. El tema no gira en torno a las minucias textuales y exegéticas, sino a dos bloques sustanciales de enseñanza bíblica que abordan asuntos puramente teológicos, y que exponen un mensaje cuyo significado esencial está más allá de todo debate. Incluso un respeto mínimo por la autoridad de la Escritura debería generar respeto por esta doctrina, o al menos excluir el tono despectivo en que muchos cristianos se permiten hablar de ella.

      La importancia teológica del nacimiento virginal

      Sin embargo, asumiendo que fuera cierto, ¿qué importancia teológica tiene el nacimiento virginal? Por supuesto, podría ser cierto y no tener importancia alguna aparte de sí mismo, pero muchos teólogos han argüido que en su afirmación o en su rechazo están involucradas cuestiones teológicas importantes.

      Karl Barth, por ejemplo, ha argumentado persuasivamente que el nacimiento virginal tiene un estatus especial como señal: «Es la señal que acompaña e indica el misterio de la encarnación del Hijo, destacándolo como un misterio frente a todos los comienzos de cualquier otra existencia humana».30 En una obra anterior había hablado del nacimiento virginal como la cara negativa del milagro de la Navidad, la señal de lo inconcebible,31 y concluía: «El Nacimiento Virginal al principio y la tumba vacía al final de la vida de Jesús dan testimonio de que su vida está diferenciada, de hecho, del resto de las vidas humanas, y diferenciada, en el primer caso, no en virtud de nuestro entendimiento o de nuestra interpretación, sino de sí misma».32

      La postura de Barth armoniza bien con diversos aspectos de la enseñanza bíblica. Por ejemplo, la idea de una señal es importante en relación con la resurrección. Esto queda claro a partir de pasajes como Hechos 17:31: «porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos». También se apunta a esta cuestión (aunque sólo someramente) en Romanos 1:4: «y que fue declarado Hijo de Dios con poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos».

      En un sentido más amplio, el concepto de señal también era importante en relación con los milagros en general. Éstos no sólo eran hechos poderosos (dynameis) y maravillas (terata), sino también señales (sēmeia).

      La función precisa que desempeñaban en este sentido queda plasmada en Hechos 2:22: «Jesús el Nazareno, varón confirmado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo en medio vuestro a través de Él». Los milagros atestiguaban que Jesús era un hombre de Dios.

      Por lo que respecta al nacimiento virginal por sí solo, la profecía de Isaías 7:14 hablaba indiscutiblemente de una señal: «Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo». El nacimiento milagroso demostró que Dios aún estaba con su pueblo.

      Por tanto, es evidente que Barth defiende un tema bíblico válido. Pero ¿a qué apunta la señal del nacimiento virginal?

      Primero, subraya el carácter esencialmente sobrenatural de Jesús y del evangelio. Aludiendo de nuevo a Barth,33 el nacimiento virginal está apostado de guardia en la puerta del misterio de la Navidad; y ninguno de nosotros debe pensar en apresurarse a pasar de largo. Se alza en el umbral del Nuevo Testamento, flagrantemente sobrenatural, desafiando nuestra racionalidad, informándonos de que todo lo que viene después pertenece al mismo orden que ese hecho, y que si nos parece ofensivo no tiene sentido que sigamos leyendo. Si nuestra fe se tambalea frente al nacimiento virginal, ¿qué hará frente a la alimentación de los cinco mil, el apaciguamiento de la tormenta, la resucitación de Lázaro, la transfiguración, la resurrección y, sobre todo, la anonadante mansedumbre de Jesús? El nacimiento virginal es la declaración de gracia de Dios, justo en el principio del Evangelio, de que el hecho de la fe es un sacrificium intellectus legítimo. Como escribe Barth: «Elimina la última posibilidad superviviente de comprender intelectualmente el vere deus homo. Sólo deja la comprensión espiritual, es decir, la comprensión mediante la cual la obra de Dios se ve a la luz que Él mismo arroja».34

      En segundo lugar, el nacimiento virginal es una señal del juicio de Dios sobre la naturaleza humana. La raza necesita un redentor, pero por sí solo no puede producirlo; ni por medio de su propia decisión o su deseo, ni como precipitado de su propia evolución. El redentor debe proceder de fuera. Aquí, como en cualquier otra parte, «todas las cosas son de Dios». Él proporciona el cordero (Gn. 22:8). Barth tiene toda la razón: «La naturaleza humana carece de la capacidad de convertirse en la naturaleza humana de Jesucristo».35

      En tercer lugar, el nacimiento virginal es una señal de que Jesucristo es un nuevo comienzo. No es un desarrollo de nada que haya sucedido antes.

      Es una intrusión divina: la última, grande y culminante erupción del poder de Dios en la situación difícil del hombre, «El hombre sólo es participante bajo la forma del hombre que no quiere, no consigue, no reina, sólo bajo la forma del hombre que sólo puede recibir, meramente dispuesto; el que meramente puede permitir que se haga algo con él y para él».36

      Sin embargo, hay dos facetas en las que el nacimiento virginal es más que una señal y donde, de hecho, parece formar parte de la lógica interna de las propias doctrinas. Éstas son la condición de Hijo divino de Cristo y su ausencia de pecado. En realidad, el propio Lucas relaciona explícitamente estas doctrinas con el nacimiento virginal:

      «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lc. 1:35).

      Es difícil afirmar dogmáticamente que no podría existir una encarnación sin un nacimiento virginal. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que si el acontecimiento no fuera milagroso contendría un factor profundamente incongruente. En Hebreos 2:10, el escritor habla de la pertinencia de que el Capitán de la Salvación se perfeccione mediante los sufrimientos. No cabe duda de que también es pertinente, de igual manera, el nacimiento de nuestro Señor tal y como se describe en Mateo y Lucas.

      ¿Es posible definir con mayor exactitud las incongruencias implicadas en una encarnación que fuera resultado de un acto sexual normal? Hay tres ideas que surgen solas.

      Primero: sería muy difícil eludir cierto tipo de adopcionismo, porque según este paradigma Dios haría suya la naturaleza humana de Cristo sólo después de que cualquier otro agente la hubiera dotado de existencia. Sin embargo, según la doctrina de la concepción virginal, la naturaleza humana de Cristo no existe ni un solo instante excepto como la humanidad de Dios. Nunca se vuelve la naturaleza de Dios. Accede a la existencia unida ya a Dios.

      Segundo: la refutación del nacimiento virginal significaría que el Señor tuviera una doble paternidad. Por un lado, un Padre divino, Dios; por otro, un padre humano, José. Esto no es imposible, pero sí

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