La persona de Cristo. Donald Macleod
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No obstante, cabe destacar que existe una diferencia importante entre las palabras de Gálatas 4:4 y sus paralelos aparentes. Tanto en Mateo 11:11 como en Job 14:1 la palabra que se usa es «nacido» (gennētos). En Gálatas 4:4 la palabra es genomenos («venido»). La variación sugiere una idea que retomaremos luego: aunque no afirman explícitamente el nacimiento virginal, los escritores neotestamentarios describen la llegada del Señor al mundo en unos términos muy infrecuentes. Entre tanto, baste decir que si Pablo hubiera querido no contradecir la doctrina del nacimiento virginal, no podría haber elegido mejores palabras que las que usó en Gálatas 4:4.
El tercer pasaje es Romanos 1:3, que declara que Cristo era hijo de David conforme a la carne. En las genealogías de Mateo y de Lucas, esta descendencia no se sigue a través de María, sino de José. Sin embargo, sería imprudente llegar a la conclusión de que esto contradice palpablemente el nacimiento virginal. Si lo hiciera, sin duda los propios evangelistas lo hubieran detectado. Aparte de la posibilidad de que la propia María perteneciese a la casa de David, José había adoptado a Jesús como su propio hijo, de modo que legalmente lo había situado dentro del linaje davídico. Además, aquí, como en Gálatas 4:4, Pablo usa el verbo ginesthai («venir»), en lugar de gennasthai («nacer»). Tal y como señala C. E. B. Cranfield, esto quizá refleje el conocimiento que tenía Pablo de la tradición del nacimiento virginal.18 Sin duda, el lenguaje que usa es muy coherente con esto, y muy difícil de explicar si fuera otro el caso.
Sin embargo, sigue siendo un hecho que aparte de las narrativas del nacimiento de Mateo y de Lucas, el Nuevo Testamento no hace referencia explícita al mismo. Pero esto dista mucho de ser tan condenatorio como parece.
En primer lugar, el Nuevo Testamento nunca niega ni contradice el nacimiento virginal.
Segundo, las historias de Mateo y de Lucas son los únicos relatos que poseemos sobre el nacimiento y la infancia de nuestro Señor. En este sentido, la concepción milagrosa recibe un 100 por 100 de confirmación por parte de los registros conservados.
En tercer lugar, Juan guarda silencio no sólo sobre el nacimiento virginal sino también sobre incidentes tales como la tentación, la transfiguración, la última cena y la agonía en el huerto. Probablemente consideraba que no tenía sentido duplicar los relatos de estos sucesos, ofrecidos en los Sinópticos, y su silencio sobre el nacimiento virginal puede explicarse con esta misma razón. Después de todo, dice que si hubiera escrito todo lo que sabía, el mundo no podría contener todos los libros que podría escribir (Jn. 21:25).
En cuarto lugar, si la historia del nacimiento virginal fuera legendaria, Juan, que escribió treinta o cuarenta años más tarde, la hubiera negado sin duda alguna, despejando así la confusión. No duda en corregir otras tradiciones erróneas (como la que sostenía que Jesús afirmó que Juan no moriría, Jn. 21:23). Es incluso más probable que hubiera corregido una historia que conllevaba la posibilidad de que María se viera envuelta en un escándalo, una mujer sobre la que tenía una responsabilidad especial (Jn. 19:27). Esto hubiera quedado reforzado por el hecho de que, a la vista de las circunstancias, el nacimiento virginal parecía cualificar y limitar la humanidad del Señor, convirtiéndose en un arma en manos de aquellos herejes que negaban que Cristo hubiera venido en la carne (1 Jn. 4:2).
Por lo que respecta a Pablo, es conveniente recordar que era compañero de viaje de Lucas, y que es muy improbable que existieran divergencias fundamentales entre las tradiciones que proclamaron. También es muy arriesgado asumir que si Pablo creía algo, o sabía de algo, estaba obligado a mencionarlo. De hecho, es muy parco en sus referencias los detalles de la vida de Jesús. Por ejemplo, nunca menciona a José ni a María. ¿Quiere esto decir que no sabía nada de los padres de Jesús (o que negase su existencia? También guarda silencio sobre el bautismo, la tentación, la transfiguración y Getsemaní. No menciona ni una sola de las parábolas o de los milagros de Cristo. El único motivo de que mencione la Cena del Señor es que en la iglesia de Corinto habían surgido unos problemas especiales en relación con ella, problemas que sólo se podían resolver recordando los actos y las palabras que usó Jesús para instituirla. Nunca surgió ningún problema que requiriese una alusión al nacimiento virginal y, probablemente, ésta sea toda la explicación sobre el silencio que guardó el Apóstol al respecto.
A pesar de esto, su silencio no es sencillo, y más de una vez uno tiene la impresión de que Pablo está pensando en el nacimiento virginal, que impone su propio troquel sobre lo que escribe. Como indica James Orr: «En las epístolas apenas se hace una sola referencia a la entrada de Cristo en nuestra humanidad que no esté caracterizada por alguna peculiaridad de expresión significativa».19 Cuando examinamos el lenguaje de Romanos 1:3, Gálatas 4:4 y Filipenses 2:7 (ser hecho, genomenos, en semejanza a los hombres), es natural preguntarse: «¿Así es como estamos acostumbrados a hablar de un nacimiento natural?».20 Podemos añadir tres ideas más.
Primera: de entre todos los evangelistas, Lucas es el historiador más concienzudo. Su prefacio señala que tenía acceso a fuentes escritas y a los relatos de testigos oculares de aquellos que estuvieron con el Señor desde el principio. También indica que él mismo había «indagado diligentemente» en todas las cosas, y que le interesaba ofrecer un relato ordenado que confirmase a Teófilo la veracidad de lo que había oído. Es difícil creer que, habiendo dicho esto, se pusiera de inmediato a hilvanar leyendas. Es evidente que no era crédulo, ni es probable que recurriese al engaño intencionado. Debía estar convencido personalmente de que la tradición sobre el nacimiento virginal estaba bien fundamentada.
Segunda: según la propia naturaleza del caso, la concepción virginal hubiera sido un secreto muy bien guardado. En el momento del nacimiento de Jesús, María y José estaban entre desconocidos, y es improbable que hubieran surgido sospechas de que el niño había nacido fuera del matrimonio. Está claro que, psicológicamente, María no querría hablar de los detalles con nadie excepto con unos pocos amigos íntimos. Aquellos detalles eran demasiado íntimos y potencialmente vergonzosos. Se nos dice más de una vez que María guardaba para sí estas cosas. Esto explica en gran medida el silencio de la iglesia. Pocos sabrían la verdad y, en medio de los difíciles campos de misión del Imperio, pocos de los que la supieran considerarían inteligente proclamarla.
Tercera: en cierto sentido, el hecho de que el resto del Nuevo Testamento guarde silencio es un argumento que favorece la doctrina que exponen Mateo y Lucas. Demuestra que, como el título «Hijo del hombre» y la frase «el reino de Dios», la doctrina del nacimiento virginal no figuraba en la predicación de la iglesia primitiva. Por tanto, es evidente que Mateo y Lucas no se limitaron a leer en la historia anterior el mensaje expuesto en la comunidad cristiana. Como hemos visto, esta doctrina tampoco tenía valor apologético. Los judíos no esperaban que el Mesías naciera de una virgen (como sí esperaban que fuera del linaje de David). El único motivo para registrar semejante doctrina fue que creían que era cierta y la pusieron por escrito aunque los paganos pudieran malinterpretarla flagrantemente, y aunque personas como Juan, que estaban en posición de conocer la verdad, pudieran refutarla. ¿Una motivación teológica?
La tercera línea de objeciones al nacimiento virginal es que tiene una motivación teológica. Las narrativas del nacimiento no reflejan la verdad, sino el deseo de ofrecer una explicación para llamar a Jesús “el Hijo de Dios”. Ciertamente, según sostiene Küng21, el mismo Lucas lo dice: «por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios» (1:35).
Como respuesta podríamos decir que un hombre no miente por el mero hecho