La persona de Cristo. Donald Macleod

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La persona de Cristo - Donald Macleod

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el modo en que los Evangelios hablan del Hijo del Hombre es totalmente coherente con su preexistencia, y casi imposible de explicar si se niega. Esto es especialmente cierto de dos dichos que hablan de la venida del Hijo del Hombre al mundo: Marcos 10:45 y Lucas 19:10. El primero nos dice que Cristo vino no para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. El segundo nos dice que vino a buscar y a salvar a los perdidos. La idea no es simplemente que el Hijo del Hombre está en el mundo porque vino a él (supuestamente de alguna otra parte), sino que estos pasajes le adscriben una intención deliberada para venir. Vino porque quería servir. Vino porque quería salvar a los perdidos. Algunos de los dichos añaden una dimensión ulterior al sugerir, a veces tangencialmente, la gloria del estado del que había descendido. El propio pasaje de Marcos 10:45 lo hace al decir: «ni aun el Hijo del Hombre». El hecho de que Él, de entre todos los hombres, debiera servir tiene algo de inesperado y de incongruente. De hecho, en las palabras que se le atribuyen aquí, Jesús hace el mismo uso práctico de su gloria preexistente como el que hace Pablo en Filipenses 2:5 y ss. y 2 Corintios 8:9: su voluntad de renunciar a sus propios derechos y privilegios es un modelo para nuestras kenōsis y una reprensión a todas nuestras pretensiones humanas.

      En Mateo 8:20 (paralelo a Lc. 9:58) hallamos una consciencia parecida de la incongruencia de su condición terrenal, humilde: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza». Una vez más, lo notable es que Él de entre todos los hombres, carezca de hogar:

      Mas tu lecho fue el cieno, oh Tú Hijo de Dios, en los desiertos de Galilea.36

      Habiendo dicho esto, encontramos una dificultad para relacionar a Cristo, en su primera venida, con la visión que tuvo Daniel del Hijo del Hombre: que no hay «venida en las nubes». Todas las alusiones en los Evangelios relacionan éstas a la segunda venida (por ejemplo, Mr. 13:26; 14:62).

      Podemos decir dos cosas como respuesta a esto:

      Primero, que la natividad y el ministerio temprano no carecieron del todo de esplendor divino. La natividad se encuadra en el contexto de la misión del Precursor, la visita de los magos (Mt. 2:1 y ss.) y la aparición de la multitud angélica (Lc. 2:8-13). El propio ministerio recibe una reiterada acreditación divina por medio de los milagros y la Voz del cielo (Mr. 1:11; 9:7). Incluso sobre el fundamento de los relatos sinópticos, el comentario de Juan estaría más que justificado: «y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (Jn. 1:14).

      Segundo, es peligroso insertar en la profecía de Daniel la distinción entre la primera y la segunda venida de Cristo. Para el Antiguo Testamento, la parousia es un todo indivisible. La distinción sólo se formula en el Nuevo Testamento, e incluso entonces sólo gradualmente. Geerhardus Vos expresa muy bien las implicaciones que tiene esto para nuestro estudio actual:

      Si en manos de nuestro Señor la venida mesiánica se resuelve en dos plazos, una primera y una segunda aparición, entonces la firma general del suceso indiviso, como la naturaleza sobrenatural del carácter teofónico y la procedencia celestial de la venida, se pueden aplicar indiscriminadamente a cualquier estadio, lo cual no supone negar, por supuesto, que las características que destacó Daniel puedan encontrar un cumplimiento más realista en la segunda fase que en la primera.37

      En su primera venida, no menos que en la segunda, Jesús es el Hijo del Hombre y, como tal, es un ser celestial preexistente.

      Partiendo de los Evangelios sinópticos hallamos una cuarta consideración: los postulados claros de la parábola de los arrendatarios (registrada en los tres: Mt. 21:33-46; Mr. 12:1-11; Lc. 20:9-19). Todo lo que hay en esta parábola conspira para enfatizar la grandeza del Mesías rechazado: es el último enviado, el hijo, no un siervo, el hijo amado, el unigénito, y el heredero. Debido a esta grandeza, las consecuencias de rechazarle y matarle son trascendentales. Cuando Jesús preguntó: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará a esos labradores?», los judíos dijeron: «Llevará a esos miserables a un fin lamentable, y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo» (Mt. 21:40-41). Tal y como señala Vos:38

      Esta respuesta asumía que no podía producirse nada más radical que un cambio de administración; que Caifás y sus compañeros, miembros del Sanedrín, serían destruidos, y otros gobernantes les sustituirían, después de lo cual la teocracia podría funcionar como antes. Jesús corrige esta hipótesis tan simplista; para Él, esta respuesta era totalmente inadecuada. Ellos no habían apreciado la plena gravedad del rechazo del Hijo de Dios: la abrogación completa de la teocracia, y la edificación desde los cimientos de una nueva estructura en la cual el Hijo, así rechazado, recibiría una justificación plena y el honor supremo: «Por eso os digo que el reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos». (Mt. 21:43)

      La grandeza que está en juego aquí (la que subyace en la gravedad de rechazarle) no es solamente la de la condición mesiánica de Jesús. La propia condición mesiánica descansa sobre algo más profundo: la condición de hijo. Él es Hijo antes de ser enviado, y es enviado porque es Hijo: «Tendrán respeto a mi hijo» (Mt. 21:37). Las ideas de la preexistencia y la filiación forman parte de la esencia del relato.

      El significado de la preexistencia

      Por consiguiente, la doctrina de la preexistencia parece bastante segura sobre sus fundamentos exegéticos. Pero ¿qué significa? Muchos eruditos la han sometido a una reinterpretación radical y reduccionista. Entre ellos, el principal ha sido John A. T. Robinson.39 Éste parte de la afirmación poco prometedora de que la preexistencia, como la mesianidad o «la humanidad impersonal», es un concepto que en la época moderna es posible que no signifique nada. Sin embargo, habiendo dicho esto parece que no está seguro de qué hacer con el concepto, porque procede a ofrecer nada menos que tres interpretaciones de la preexistencia.

      Primero, dice que la doctrina de la preexistencia representa simplemente una actualización de la idea de la preordenación.40 Cristo preexistió en el sentido de que su ministerio formó parte de la voluntad deliberada y del plan de Dios. Robinson ni explica ni defiende esto. No obstante, seguro que es evidente que no puede existir tensión alguna entre la preordenación y la preexistencia. Establecer una no supone rechazar la otra. De hecho, las dos doctrinas se encuentran en ocasiones muy relacionadas en el Nuevo Testamento. En 1 Pedro 1:20, por ejemplo, leemos que Cristo fue destinado antes de la fundación del mundo, pero que fue revelado al final de las eras (mi traducción). La conclusión más segura respecto a este versículo es que ni afirma ni niega la preexistencia de Cristo. Por lo que respecta a su relación con la preordenación, es evidente que a lo largo del Nuevo Testamento lo que se preordena no es la existencia de Cristo sino su manifestación (1 P. 1:20), su soberanía cósmica (Ef. 1:9-10) y especialmente sus sufrimientos (Mr. 8:31; Jn. 17:1; Hch. 2:22 y ss.).

      Segundo, Robinson ofrece lo que sólo puede llamarse una definición biológica de la preexistencia. Él sostiene que el único tipo de preexistencia de la que podemos estar seguros, es que «Jesús debió estar vinculado por medio de su tejido biológico con el origen de la vida en este planeta, y por detrás de él con todo el proceso inorgánico que se remonta hasta el polvo de estrellas y el átomo de hidrógeno; siendo parte del “manto sin costuras de la naturaleza” tanto como cualquier otro ser vivo».41 Por lo que respecta a lo que afirma este comentario, es perfectamente aceptable. Como indica el propio Robinson, el Nuevo Testamento nos lo dice explícitamente, sobre todo en la genealogía de Lucas, que traza la descendencia física del Señor hasta Adán. Robinson no dice más que C. S. Lewis: «Tras cada espermatozoo subyace toda la historia del universo: encerrada en su interior se haya buena parte del futuro del mundo».42 Lo que genera un problema es lo que Robinson niega. ¿Es ésta realmente la única clase de preexistencia? Como él mismo admite,

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