El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo

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El desarrollo y la integración de América Latina - Armando Di Filippo

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John Maynard Keynes 1936). Sin embargo, la inteligencia artificial ya está determinando que las mercancías son productos cada vez más “indirectos” del trabajo humano… y de la mente humana misma.

      Tampoco hay que olvidar el carácter multidimensional (económico, político y cultural) de enfoques nacionalistas e historicistas del tipo Sistema Nacional de Economía Política (F. List 1841) o los de la Escuela Americana (Alexander Hamilton, Henry Carey). Lo mismo cabría decir del institucionalismo estadounidense (Thorstein Veblen, John Commons). Estas corrientes de pensamiento abrevaron en el examen de procesos históricos cruciales para el desarrollo económico de Occidente que condujeron a la formación de grandes potencias industriales como Estados Unidos y Alemania.

      Las corrientes teóricas mencionadas en el párrafo anterior fueron industrialistas, proteccionistas e integracionistas, oponiéndose a los dogmas liberales del libre cambio formulados por los economistas clásicos y neoclásicos.

      El integracionismo de Estados Unidos y de Alemania dio lugar finalmente a la unificación en un solo país de cada una de estas grandes potencias. En Alemania la tarea estuvo a cargo del Canciller Bismarck, y en Estados Unidos de Abraham Lincoln tras la Guerra de Secesión. También el estructuralismo latinoamericano ha sido y es, todavía actualmente, integracionista. Esta actitud integracionista de América Latina predicada por el E.L. debe entenderse y replantearse aún con más fuerza en esta era del capitalismo globalizado (véase el capítulo X).

      Estas corrientes de pensamiento han contribuido a entender el funcionamiento de los mercados en los siglos anteriores al presente. Sin embargo, la ciencia económica que terminó dominando el panorama académico occidental fue la que resultaba funcional a los centros hegemónicos principales del capitalismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta ciencia emanó principalmente de la corriente liberal neoclásica (Menger, Walras, Jevons, Marshall, etc.): abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de “competencia perfecta”, en donde las mercancías transadas se denominaron “bienes económicos” caracterizados por su “utilidad y escasez”.

      La racionalidad capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del Gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados por Abraham Lincoln en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos y, también, como liberación de la joven nación de los lazos que la subordinaban a su madre patria.

      El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético autoexpansivo fundado en la racionalidad instrumental del capital. Su modus operandi es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico-ambientales. Librado a los poderes económicos que se confrontan en los mercados tiende inexorablemente a generar posiciones monopólicas incompatibles con la democracia (véase la cuarta parte).

      Las voces que pronosticaron el fin del capitalismo se han equivocado múltiples veces a lo largo de los siglos XIX y XX y, al final, el capitalismo ha continuado expandiendo y profundizando su dominio, ahora a escala planetaria. Sin embargo, en este siglo se han agudizado o profundizado al menos dos circunstancias históricas nuevas que están cambiando el “campo de juego”: por un lado, el surgimiento de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC), y, por otro lado, la agudización de la crisis biológico-ambiental a escala planetaria. Estos factores están generando un impacto transformador definitivo e irreversible que no tiene precedentes en la historia humana. En particular están afectando en profundidad la lógica de los mercados en cuanto a precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan. De allí la necesidad de formular nuevas teorías multidimensionales del valor económico que expliquen este nuevo desempeño y permitan introducir frontalmente la lógica de la democracia en el juego íntimo del mercado.

      El impacto planetario de estas mutaciones conduce a un replanteamiento ético nuevo que no puede deducirse directamente de los preceptos morales del pasado. Utilizando una analogía que equipara los sistemas sociales a los juegos. Se trata de un “juego” nuevo, que da origen a nuevos jugadores (tanto los que “ganan” como los que “pierden”), operando con nuevos tipos de jugadas, que conducen a la elaboración de nuevas reglas.

      La actual (junio de 2021) pandemia que nos afecta planetariamente se encuadra naturalmente en las formas cómo está respondiendo el poder biológico-ambiental a la presencia depredadora de los seres humanos. Obviamente el que esto escribe no puede establecer ninguna correspondencia o correlación causal entre la crisis ambiental por un lado y la pandemia por el otro, pero de lo que no cabe duda es del alcance planetario de esta peste, y de la necesidad de abordarla de manera conjunta para evitar un derrumbe multidimensional de la civilización humana.

      La pandemia no ha hecho más que acelerar procesos históricos que estaban latentes. Estamos en un profundo cambio de época cuyo desenlace desconocemos: pero que puede conducirnos a un apocalipsis terminal o a un nuevo despertar civilizatorio. Por un mínimo sentido de cautela y auto conservación se impone una ética que tienda a preservar la sobrevivencia de la especie humana frente a los impactos objetivos que, en las esferas económica, política, cultural y biológico- ambiental, están derivando de la racionalidad descontrolada del capital y de la lógica sistémica del capitalismo, apoyado en los valores del individualismo utilitarista (véase el capítulo XVII).

      Esta ética de la sobrevivencia de la especie no se opone, pero tampoco se deduce directamente de valores trascendentes de naturaleza metafísica como los manifestados a través de las grandes religiones que son origen de las civilizaciones occidentales. Del mismo modo, la ética que nos ligaron los grandes filósofos occidentales (Aristóteles, Tomás de Aquino, Espinoza, Kant, etc.) está compuesta de principios y de preceptos para el comportamiento de personas humanas que mayoritariamente nacieron en sociedades pre o protocapitalistas. Es una ética cada vez menos útil para regular el actuar de autómatas instrumentalmente racionales dotados de personalidad jurídica (como las grandes corporaciones transnacionales) y orientados a maximizar el excedente privado en el marco del capitalismo globalizado actual. Los valores humanos fundamentales tendrán que reinterpretarse para enfrentar los desafíos de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial y, de manera creciente, regulan nuestros comportamientos.

      Vivimos en un mundo pragmático en donde el razonamiento científico (y, lo que debería ser, su búsqueda insobornable de la verdad) ha quedado capturado y colonizado por la racionalidad instrumental del capital transnacional, fundada en los criterios microeconómicos del cálculo costo beneficio.

      Hoy más que nunca en la historia, la complejidad e interdependencia de los poderes que modelan las sociedades humanas del tercer milenio, exigen una ciencia económica y una economía política que los refleje y traduzca en su teorización general sobre los mercados.

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