El Maestro y Margarita. Mijaíl Bulgákov

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El Maestro y Margarita - Mijaíl Bulgákov страница 4

El Maestro y Margarita - Mijaíl Bulgákov Clásicos

Скачать книгу

es así —contestó el extranjero—. Quisiera preguntarle algo, si no es secreto ¿Qué hará esta tarde? —Secreto no es. Ahora iré a mi casa y luego, sobre las diez, a una reunión del Massolit que presidiré.

      —No, eso es imposible —afirmó el extranjero con firmeza. —¿Por qué?

      —Porque —con los ojos entornados el extranjero observó el cielo donde, presintiendo el frío del anochecer, volaban negros y silenciosos pájaros—, Annushka ya compró el aceite de girasol y no sólo lo compró, sino que incluso lo derramó. Así que la reunión no se celebrará.

      En ese instante, y como es comprensible, bajo los tilos se hizo el silencio.

      —Disculpe —dijo Berlioz luego de esa pausa y miró al extranjero que decía tales tonterías—, ¿qué tiene que ver aquí el aceite de girasol... y quién es esa Annushka?

      —Sí ¿por qué el aceite de girasol aquí? —saltó de repente Desamparado que, por lo visto, decidió declarar la guerra al desconocido—. Ciudadano, ¿nunca ha tenido que visitar un manicomio? —¡Iván! —exclamó por lo bajo Mijaíl Alexándrovich.

      Sin ofenderse en nada, el extranjero rió divertido:

      —He estado, he estado y no una sola vez —respondió, riéndose, sin apartar del poeta su dura mirada—. ¡Dónde no he estado! Sólo lamento no haberle preguntado al doctor qué es la esquizofrenia. Por favor, pregúntele usted mismo, Iván Nikoláievich.

      —¡¿Cómo sabe usted mi nombre?!

      —Hágame el favor, Iván Nikoláievich, ¿quién no le conoce a usted? —del bolsillo, el extranjero extrajo el último número de la Gaceta Literaria y Desamparado vio su retrato en la primera página y sus versos debajo. Pero tal prueba de popularidad y fama, que ayer le produjera satisfacción, no alegró al poeta en ese instante.

      —Disculpe —dijo y su rostro se ensombreció—. ¿Me permite un momento? Tengo algo que decirle al camarada.

      —¡Cómo no! —exclamó el desconocido—. Aquí, debajo de los tilos, es muy agradable y, además, no tengo prisa por llegar a ninguna parte.

      —Oye, Micha(5) —le susurró el poeta a Berlioz, llevándole aparte— no es ningún "inturista",(6) sino un espía. Un ruso emigrante infiltrado. Pídele sus documentos que se nos va...

      —¿Tú crees? —murmuró Berlioz alarmado y él mismo pensó "Quizá tenga razón".

      —Hazme caso —le cuchicheo el poeta en el oído— se enmascara de tonto para conocer algo. Ya ves lo bien que habla ruso —el poeta hablaba y miraba de reojo por si el extranjero escapaba—, detengámoslo que se nos va.

      Por la manga, el poeta jaló a Berlioz hacia el banco.

      El extranjero estaba de pie cerca del banco y en la mano sostenía un librito de una encuadernación gris oscura, un sobre grueso de buen papel y una tarjeta de visita.

      —Discúlpenme de que, en la pasión de nuestra discusión, me haya olvidado de presentarme. Aquí están mi tarjeta, mi pasaporte y la invitación de viajar a Moscú para unas consultas —dijo muy serio, mirando con ojos penetrantes a ambos literatos que quedaron confundidos.

      "Diablos, lo oyó todo", se dijo Berlioz y con gesto educado le hizo ver que no era necesario mostrar los documentos.

      Mientras el extranjero le extendía los documentos al editor, el poeta pudo leer en la tarjeta de visita la palabra "Profesor" impresa con letras extranjeras y la letra inicial del apellido: la V.

      —Mucho gusto —musitó el sorprendido editor y el extranjero escondió los documentos en el bolsillo.

      De esta manera la relación fue reestablecida y los tres se sentaron de nuevo en el banco.

      —¿Profesor, ha sido usted invitado en calidad de consultante? —preguntó Berlioz.

      —Sí, de consultante.

      —¿Es usted alemán? —inquirió Desamparado.

      —¿Yo? —el profesor se quedó pensativo de repente—. Sí, por favor, alemán.

      —Usted habla muy bien el ruso —hizo notar Desamparado. —Oh, en general soy políglota y conozco una gran cantidad de lenguas —respondió el profesor.

      —¿Y cuál es su especialidad? —quiso saber Berlioz.

      —Soy especialista en magia negra.

      "Vete a ver" resonó en la cabeza de Mijaíl Alexándrovich,

      —¿Y... usted ha sido invitado aquí por esa especialidad? —preguntó recobrando la respiración.

      —Sí, por esa especialidad —confirmó el profesor que aclaró—: Aquí en la Biblioteca Estatal han sido descubiertos unos manuscritos del siglo X, originales del nigromante Herbet de Aurilaquia. Se me pide que los examine. En el mundo soy el único especialista. —¡Ah, ah! ¿Es usted historiador? —preguntó Berlioz con gran alivio y respeto.

      —Lo soy —confirmó el sabio y añadió algo que no venia al caso—: Esta tarde en los Estanques del Patriarca ocurrirá una interesante historia.

      Nuevamente el asombro del poeta y del editor llegó al máximo cuando el profesor les hizo una seña con la mano para que se acercaran y les murmuró al inclinarse ellos hacia él.

      —Tengan en cuenta que Jesús existió.

      —Vea, profesor —dijo Berlioz con sonrisa forzada— nosotros respetamos sus grandes conocimientos, pero en esta materia tenemos otro punto de vista.

      —No es necesario otro punto de vista —respondió el extraño profesor— sencillamente, él existió y nada más.

      —Pero se necesita alguna prueba... —comenzó a decir Berlioz. —No es necesaria ninguna prueba —respondió el profesor en voz baja y por algún motivo su acento desapareció—. Es muy sencillo, temprano en la mañana del día catorce del mes primaveral, Nisán, vistiendo una capa blanca de forro rojo como la sangre, con el andar propio de los jinetes de caballería...

      Capítulo 2

       Poncio Pilato

      Temprano en la mañana del día catorce del mes primaveral, Nisán, vistiendo una capa blanca de forro rojo, como la sangre, con el andar propio de los jinetes de caballería, apareció el Procurador Poncio Pilato en la columnata techada, situada entre las dos alas del palacio de Heredes el Grande.(7)

      Más que nada en el mundo, el Procurador odiaba el olor a aceite de rosas y, en ese momento, todo vaticinaba un mal día pues ese olor no dejaba de perseguirlo desde el amanecer. Al Procurador le parecía que el olor a rosas salía de los cipreses y palmeras del jardín y que a aquel maldito efluvio se le unían el de las pieles y el sudor de la escolta.

      Del ala al fondo del palacio, vino un humo que se unió al grasiento olor a rosa, clara señal de que los cocineros de la primera cohorte de la duodécima legión, llegada a Jerusalén con el Procurador, comenzaban a preparar la comida.

      "Oh,

Скачать книгу