La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada. Autores Varios

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La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada - Autores Varios Oberta

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interés para comprender el futuro de nuestra Ilustración. Me refiero a la participación de dos jóvenes guardiamarinas –Jorge Juan y Antonio de Ulloa– en la expedición enviada a Perú por la Academia de Ciencias de París, comandada por La Condamine. En realidad, se trataba de una doble expedición, una enviada a la América española y otra comandada por Maupertuis y dirigida a Laponia. La misión era medir un grado de meridiano para averiguar la forma del planeta Tierra (Lafuente y Mazuecos, 1987).

      Una importante discusión en geodesia planteaba la forma de este planeta: si era achatada por los polos o por el ecuador. Se discurría sobre dos tradiciones científicas, la inglesa, en la senda de Newton –que llevaba la razón–, y la francesa, que seguían los cartesianos. La Academia francesa decide que la mejor manera de dilucidar este problema es enviar esas dos expediciones. Para el Perú era necesario el permiso de la Corona española, siempre recelosa de la entrada de rivales en su imperio. Pero el dominio de la dinastía Borbón en España hacía posible conseguirlo. Se logra, pero la condición es que dos marinos de acá acompañen a los franceses. Van otros sabios, como Jussieu, pues también interesaba la historia natural. Esta imposición muestra muy bien los recelos de la Corona hispana ante imperios que rivalizan en el dominio trasatlántico. Pero las consecuencias fueron muy importantes, tanto para Francia como para España. París se convenció de que la Tierra era un planeta achatado por los polos y los expedicionarios realizaron importantes trabajos en astronomía, historia natural, antigüedades, medicina, economía, etcétera.

      Los avispados españoles, un valenciano y un andaluz, fueron capaces no sólo de aprender y colaborar, sino también de aportar mucho saber a la expedición. Se convirtieron en sabios y científicos, pues los marinos se comportaban como una academia: se aprendía e investigaba. Todo ello no se consiguió sin problemas, tanto científicos, por las prioridades y calidades de las observaciones, como políticos, por ejemplo las discusiones sobre unas pirámides que se erigieron en el ecuador. Los españoles aprendieron muy bien astronomía, aparte de redactar unas apasionantes noticias secretas que mostraban bien que las expediciones tenían desde el principio un doble papel científico y político, encaminado a estudiar el mejor control administrativo y económico del Imperio. Se quería mejorar tanto la administración y la defensa como la vida y la sociedad. Algunas de las discusiones versan sobre el trato dado a los nativos o acerca de los metales preciosos y los útiles.

      Los trabajos de los españoles fueron excelentes, lo que dio como resultado la publicación de las Observaciones astronómicas y de la Relación histórica del viage a la América meridional. Son dos libros que se consiguen con la protección de Ensenada, siendo combatidos por Torres Villarroel y apoyados por Burriel y por Sarmiento. Se convierte el estudio en materia de Estado y sus protagonistas en «asesores» de la Corona, en una «academia» que aconsejó al rey en asuntos de toda índole, desde los más elevados puestos de mando, en la marina, la política y la administración. Los guardiamarinas siguieron una carrera militar, participando en acciones bélicas y nuevas travesías, pero también fueron capaces de aconsejar sobre el gobierno del Imperio e incluso, en el caso de Ulloa, de tener posibilidad de ejercerlo. Viajaron por Francia e Inglaterra, buscando tanto la mejora social como la económica, las novedades militares como las científicas. Mantuvieron excelentes relaciones con sabios extranjeros, así como con las academias de ciencias, en las que Juan ingresó, siendo traducido a las principales lenguas, como había ocurrido con los tratados de náutica renacentistas. Introdujeron entre sus compatriotas nuevos saberes y compraron buenos instrumentos para instituciones de enseñanza. Jorge Juan fue un personaje esencial para la mejora de las escuelas de guardiamarinas, por ejemplo en Cádiz, donde apoyó la introducción de la ciencia moderna, los nuevos libros y los instrumentos necesarios. La presencia de un observatorio astronómico fue siempre básica en la formación de los marinos. También la exigencia en el estudio de la ciencia, como se da en la formulación del «curso mayor» de estudios (Lafuente y Sellés, 1988; Sellés, 2000).

      Se introducía una forma nueva de aprender, incluso de carrera profesional. El ejército medieval y moderno estaba mandado por la nobleza, pertenecer a sus linajes aseguraba un puesto a la cabeza de las tropas. Pero en el siglo XVIII se quieren otros caminos de acceso y promoción en el ejército, desde luego los méritos de guerra, pero también los profesionales y científicos. Esta formación sabia de los militares tenía este objeto y así se explica la insistencia de los marinos en formar buenos técnicos. Jorge Juan, en sus estancias en Cádiz –por desgracia, muchas veces interrumpidas por otras misiones–, colaboró en estos cambios. Fueron importantes las tertulias gaditanas, en las que artes, letras y ciencias se discutían. También la flamante Academia de Guardiamarinas, o el Colegio de Cirugía de Cádiz. Quizá entre sus propósitos estaba la fundación de una academia de ciencias semejante a la francesa. Podemos también relacionar este interés con la recomendación a la Academia de Bellas Artes madrileña de encomendar a Benito Bails la redacción de cursos de matemáticas, lo que permitió la formación de buenos profesionales. Los artistas necesitaban matemáticas, perspectiva y geometría, los arquitectos además física, mecánica y técnica. En fin, el libro fue aceptado por las universidades, lo que facilitó la entrada en las aulas de la moderna matemática. Sin embargo, era una carrera en la que se habían adelantado ya las academias militares, al introducir el cálculo infinitesimal, tal como mostró Cuesta Dutari.

      Hacia el final de su vida, tiene Juan un extraño encargo: la dirección del Seminario de Nobles de Madrid, desde 1770, año en que regresa de la embajada en Marruecos, hasta su muerte. Era una tarea al parecer de poca importancia para tal personaje, pero muy reveladora de los mecanismos por los que la ciencia se introducía. El Seminario de Nobles deriva del interés de los jesuitas –con los que se educó y también relacionó, por ejemplo con Burriel– por formar a las elites. A principios del siglo XVII habían solicitado universidad en Madrid, con la oposición de las mayores castellanas. Argumentan que en las principales capitales europeas había centros de enseñanza superior, su propia tradición docente y la dificultad de los hijos de la nobleza para abandonar la Corte y el aprendizaje junto a la familia y el trono. Se les concede el Colegio Imperial y, más tarde, por mediación de Felipe V, los Seminarios de Nobles. Tras la expulsión, estas instituciones tuvieron distintos fines, como seminarios conciliares e institutos como el de San Isidro.

      Vemos pues a un marino que se acerca a las otras dos formas de enseñanza, las aulas y la Iglesia. No es extraño, los jesuitas habían tenido un papel importante tanto en la Universidad, como en algunas escuelas para militares. Consagrados los jesuitas a la formación de nobles, tenían manga ancha y en el Imperial formaron a ilustres literatos de extracción social inferior. Por tanto, ahora hubo a su vez varios militares al frente del Seminario de Nobles. Se quiere sustituir a la Compañía, pero también mejorar la enseñanza de los aristócratas, con destino en la administración o los ejércitos, pues siempre ocupaban sus más altos puestos. Jorge Juan querrá introducir la ciencia, mejorar la enseñanza del dibujo, de artístico a técnico, e insistirá en los libros y las instalaciones, de ahí el observatorio astronómico. Pero no se consigue atraer a la nobleza, en buena parte por el aumento del gasto, supongo que también por el esfuerzo en el estudio. Se prefería la sangre heredada o vertida a los méritos en el estudio. Nos dice el marino que los estudiantes han pasado de 100 a 15 y los gastos de sesenta mil a doscientos mil reales. El destino es sobre todo el Ejército, pero también la Iglesia. En fin, para su último año había preparado Jorge Juan su discurso Estado de la astronomía en Europa, pero muere antes de pronunciarlo. Suponía la defensa de Copérnico ante una institución de los jesuitas, quienes lo negaron en público. Se añadirá a la segunda edición de las Observaciones astronómicas.

      De este modo, volvemos al principio de la carrera de Jorge Juan, esa expedición que supuso la entrada de las matemáticas y la física modernas en España. Sarmiento se hará eco de la importancia de este evento, que consagró la mayoría de edad de nuestro saber. El militar de Novelda se ocupará de la construcción de barcos y de su mejora, siendo un gran experto en navegación. Esto lo llevará a realizar muy notables estudios en mecánica aplicada a la navegación, que supondrán tanto un importante impulso a las instituciones científicas españolas como una aportación notable a la ciencia europea. Entre sus libros,

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