Exploraciones por el planeta Comida. Pere Puigdoménech Rosell

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Exploraciones por el planeta Comida - Pere Puigdoménech Rosell Sin Fronteras

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sabemos que el modelo de estructura corporal de los animales tiene una correspondencia con la multiplicación de un conjunto de genes, que son los que determinan el desarrollo de órganos más complejos. De este modo, analizando su genoma podemos rastrear cómo los animales fueron adquiriendo una mayor complejidad del mismo modo que lo observamos en los restos fósiles que encontramos en las rocas. El hecho es que desde los erizos de mar o los gusanos hasta los mamíferos, pasando por los insectos y reptiles, el cuerpo de los animales se puede considerar un tubo digestivo rodeado de un conjunto de órganos auxiliares. Los animales fueron desarrollando sentidos más complejos para analizar el medio en el que viven: les permiten detectar la luz, el sonido, o compuestos químicos que están disueltos en el agua o que son volátiles, y también la proximidad o la temperatura de objetos. Los datos pueden transmitirse directamente a sistemas que producen movimiento mediante procesos sencillos, como ya ocurre en las bacterias con sus flagelos, pero que puede complicarse cuando el animal dispone de un sistema muscular complejo como el de los animales. Gracias a las propiedades eléctricas y químicas de las neuronas, el sistema nervioso transmite la información de forma rápida, integra los datos que llegan de los diferentes sentidos y permite coordinar el sistema muscular. Los animales desarrollan también sistemas de protección y sostén que pueden ser externos, como la piel o la cubierta de los insectos, o internos, como el esqueleto de los vertebrados. Y por supuesto, cualquier animal necesita que los alimentos se puedan digerir, es decir, descomponerse en elementos más sencillos, que se transportan por las paredes del intestino hacia el interior del organismo. Cuando el animal se hace más complejo, los nutrientes se han de transportar por el organismo gracias a un sistema circulatorio para transformarlos y almacenarlos y, sobre todo, para que los millones de células que lo componen tengan acceso a la energía y a aquellos materiales que les permiten ejercer su función.

      En el centro de todos los animales está, por lo tanto, el tubo digestivo, que está rodeado de un conjunto de órganos accesorios que constituyen una estructura determinada por la información genética característica de cada especie y que forma el cuerpo con sus diferentes órganos y tejidos. El tubo digestivo por los extremos está en contacto con el exterior y por tanto es como una segunda piel que se repliega en el interior. En los animales más complejos, este tubo se ha diversificado en diferentes partes, como la boca, que permite triturar el alimento y empezar la digestión; el esófago, que lo conduce al estómago, y las partes sucesivas del intestino, donde se degradan los alimentos en sus componentes para poder ser transferidos en el interior del cuerpo y ser utilizados. En este proceso sabemos que las funciones del intestino necesitan la cooperación de microorganismos que conviven en el sistema digestivo, evitan la proliferación de infecciones perjudiciales y colaboran en la digestión. De este modo, la piel interna que constituye el tubo digestivo tiene la función de defensa que tiene siempre la piel, que es protegerse de los ataques de organismos externos. Este hecho lo vemos cuando a veces una patología de diferentes orígenes puede llegar a producir la perforación de la pared del intestino. Entonces, los microorganismos que lo pueblan pueden infectar las regiones internas del cuerpo, lo que puede ser extremadamente grave. Por otro lado, el intestino ha de empujar el alimento desde la boca hasta el ano y secretar todo aquello que no se ha podido digerir. Las paredes del intestino deben ser también bastante permeables para que los productos de la digestión entren en el organismo y se esparzan por él.

      Alimentarse correctamente implica para todos los animales dedicar una gran parte de su actividad a recorrer y observar el entorno en busca de alimentos, identificar aquellas plantas o animales que pueden ser comidos y evitar todo aquello que puede ser perjudicial, para finalmente introducirlo en su sistema digestivo. La evolución de los animales ha hecho que este proceso pueda llegar a ser muy complejo, pero sin duda es muy eficaz, ya que permite que el animal se alimente de manera correcta. Todos los animales tenemos que explorar el mundo de modo continuo en busca de comida y decidir qué introducimos en nuestro tubo digestivo. Que las especies animales, y la humana no es ninguna excepción, hayan llegado a ser como son es, en gran parte, el resultado de haber tenido éxito en esta empresa, que no acaba nunca mientras el animal siga con vida.

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      LA ALIMENTACIÓN HA HECHO

      A LA ESPECIE HUMANA

      Los orígenes de los vertebrados, que son los grandes animales que pueblan el planeta en la actualidad, debemos buscarlos, como hemos visto, hace más de quinientos millones de años. El modo en que aparecieron a partir de los invertebrados precedentes es una cuestión que ha preocupado a quienes se interesan por la evolución biológica porque la formación de un vertebrado es complicada. Aunque todos los animales tienen en común el tubo digestivo que recorre su cuerpo de punta a punta, solo hay que ver la diferencia que existe entre un pez o un reptil y un molusco, un crustáceo o un insecto. Los vertebrados tienen un esqueleto interno sólido sobre el que se construye el cuerpo y sobre el que se fundamentan toda su actividad y sus movimientos. Es una estructura suficientemente versátil como para que la hayan adoptado todo tipo de animales que corren, vuelan y nadan. La estructura corporal de los vertebrados está basada en un esqueleto interno con sus articulaciones, pero se ha establecido también que un hecho esencial en este proceso fue la formación de la cabeza con la estructura de hueso protectora del cerebro y de un órgano esencial para la alimentación, la mandíbula, que articula la entrada de materiales por la boca y ocupa la parte inferior de la cabeza. Todo esto ha de funcionar correctamente con un número de músculos que mueven el conjunto en todas direcciones. Más tarde, en la mandíbula aparece otro elemento nuevo, que son los dientes, con la complejidad de materiales que implican. Todo esto es esencial para el desarrollo de funciones muy diversas, y en particular para que en la boca empiece el procesamiento de los alimentos, es decir, la trituración y una primera digestión. La estructura de los vertebrados fue un gran éxito evolutivo porque, hasta el momento actual, han sido los animales más grandes y diversificados que existen en la superficie de nuestro planeta.

      Durante millones de años los vertebrados vivieron en el mar, y los peces, que son unos de los vertebrados más sencillos, aún viven en él. Pero en algún momento, hace más de trescientos millones de años, los vertebrados salieron del mar. Esto implica cambios muy importantes en su estructura corporal. Su esqueleto tiene que poder sostener el peso del cuerpo sin el apoyo del agua y tiene que poder permitir que el animal se desplace por el suelo. También debe desarrollar unos pulmones que le permitan adquirir el oxígeno del aire y que ya tenían algunos peces de un modo rudimentario. La captación del aire en los vertebrados terrestres se coloca en la cabeza, junto a la boca y el cerebro, donde acaba estableciéndose una gran parte de la complejidad del animal. Para desplazarse, los vertebrados terrestres evolucionan con cuatro extremidades. Esto es diferente de lo que hicieron los insectos que tienen seis patas o las arañas, que tienen ocho. Esta estructura se mantiene en todos los vertebrados, y cuando los mamíferos aparecen hace unos doscientos millones de años, los cambios en su aspecto no son tan grandes respecto a los reptiles, que fueron durante millones de años los animales más grandes tanto sobre la tierra como dentro del agua y en el aire. Un cambio importante que se produjo en los mamíferos, como en las aves, es que controlan la temperatura corporal, lo que los hace independientes de los cambios de temperatura que se dan en la atmósfera. Los mamíferos sobre todo protegen mejor a sus crías durante las primeras etapas de su desarrollo. Este hecho ha permitido que los individuos jóvenes puedan tardar mucho tiempo en desarrollar sus órganos, que en el caso del cerebro humano necesita diversos años para conseguir su estructura definitiva. En la actualidad, las fases juveniles de nuestra especie, incluyendo la infancia y la adolescencia, necesitan más de quince años, lo que requiere una estructura familiar y social bien establecida. Los primeros mamíferos evolucionaron formando sociedades complejas. Una de las consecuencias de esta evolución es que la coordinación de todo el organismo se vuelve más compleja, lo que lleva asociado un crecimiento del cerebro.

      Los mamíferos tienen una gran capacidad de adaptación, los encontramos en todos los hábitats del planeta, incluyendo los océanos, donde se hallan animales tan complejos como los delfines, las focas o las ballenas, y algunos se han adaptado al vuelo, como los murciélagos. Una de las líneas de esta evolución, que comprende también a los

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