Exploraciones por el planeta Comida. Pere Puigdoménech Rosell

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Exploraciones por el planeta Comida - Pere Puigdoménech Rosell Sin Fronteras

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los encontramos en restos fósiles de hace unos sesenta y cinco millones de años, un tiempo en el que los grandes dinosaurios empezaban a desaparecer. Eran probablemente animales que vivían en los árboles y comían frutas y hojas y probablemente insectos y pequeños animales. Para conseguirlo desarrollaron manos y pies, que les permitían trepar por los árboles y recoger los frutos, que reconocían principalmente por la visión. Por lo tanto, tenían que determinar cuáles eran los frutos adecuados y maduros, lo que supuso el desarrollo de las zonas del cerebro que les permiten tomar este tipo de decisiones.

      Los actuales primates no humanos forman un grupo de animales que viven en África y Asia y otro grupo diferente en América y siguen viviendo esencialmente en las zonas boscosas y en las sabanas. Hace unos diez millones de años, la rama que conduce a los grandes primates que conocemos hoy, orangutanes, gorilas, chimpancés y humanos, empezó a diversificarse.

      La línea de la evolución de los primates que acaba dando lugar al desarrollo del Homo sapiens es compleja y es un objeto de investigación y debate muy intenso, lo que genera que las ideas vayan evolucionando rápidamente. Es probable que en algún momento hace unos seis millones de años un grupo de primates empezara una evolución al margen de los chimpancés y los bonobos, que todavía hoy son los animales vivos más próximos a los humanos. Una de las características que los diferencian en particular es que empezaron a ponerse erguidos, otra de las particularidades esenciales de las especies relacionadas con la nuestra. Ponerse en pie implica colocar el cráneo en una situación más abierta, lo que permite que el cerebro se vaya desarrollando. La mandíbula humana es también particular en la especie y permite que la musculatura de la boca y la tráquea posibiliten la emisión modulada de sonidos, que es la base del lenguaje articulado humano. Los dientes que se encuentran en los antecesores de los humanos en aquellos periodos nos dicen que algunas de aquellas especies, que debían de tener hasta aquel momento una dieta principalmente vegetariana, empiezan a comer animales, quizás carroña, porque son discutibles las habilidades que tenían aquellos individuos para cazar. Sin embargo, tampoco disponían en el intestino de los mecanismos que permiten a los carroñeros estrictos como los buitres comer carne en descomposición, o sea que si comían carne de animales que otros carnívoros habían cazado, quizás se disputaban los restos con otros como las hienas. Esto requeriría, sin duda, una buena cooperación entre los miembros del grupo humano.

      Que los homínidos coman carne tiene efectos diversos. Por un lado, tienen que organizarse para cazar, ya que depender únicamente de los restos de otros carnívoros podría proporcionar una cierta cantidad de carne durante un cierto tiempo, pero no es una fuente muy constante de alimento y existe competencia con respecto a otros animales. Para cazar de manera eficiente, los humanos primitivos tuvieron que desarrollar armas porque sus capacidades físicas son limitadas. Pero, por otro lado, la carne es una fuente importante de proteínas, de vitaminas y de energía, y a su vez estos nutrientes son necesarios para permitir que se desarrolle el cerebro, el órgano que determina las capacidades específicas de la especie.

      El cerebro es un gran devorador de energía. En reposo, el organismo de los humanos gasta en el cerebro un 30 % de su energía para mantener su actividad, pero evidentemente sus funciones son las que proporcionan a la especie humana unas capacidades únicas, que le han permitido imponerse en entornos tan variados como lo ha hecho hasta ahora. El cerebro centraliza la recepción de señales que el individuo recibe, las procesa y coordina sus reacciones. Al mismo tiempo es capaz de almacenar una gran cantidad de información procedente de las sensaciones que el individuo va registrando durante su vida. Por eso su desarrollo constante en la evolución de las especies que llevarían a la aparición del Homo sapiens ha sido un factor decisivo en las propiedades que han hecho que esta especie sea tan exitosa.

      Estar erguido tiene otra consecuencia, y es que las manos ya no sirven para desplazarse y quedan libres para desempeñar una multitud de funciones nuevas. Las manos evolucionan y los dedos toman una disposición diferente, sobre todo el pulgar, que crece en una posición excéntrica respecto a los otros dedos. De este modo, las manos sirven para desarrollar herramientas para cazar o para triturar la comida. Las hachas de piedra, presentes muy pronto en la evolución de los precursores de la especie humana, son indicaciones fehacientes de las nuevas posibilidades de la especie. En algunos primates, y en la especie humana en particular, las manos son las que llevan la comida a la boca. Les permiten atrapar aquello que puede ser comestible, procesarlo si hace falta y examinarlo con detalle mediante todos los sentidos disponibles para acabar tomando la decisión esencial, que es la de llevar el alimento a la boca, por donde se introduce al tubo digestivo en un gesto decisivo para la función de alimentarse.

      La especie humana es una especie social y así lo fueron sus precursoras. Constituir grupos organizados permite a sus miembros cuidar a los jóvenes y a los viejos que no pueden valerse por sí mismos, defenderse de los ataques de otros animales y otros grupos de su misma especie o de especies parecidas y acceder a alimentos que serían difíciles de conseguir para individuos aislados, como es el caso de la caza de grandes mamíferos. Al mismo tiempo, mantener una organización social es complejo y hay que resolver cuestiones internas de manera continuada, por ejemplo repartir el poder o el sexo entre quienes componen la sociedad, pero también los alimentos que se obtienen de manera organizada. Todo esto implica el desarrollo de unas capacidades nuevas en el cerebro. La complejidad de las sociedades humanas implica la necesidad de tratar de comprender el comportamiento del entorno en el que viven y el de los miembros de la misma sociedad. También se ha establecido que las especies de primates que basan su alimentación en frutos y semillas más que en hojas necesitan una mayor capacidad de distinguir lo que comen, lo que conduce a que se seleccionen cerebros más complejos. Este conjunto de necesidades estaría, según estas ideas, en el origen de la aparición de propiedades que consideramos humanas, como la inteligencia o la conciencia, y en las que se basan las ventajas evolutivas de los humanos. La capacidad de crear una abstracción del mundo que lo rodea es una característica que aparece en el Homo sapiens. Sus manifestaciones artísticas, que son a menudo representaciones de animales de los que depende la vida del grupo, son testigos excepcionales de estas propiedades tan características de los humanos.

      La especie humana desarrolló un conjunto de maneras de comunicarse entre los componentes de sus grupos sociales, en el que destaca el lenguaje. Muchos animales se comunican entre ellos mediante sonidos, pero el lenguaje humano, modulado por una laringe desarrollada y apoyado en las capacidades excepcionales del cerebro, permite transmitir conceptos complejos, cosa que le proporciona unas posibilidades únicas. El lenguaje de la especie humana es en sí mismo complejo en cuanto a la riqueza de sonidos que puede emitir, pero, además, su capacidad de conectar con conceptos complejos generados con el cerebro permite a las sociedades humanas transmitir experiencia y cultura. En cuanto a la comida, las sociedades humanas pueden transmitir cómo y dónde encontrar las plantas de las que se alimentan o cómo organizarse para cazar grandes animales. Dentro de las sociedades, probablemente la presencia de algún miembro de más edad les permitía transmitir mensajes sobre cómo organizar su sociedad o cómo tratar de comprender el mundo en el que vivían.

      Todo lo que hemos ido descubriendo hasta la actualidad nos dice que la formación de la especie humana se produjo en África hace unos ciento cincuenta mil años. Es sobre todo en el sur y en el este del continente africano donde se han encontrado los restos de las especies que fueron adquiriendo características que consideramos las propias de la humana. También hemos deducido que, en al menos dos ocasiones, los homínidos salen del continente africano y se expanden por Europa y Asia. Uno de estos casos se dio hace más de un millón y medio de años, cuando lo que denominamos Homo erectus empieza un viaje que da lugar a especies muy diversas, como el humano de Flores, que con una altura de un metro y un cerebro pequeño habitaba en algunas de las islas de la actual Indonesia. También sabemos que otra especie poblaba Europa –a la que hemos denominado Neandertal por el primer lugar donde fueron descubiertos en Alemania–, que es testigo de esta otra salida de África anterior a la formación de los humanos modernos. Con el descubrimiento de nuevos restos antiguos quedó claro que los neandertales no eran los únicos homínidos que poblaban Europa y Asia antes de la llegada del Homo sapiens. De unos pequeños

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