El oxígeno. Álvaro Martínez Camarena
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DIVERGENCIAS Y PUNTOS EN COMÚN
EN EL OTRO EXTREMO DEL HILO: EL ALZHEIMER
PLACAS, AGREGADOS Y PROTEÍNAS PEGAJOSAS
SOLUCIONES QUE ACABARON CONVIRTIÉNDOSE EN CREMAS
CAPÍTULO 5. HACIA DÓNDE NOS DIRIGIMOS
UN PUENTE ENTRE LA FÍSICA Y LA BIOLOGÍA
¿CON QUÉ HERRAMIENTAS CONTAMOS?
MÁS ALLÁ DE LAS MÁQUINAS MOLECULARES
LA NANOTECNOLOGÍA Y LAS ENFERMEDADES NEURODEGENERATIVAS
CAPÍTULO 6. TODAS LAS CARAS DEL OXÍGENO
PREFACIO
El sujeto del caso que describo a continuación lo encontré por casualidad en la calle. Era un hombre de unos 65 años, con un notable porte atlético. La agitación de sus extremidades –e incluso de la cabeza y el cuerpo entero– era tal que se había convertido en un temblor general. Era completamente incapaz de caminar; tenía el cuerpo tan encorvado, y la cabeza tan echada hacia delante, que le obligaba a avanzar en una especie de carrera continua, empleando su bastón cada cinco o seis pasos […]. Según decía, había sido marinero, y atribuía su enfermedad a haber estado confinado en una prisión española varios meses, durante los cuales había dormido sobre la tierra húmeda y desnuda. […] Ahora era un pobre mendigo, necesitado de unos cuidados médicos que no se podía permitir.
De esta forma f ue como se documentó por primera vez en el Ensayo sobre la parálisis temblorosa la enfermedad de shaking palsy, que les afectará aproximadamente al 1 % de ustedes, queridos lectores, que sostienen este libro entre sus manos.
Aunque, bien mirado, es normal que este nombre no les suene de nada. La terminología original no tardó en abandonarse y sustituirse por el apellido de su británico descubridor –médico por profesión, agitador político por vocación–. Con el tiempo, el shaking palsy sería más conocido como la enfermedad de Parkinson.
Lo que este médico nunca llegó a saber es que su trabajo, publicado en el Londres previctoriano de 1817, estaba íntimamente relacionado con el descubrimiento que unas pocas décadas atrás Scheele, Priestley y Lavoisier habían dado a conocer al mundo.
Cuarenta años antes de que James Parkinson publicara su ensayo, y a las puertas de la Revolución francesa, tres experimentos realizados en paralelo en distintos países y con distintos procedimientos dieron lugar a una de esas raras coincidencias que de vez en cuando se dan en la historia. Cada uno de los ensayos condujo a un mismo resultado: la obtención de un nuevo gas, incoloro, pero extremadamente inflamable. Sin pretenderlo, acababan de descubrir un nuevo elemento químico; un elemento llamado a tener una importancia fundamental en la enfermedad de Parkinson. Entre 1771 y 1775, el farmacéutico sueco Scheele, el clérigo británico Priesley y el revolucionario francés Lavoisier identificaron por primera vez, y de forma –más o menos– independiente, lo que denominaron «aire de fuego», «aire desflogisticado» u oxígeno.
Tendrían que pasar todavía dos siglos hasta que se pudiese trazar un hilo que conectase ambos conceptos: el oxígeno, a pesar de su importancia biológica, puede ser también una especie extremadamente tóxica. Y es esta toxicidad la que, en caso de actuar sobre el tejido cerebral, puede llegar a causar enfermedades de tipo neurodegenerativo tales como el Parkinson.
* * *
De un libro que trata sobre la molécula de oxígeno se esperaría que empezase hablando sobre su descubrimiento, sobre su origen. Sobre cómo los trabajos de Lavoisier desmentían a Aristóteles y sus cuatro elementos, sobre cómo alguno de sus descubridores murió negando su existencia –Priesley– o sobre cómo llenaba los huecos –de otra forma inexplicables– el hecho de que existiese un gas ignorado hasta el momento, y que acabaríamos conociendo como oxígeno.
No es ese el caso del libro que el lector tiene entre las manos. Aquí no se explicará su historia. Y no porque el origen de este elemento no tenga interés o porque su descubrimiento no tuviese la mínima trascendencia, más bien al contrario: su hallazgo fue clave en el abandono definitivo de la alquimia y en el nacimiento de la química moderna. El oxígeno fue a la química lo que el efecto fotoeléctrico o la caja negra fueron a la física cuántica: germen de una nueva ciencia.
El motivo para ignorar esta historia es, más bien, que la aspiración de este libro es llegar a convertirse en un compendio de rarezas del oxígeno molecular, a modo de un dieciochesco gabinete de curiosidades. Dar luz a aquellos rincones que han quedado escondidos del estudio general. Dar peso a aquellas investigaciones, aquellos tratamientos médicos que dan un vuelco a aquello que creemos saber. Mostrar lo extraordinario que esconde una de las moléculas más comunes que podemos encontrar.
Desde la escuela, todos conocemos qué es el oxígeno. En mayor o menor medida, todos hemos estudiado que es un gas, que constituye cerca del 21 % de la composición del aire que respiramos, que lo consumimos durante la respiración y que son los organismos fotosintéticos, como las plantas o el fitoplancton oceánico,