La Galatea, una novela de novelas. Juan Ramón Muñoz Sánchez
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A la luz de los acontecimientos parece claro que los cinco primeros libros de La Galatea conforman un bloque homogéneo y totalmente simétrico, que se diferencia radicalmente del libro VI, por otra parte, consecuencia lógica de aquellos. Así, nos encontramos frente a un conjunto magníficamente bien construido y detallado al milímetro por Cervantes, habida cuenta de que rodeó el mundo pastoril de la realidad histórica de su época a fin de proporcionar un aprendizaje a sus pastores del que podían y debían valerse, al mismo tiempo que los introducía en la más pura y dura realidad. Como ya dijimos, lo particular histórico, o, lo que es lo mismo, las cuatro historias intercaladas, queda enmarcado por el ámbito amoroso de la bucólica; si muy lejana al principio, cuando la presentación de Elicio y Erastro y su encuentro con la «historia» al ser espectadores de excepción del homicidio de Carino a manos de Lisandro (libro I), estrechamente unidas al final del bloque, cuando nuestros pastores reciben la noticia del futuro casamiento de Galatea, justo en el momento en el que se produce el rapto de Rosaura, provocando, a través del uso de la violencia, la incursión del mundo pastoril –lo universal poético– en la realidad histórica. Introducción, insistimos, que se produce de manera pausada y gradual, dado que entre estos dos polos se sitúan las bodas de Daranio y Silveria, eje medular del bloque y de las cuatro historias. Así, la primera y la cuarta se desarrollan de forma paralela, una antes y otra después de las bodas, abriendo y cerrando el aprendizaje y la incursión en el mundo histórico de nuestros pastores; no en vano son las que portan la violencia a la bucólica hasta sumir en ella a sus idealizados personajes:
Pero los extremos que Galatea y Florisa hacían, por ver llevar de aquella manera a Rosaura, eran tales, que movieron a Elicio a poner su vida en manifiesto peligro, porque sacando su honda, y haciendo Damón lo mesmo, a todo correr fue siguiendo a Artandro, y desde lejos, con mucho mimo y destreza, comenzaron a tirarles tantas piedras que les hicieron detener y tomarse a poner defensa (V, 319).12
Al igual que estas, las historias segunda y tercera se desarrollan también de forma paralela, pues ambas son presentadas y dejadas sin concluir en el presente de la narración pastoril antes de las bodas. Y, respetando el orden inicial, se reanuda su narración después de los desposorios que unen a Daranio y a Silveria, pero con un cambio formal: la historia la concluye un paranarrador distinto, a saber: a Teolinda la sustituye su hermana gemela Leonarda, mientras que a Silerio lo reemplaza su amigo Timbrio. No obstante, ambas historias quedan a expensas de alcanzar su conclusión definitiva, conclusión que se producirá en el propio acontecer de la narración extradiegética; es decir, en el tiempo presente de la narración de lo pastoril, que se iguala, entonces, con el histórico. Es más, ambas historias experimentan el mismo desenlace, pero presentado de manera radicalmente opuesta, pues mientras que Leonarda traiciona la lealtad que debía a su hermana por una simple cuestión sanguínea o de parentesco, y gracias a un engaño consigue al reflejo de su amor, que no su amor, dado que finalmente se casa con Artidoro y no con Galercio; Silerio, sin tener tal atadura, se mantiene fiel a la amistad que lo une con Timbrio y deshecha su amor por Nísida, aunque, al final, obtiene, si no el reflejo de su amor como la pastora de las riberas del Henares, sí la recompensa de Blanca, que es, junto con Teolinda, la gran sufridora del amor, e incluso más si cabe, por cuanto se trata de un sentimiento sordo y silencioso, magníficamente mostrado, de forma sibilina e indirecta, en la propia narración de Silerio. Por lo tanto, en torno al extraño acontecer de las bodas –pues no queda lo suficientemente claro si Silveria ha desechado su amor por Mireno debido a la obligada obediencia paterna o por las pingües riquezas de Daranio–, los pastores son los privilegiados espectadores de la fuerza del amor, capaz de romper el inquebrantable vínculo de la sangre a través del engaño cuasi picaresco de Leonarda a su hermana Teolinda, que además son gemelas o sosias; al mismo tiempo que asisten a todo un canto a favor de la amistad, capaz de imponerse al amor.
Pero no termina aquí la minuciosa labor de engranaje orquestada por Cervantes, ya que las historias se relacionan entre sí dos a dos: 1) por un lado, la primera y la tercera, por cuanto son las que se desarrollan lejos del espacio pastoril, entre nobles andaluces, y son las que alcanzan un final claro y definitivo en el conjunto de la narración total; 2) por otro, la segunda y la cuarta, dado que ambas transcurren, en principio, en las riberas del río Henares, entre personajes que interaccionan entre sí, como ya dijimos, y ambas quedan a expensas de la futura e inexistente segunda parte de La Galatea para su resolución (Rey Hazas y Sevilla Arroyo, 1996: XX).
Sin embargo, las coincidencias aún prosiguen, por cuanto Cervantes relaciona las cuatro interpolaciones con los cuatro casos de amor que representan Orompo, Marsilio, Crisio y Orfenio en la égloga del libro III, justo después de las bodas; Orompo representa el caso de amor frustrado por la muerte, como queda Lisandro después de su sangrienta y trágica historia; Marsilio el rechazo, como Teolinda primero y Galercio después; Crisio la distancia, como Silerio con respecto a Nísida, una vez que abandona Nápoles, si bien es cierto que al final queda acomodado con Blanca, como recompensa a su sin par lealtad amical; Orfenio los celos, como les ocurre por igual a Crisalvo y a Rosaura, aunque el rapto final de esta por Artandro imposibilita el final feliz de la historia. Si nos fijamos atentamente, además, el turno en el que se desarrolla la representación de cada pastor en la égloga se corresponde con el orden en el que aparecen las historias con las que se relacionan.
A lo largo de nuestro análisis hemos venido insistiendo en que las bodas del libro III eran el auténtico eje medular de La Galatea, pero por todo lo dicho hasta aquí, también lo es de este bloque, debido fundamentalmente a que marca un antes y un después en las funciones del narrador externo o general, habida cuenta de que, en los acontecimientos que se desgranan antes de las bodas, los dos tipos de narradores, el principal y los personajes que cuentan sus biografías, comparten las funciones narrativas, aunque tienen más relevancia los paranarradores; mientras que después de ellas la función del narrador extradiegético cobra mucho mayor relieve, a pesar de que el espacio dedicado a los narradores intradiegéticos sea prácticamente el mismo –Lisandro, Teolinda y Silerio, antes; Rosaura, Leonarda y Timbrio, después–, lo que ocurre es que la narración se complica prodigiosamente, y más cuando las historias intercaladas segunda, tercera y cuarta alcanzan sus desenlaces definitivos, al menos a lo que en esta primera parte de la obra se refiere, en el libro V, a lo que hay que sumar la noticia de la boda de Galatea, el amor y desamor de Lauso, la entrada en escena de Gelasia y los prodigiosos amores entre Arsindo y Maurisa.13
Por consiguiente, y a la vista de los acontecimientos, la estructura de La Galatea, desde nuestro punto de vista, es totalmente asimétrica, a pesar de estar dividida en dos partes. A saber: 1) Los cinco primeros libros por un lado, donde se desarrollan por completo las cuatro novelas insertadas y cuya función no es otra que quebrar los parámetros fundamentales de la bucólica tradicional con la entrada y posterior igualación de lo particular histórico en lo universal poético; lo cual, además, conlleva un aprendizaje en nuestros pastores al entrar en contacto