La Galatea, una novela de novelas. Juan Ramón Muñoz Sánchez
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Esto, quizá, nos haga advertir que la ubicación que Cervantes dio a tales acontecimientos no responde a un criterio único de simetría, sino, más bien, de intención. Y es que, como hemos venido diciendo, nuestro autor intercaló en un ámbito típicamente pastoril la prehistoria de otros personajes que, por su condición social, no son pastores propiamente dichos, como ya hiciera Montemayor en su Diana.6 Estas historias son cuatro fundamentalmente, a pesar de que López Estrada y M.ª T. López (1995: 30-35) nos hablan de seis, que son: 1) la historia de Lisandro, Carino, Crisalvo, Leonida y Silvia; 2) la de Teolinda, Artidoro, Leonarda y Galercio; 3) la de Silerio, Timbrio, Nísida y Blanca; 4) la de Rosaura, Grisaldo y Artandro. Las cuatro están sabiamente aderezadas por los dos grandes sucesos amorosos, interrelacionados entre sí, como veremos, que ocurren en el ámbito pastoril: los triángulos amorosos de Elicio, Erastro y Galatea, y de Daranio, Mireno y Silveria.
Sin alejarse un ápice de la tradición anterior, Cervantes abre su novela con la presentación de sus grandes protagonistas, Elicio, Erastro y Galatea, dándonos buena cuenta del estado en que se encuentran sus amores:
De Galatea no se entiende que aborreciese a Elicio, ni menos que le amase; porque a veces, casi como convencida y obligada a los muchos servicios de Elicio, con algún honesto favor le subía al cielo; y otras veces, sin tener en cuenta esto, de tal manera le desdeñaba que el enamorado pastor la suerte de su estado apenas conocía (I, 23).
Por otra parte, Elicio y Galatea son los dos grandes protagonistas del triángulo; pues, el otro vértice, Erastro, ama a sabiendas de no tener posibilidades, hasta el punto de que Elicio le tiene lástima: «Lástima, en ver que al fin amaba, y en parte donde era imposible coger el fruto de sus deseos» (I, 26).
Amores que, a pesar de estar presentes a lo largo de toda la novela gracias a los diálogos entre pastores y no pastores y a los poemas de Elicio y Erastro, no varían absolutamente nada hasta el anuncio de las bodas de Galatea con un rico pastor portugués a finales del libro V, y que acapararán la narración, junto a las exequias de Meliso y el «Canto de Calíope», del libro VI. Por tanto, parece obvio que Cervantes había meditado mucho la colocación de los sucesos en lo que atendía a sus personajes principales, pues entre el inicio de la novela y el final del libro V se desarrollan las cuatro grandes historias intercaladas; es más, ya que en el centro del libro III se celebran las bodas de Daranio y Silveria. De este modo, si nos atenemos a la colocación de las historias intercaladas, nos podremos dar cuenta de que Cervantes enmarcó tales historias entre los amores de Elicio, Erastro y Galatea, y, aún más, las dispuso en torno a las bodas: después de la presentación de nuestros pastores y de contarnos el estado en que se hallan sus amores, el autor del Quijote inicia la primera historia intercalada –la de Lisandro– justo por su final, o sea, in ultimas o extremas res: la muerte de Carino a manos de Lisandro, con lo que la violencia y la muerte se instalan en el escenario bucólico de la paz y el amor;7 como ya había hecho Montemayor en los libros II y VII, cuando Felismena da buena cuenta de los tres salvajes y de los tres caballeros que atacan, respectivamente, a las ninfas y a don Felis, aunque por motivos bien distintos. Más tarde y bajo los efectos de «la blanca luna», que «ilumina media Galatea» (Egido, 1994: 79), Lisandro relata a Elicio los sucesos de su historia, acaecida en Andalucía unos meses antes –así se amplían el espacio y el tiempo de la bucólica–, entre nobles y «gente principal». En una historia donde el amor, aderezado por los celos, se convierte en odio, dando paso a la violencia, la sangre y la muerte. Con ello, Cervantes muestra a su pastor aquello que por su condición ideal no le pertenece conocer: que los amores pueden engendrar la muerte. Por otra parte, esto implica la entrada en lo pastoril –universal poético– de otras ficciones –particular histórico– (Sabor de Cortázar, 1971: 231-233).
Aún en el discurrir del libro I, Galatea y Florisa se topan con Teolinda, labradora de una aldea del vecino Henares, la cual narrará su aventura amorosa con Artidoro, ganadero foráneo de su aldea, y que quedará inconclusa tras la desafortunada intervención de su hermana gemela Leonarda, diferenciándose así de la primera historia, que finaliza en el texto de La Galatea, aunque más allá de él se vislumbra un futuro harto nebuloso para Lisandro, sobre el que planea la sombra del suicidio en forma de un lento dejarse morir. Además, la narración que Teolinda realiza de su biografía o prehistoria, a consecuencia del fin de la jornada pastoril del segundo día de la narración, se cuenta a caballo entre el final del libro I y el inicio del libro II.
Devolviendo la narración a los pastores Elicio y Erastro, con esa alternancia sexista ya apuntada más arriba, acompañados de Tirsi y Damón, pastores, como Teolinda, de las riberas del Henares, que se encuentran en las del Tajo con motivo de las bodas de Daranio y Silveria, nuestros pastores conocen a Silerio, un ermitaño que, tras los ruegos encarecidos del grupo, narrará su desdichada historia de amistad y amor,8 dando paso a la típica novela de amor y aventuras incorporada a la tradición pastoril.9 De la misma manera que Teolinda, Silerio, sin lugar a dudas el personaje más logrado de toda la novela por su sufrimiento y profundo debate psicológico entre la amistad y el amor, divide su narración intradiegética entre el final de libro II y el inicio del III. Y, como la historia de Lisandro, es una narración que transcurre lejos del Tajo, pues su origen está en Andalucía; su desarrollo, en Cataluña e Italia; entre nobles, la acción. Por otra parte, a diferencia de la primera historia intercalada y como la de Teolinda, la historia quedará sin resolución final, al menos por el momento. Así, se dará paso a uno de los grandes acontecimientos del devenir de la obra: las bodas de Daranio y Silveria.
Con el comienzo de un nuevo día y de un nuevo libro, el IV, Galatea, Florisa y Teolinda, como Elicio y Erastro con respecto a la primera historia, se van a topar con lo que parece el supuesto final del cuarto episodio, que no es otro que el concertado matrimonio entre Rosaura y Grisaldo. Sin embargo, ante nuestra sorpresa, y la de Teolinda, Leonarda, su gemela, acompaña a la rica aldeana Rosaura. De tal modo que, en una narración trabada y simultánea, se nos da buena cuenta de la prehistoria de la cuarta novela y de la ampliación de la segunda. Rosaura, en efecto, narra a Galatea y a Florisa su historia de dudas amorosas y de celos con Grisaldo y con un caballero aragonés amigo de su padre, Artandro; mientras que Leonarda pone en conocimiento a su hermana Teolinda de la existencia del hermano gemelo de Artidoro, Galercio, del que está perdidamente enamorada, al tiempo que le refiere el impacto que ha ocasionado su marcha en su aldea de las riberas del Henares. Así, las historias segunda y cuarta están estrechamente vinculadas, pues ambas transcurren en aldeas próximas al río Henares, y, además, Galercio y Artidoro apacientan el ganado del rico Grisaldo, mientras que Leonarda y la hermana de estos, la joven Maurisa, sirven a Rosaura.
Con el fin de la narración, que no de las historias, entran en escena otros casos de amor en el devenir pastoral, como el del enamorado Lauso, y se produce la arribada al locus bucólico de unos personajes de altos vuelos, conocidos ya por algunos de los pastores de las riberas del Tajo –y por el lector–, Timbrio, Nísida, Blanca y un cuarto acompañante, que tendrán el honor de presidir el debate que sobre el amor mantendrán el desenamorado Lenio y Tirsi, después de comentar y alabar la vida pastoril en detrimento de la cortesana. Con el vislumbre del final de la historia tercera, acaece la ampliación de la segunda, al quedar patente la pasión que suscita en Galercio la pastora libre de amor, Gelasia, que pone fin, con la vuelta a la aldea, al libro IV.
El libro V se abre con la continuación de la tercera historia, pero con un forzoso cambio de narrador10 –como ocurrió antes con el episodio de Teolinda y Leonarda–, pues el encargado de seguir la historia será curiosamente «el otro amigo», Timbrio, concluyendo lo que dejó en suspenso Silerio, hasta dar buena cuenta de lo sucedido hasta su llegada a las riberas del Tajo. A partir de aquí la narración general, la que recae bajo el dominio del narrador extra y heterodiegético, se complicará hasta cotas inesperadas, por cuanto se pondrá fin a todas las historias intercaladas, al menos en lo que se refiere a la primera parte de La Galatea: la segunda con el matrimonio entre Artidoro y Leonarda, tras un picaresco engaño