La Galatea, una novela de novelas. Juan Ramón Muñoz Sánchez
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Si no fuera suficiente lo dicho hasta ahora para justificar nuestra visión de la estructura, el tiempo de la narración dominado por el narrador extra y heterodiegético, aquel que está regido por el día poético y por la jomada pastoril, encuadrados entre la descripción del orto y del ocaso, nos dará la razón. Como sabemos, la acción de La Galatea transcurre o se desarrolla durante diez días. Pero veamos cómo se distribuyen a lo largo de los seis libros:
Libro I ……………………. 1.ª jornada
Libro I ……………………. 2.ª jornada
Libro II ……………………. 2.ª jornada
Libro II ……………………. 3.ª jornada
Libro III ……………………. 3.ª jornada
Libro III ……………………. 4.ª jornada
Libro IV ……………………. 5.ª jornada
Libro V ……………………. 5.ª jornada
Libro V ……………………. 6.ª jornada
Libro VI ……………………. 7.ª jornada
Libro VI ……………………. 8.ª jornada
Libro VI ……………………. 9.ª jornada
Libro VI ……………………. 10.ª jornada
Resulta evidente, pues, el contraste existente entre los dos bloques, ya que, de los diez días en los que se desarrolla la obra –nueve completos según el estudio de Casalduero (1973: 27-46)–, seis transcurren en los cinco primeros libros, de los cuales los libros III y V son los únicos que terminan con la culminación de un día; mientras que tan solo el libro VI comprende cuatro.
Por ende, no cabe la menor duda de la extraña configuración estructural que presenta la primera obra cervantina. Pero ¿cuál fue la motivación que llevó a Cervantes a diseñar así La Galatea? Parecen ser dos las intenciones por las cuales nuestro autor distribuyó de ese modo el material narrativo: a) La exaltación de Castilla como reino medular de España, como se desprende del hermanamiento de los pastores del Tajo y del Henares ante el rapto de Rosaura, recordemos, efectuado por un caballero aragonés, y que intentan evitar Elicio –pastor de las riberas del Tajo– y Damón –pastor de las riberas del Henares– y ante el posible casamiento de Galatea con un pastor portugués, a pesar de estar concertado por el mismísimo Felipe II,15 «rabadán mayor de todos los aperos»; exaltación nacionalista que también aparece en las dos únicas obras teatrales conservadas de la primera época del autor del Quijote, cuya redacción fue prácticamente coetánea de la de La Galatea: El trato de Argel y El cerco de Numancia. Es más, Aurora Egido (1994: 33-39) ha identificado a la pastora Galatea como la personificación simbólica del Tajo. No obstante, ese tributo rendido a Castilla no es exclusivamente político, sino también poético, dado que Calíope ensalza en su Canto la superioridad de los poetas castellanos. b) La ruptura de la bucólica tradicional al provocar la entrada de lo particular histórico en lo universal poético, lo que supone la desidealización de los pastores y su ámbito cuando dejan de comportarse como meros arquetipos16 gobernados por el Amor, la Fortuna y la Naturaleza, una vez que intentan resolver sus problemas con todo aquello que esté al alcance de su mano, incluida la violencia, de resultas de un laborioso aprendizaje. Lo que apunta claramente a La Diana, referente directo de nuestra novela –no en vano fue la obra de mayor difusión de la España de la segunda mitad del XVI con casi veinticinco ediciones (Fosalba, 1994)–, ya que Montemayor hubo de recurrir al expediente de la magia blanca y el «agua encantada» de la sabia Felicia para resolver los problemas amorosos de sus personajes.
Sin embargo, estas dos intenciones no se dan de manera independiente, sino que están estrechamente relacionadas entre sí, ya que Cervantes introdujo la realidad en su obra, pero no cualquier realidad, sino la suya propia; es decir, su propia realidad contemporánea, su acontecer más inmediato con su concepción ética, ideológica y social; y por ahí el pastoral ropaje que encubre a los poetas Figueroa –Tirsi–, Laínez –Damón–, Hurtado de Mendoza –Meliso– y quizás él mismo –Lauso–, así como a los más altos cargos de la política española, como Felipe II –«el rabadán mayor de todos los aperos»– y su hermanastro, Juan de Austria –el pastor Astraliano–; tal y como ya nos advirtió en el prólogo: «Muchos de los diferentes pastores della lo eran solo en el hábito» (Cervantes, La Galatea, 16).
A pesar de todo, Cervantes dejó incompleta su novela,17 aun habiendo anunciado tantas veces su continuación a lo largo de su producción literaria.18 Quizás porque la acción que iban a emprender Elicio, Erastro, Tirsi, Damón y demás pastores de las riberas del Tajo y del Henares para impedir el casamiento de Galatea vulneraba las directrices y las convenciones del género pastoril, ya que no solo llevaría la narración a límites insostenibles e insospechados para tal género, sino que en realidad lo transformaba en otro nuevo genéticamente cercano al orbe del Quijote y de determinadas Novelas ejemplares. Quizás porque suponía un enfrentamiento directo con la Monarquía española, dado que quien solicita el enlace matrimonial entre Galatea y el rico pastor portugués era nada más y nada menos que el propio Felipe II.
No obstante, nos aventuramos a dejar caer la posibilidad de que Cervantes, contradiciéndose a sí mismo, dejase finiquitada su obra, pues, como subrayó Avalle-Arce (1988: XXV y ss.), «los finales abiertos son muy de su gusto», tal y como dejó patente en sus otras dos grandes novelas: Don Quijote y el Persiles; así, por ejemplo, en el Quijote dejó sin concluir el cuentecillo de la pastora Torralba (I, XX); el episodio intercalado del oidor, doña Clara y don Luis (última referencia en I, XLIIII), y la historia de Ricote y Ana Félix (II, LIV, LIII y LXV). De hecho, basándonos en la teoría pendular que Avalle-Arce observó en La Galatea,19 las bodas de la homónima protagonista deberían ser el opuesto a las bodas de Daranio y Silveria, de ahí esa posición medular que las hacen ser el eje de la obra, tal y como se puede deducir en las últimas palabras del narrador antes de asegurar la continuación de esta primera parte:
Y todos llevaban intención de que, si las razones de Tirsi no movían a que Aurelio la hiciese en lo que pedían, de usar en su lugar la fuerza y no consentir que Galatea al forastero pastor se entregase, de que iba tan contento Erastro, como si el buen suceso de aquella demanda en solo su contento de redundar hubiera; porque, a trueco de ver a Galatea ausente y descontenta, tenía por bien empleado que Elicio la alcanzase, como lo imaginaba, pues tanto Galatea le debía de quedar obligada (VI, 435).
Y más cuando hizo coincidir el rapto de Rosaura con el anuncio de las bodas, posible solución determinada para impedirlas, pues Galatea lo vio con buenos ojos: «El amoroso que Artandro tiene –dijo Galatea– fue el que le movió a tal descomedimiento; y así, conmigo en parte