Patrimonios migrantes. AAVV

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Patrimonios migrantes - AAVV Oberta

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la herencia valiosa recibida y que debemos mantener e incrementar de cara al futuro. Formando parte, también las personas, sus valores y experiencias, con carácter metafórico y traslaticio, de tal dilatado y común acervo patrimonial.

      Nos encontramos, pues, con una determinada «construcción social», que apunta a la constitución de repertorios patrimoniales, con la fuerza de ser referentes simbólicos activos y transformadores, seleccionados, definidos, estudiados en torno a y en función de ideas, de intereses y de valores diversos, vigentes en el contexto social del periodo, a través de una gestión racional y experta, en la que la educación tanto tiene que decir y hacer.

      ¿Queda claro, pues, el complejo entramado político, profesional, especializado, empresarial, asociacionista, ciudadano, académico o pedagógico que se activa decididamente en su entorno?

      En cuanto hablamos de «patrimonializar» –verbo cargado de honda responsabilidad, en su uso– estamos traspasando un bien a una nueva dimensión, de prestigio, de historia, de selección, de racionalización e incluso de (re)sacralización secularizadora del pasado y/o del presente.

      Hablamos también, como venimos sugiriendo, incluso no sin cierto entusiasmo personal, metafóricamente, de Patrimonios migrantes, ampliando así su radio de acción, su alcance y sus sentidos. Porque para construir e interpretar nuestras imágenes debemos contar con un doble repertorio circundante: el de la historia global de las imágenes y el de la realidad misma, en toda su extensión e intensidad, como entorno vital y cotidiano. Todo está, pues, totalmente a nuestra plena disposición, al menos en principio, como un derecho sociocultural. Por eso somos perpetuos migrantes patrimoniales, siempre en situación de pesquisa y de búsqueda, de experimentación y de logro. Ahora bien, ¿de qué tipo son nuestras migraciones culturales? Deberemos hilar ya más fino, ahora.

      Nos encontramos, cada vez más en el marco de sociedades postradicionales, que han cruzado, en su historia, modernidades radicalizadas, que se han caracterizado por un extrañamiento intenso del pasado y luego se han distanciado incluso de tales opciones, al socaire, sobre todo, de las versiones recientes de la postmodernidad, ya también relegada, en ese desmadejar el ovillo de la historia con rapidez y perpetuamente.

      Las miradas patrimoniales se han ido activando, de mil maneras, en este cruce actual de caminos que nos ocupa, primero desde una lógica científica, para fundamentar su estudio e investigación, como corresponde a sociedades desarrolladas, pero también se ha recurrido a una lógica que podríamos llamar políticoideológica, buscando con ello, ante todo, la legitimación del poder. Lo hemos vivido claramente en estas últimas décadas de manera tan intensa como evidente e incluso lo hemos padecido en nuestras propias carnes sus efectos.

      No obstante, en esta segunda ola de modernidad que nos atosiga con sus globalizaciones, hoy vivimos más cerca –en este concreto contexto patrimonial del que hablamos– de una mirada reflexiva que nos permite, a los sujetos involucrados, conocer el pasado para mejor entender el presente y planificar el enigmático futuro que sigue ocultándonos sistemáticamente sus bazas y sus secretos. Es precisamente esta lógica políticoidentitaria la que también ha ocupado al poder en estos años anteriores, la que ahora ya cede quizás sus presiones en beneficio indisimulado de una lógica turístico-comercial, que transforma, con una nueva vuelta de tuerca, el patrimonio cultural, en su conjunto, en directo objeto de consumo y de mercancía.

      Vivimos, más que nunca, en una versión claramente light del patrimonio cultural, la versión que no duda en calificar, si es necesario, de «patrimonio incómodo» a cuanto interfiere en sus proyectos expansivos de carácter económico y mercantilista. Tal es la realidad que tantas veces hemos vivido dolorosamente, frente a la pérdida o la amenaza de patrimonios emblemáticos pero «incómodos» y, por ello, etiquetados y considerados operativamente como prescindibles. Conservación vs destrucción. Tal es la dialéctica que nos rodea efectivamente en el escenario socio-político-económico actual. Los ejemplos a citar –no nos engañemos– podrían ser sorprendentemente numerosos y reiterados, procedentes, sin duda, de cualesquiera rincones de nuestra geografía local, nacional o internacional. (Tan sólo me referiré, a modo de desahogo y de doble cita testimonial, circunscribiéndome al área valenciana, a la reciente desaparición total, traumática e irrecuperable, del Barri d’Obradors de Cerámica de Manises, con más de siete siglos de historia, memoria viva de la ciudad, y a las extremosas polémicas y proyectos en marcha, que aún siguen actualmente activas y afectan de forma directa a la supervivencia del también histórico Barrio del Cabanyal de Valencia. En ambos casos, la actitud de modernidad y de progreso, asumida como pose determinante, se transforma argumentalmente en la peor palanca para la conservación histórica del patrimonio, previa y oportunamente definido como «incómodo» y marcado con una especie de invisible cruz de tachado en rojo).

      Por ello, a partir de dicho marco contextualizador, queremos insistir, como funámbulos conceptuales –aún a riesgo de antropomorfizar un tanto la propia noción de patrimonio–, en considerar también parte activa de tales patrimonios migrantes, a las figuras viajeras de los creadores y receptores del arte y de la cultura contemporáneos, a sus estudiosos y defensores, a quienes los viven día a día con su presencia, en una especie de constante autoeducación patrimonial, a menudo contagiosa. Quod discis, tibi discis.

      No en vano, más allá de los bienes culturales, propios del patrimonio material, se hallan asimismo los extensos dominios del patrimonio inmaterial, con todas sus modalidades y tipificaciones. Y entre ellas tienen lógica cabida –con el respaldo de la transvisualidad, de las poéticas activas y contando con la eficacia de los lenguajes artísticos– los complejos diálogos que la creatividad es capaz de mantener siempre con todo el amplio arco de posibilidades que va desde las más lejanas tradiciones heredadas hasta los logros aportados / facilitados por la imparable tecnología, que nos circunda.

      Es esa creatividad, fundida plenamente con la educación, la que nos atrae y seduce, como parte fundamental del propio Patrimonio migrante y expandido de la contemporaneidad. ¿Acaso nos atreveríamos a considerar patrimonio, en pleno sentido, algo que nadie realmente usara, algo relegado y sin funciones de ningún tipo? Como mínimo, la función recordatoria y memorialística –por lo menos–, pero también y sobre todo la función actualizadora y de revisión, la función educativa y de expansión vital, la función de repatrimonialización a través de la intervención creativa y migrante.

      LA CREATIVIDAD Y LA EDUCACIÓN COMO PARTES DEL PATRIMONIO MIGRANTE

      También la creatividad tiene su historia, formando parte directa de ella misma. De ahí que incluso su propia noción haya ido variando, al ritmo de sus especificaciones y desarrollos diacrónicos. De aquellas caracterizaciones asociadas, en un principio, directamente a la innovación, a la fluidez y a la flexibilidad de sus intervenciones y recursos, hasta las interpretaciones actuales, ampliamente asociadas ya a las relecturas, reciclajes, reinterpretaciones, asociaciones y reflexividades transformadoras, ha transcurrido todo un mundo de variaciones y confluencias múltiples en su entorno. Aunque siempre, a nuestro modo de ver, manteniendo estrechamente conectadas las nociones de creatividad y de educación, como fundamentos operativos de la constitución y génesis de los patrimonios expansivamente migrantes.

      La creatividad, que tanto culto exige en los tiempos presentes, forma parte activa e imprescindible, como indicamos, de la propia educación. Educatio. Pocas palabras serán más recurrentes, representativas y sintomáticas de las preocupaciones, reivindicaciones y protestas colectivas frente a los recortes desproporcionados y persistentes en la presente crisis. Educatio procedente de la palabra latina educo. Pero recordemos que esta forma corresponde, en simultaneidad, a dos verbos. Así tenemos etimológicamente «educo» de educare y «educo» de educere. Por ello educare nos remite al «cultivo de un despliegue de potencialidades, de capacidades internas, con vistas a la formación, a la construcción del sujeto», mientras que educere significa exactamente «conducir a fuera, poner en contacto con el exterior» y así también nos decanta hacia el campo semántico de adecuar, preparar, capacitar

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