Patrimonios migrantes. AAVV
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De manera que las identidades vigentes –en lo que bien podría calificarse como etapa de la pre-globalización–, decantadas entonces, como hemos indicado, hacia las especificidades –como modelos reiterados– difícilmente podían ya dar respuesta ni aportar recursos a la exigencia de las nuevas identidades atisbadas: había ya que postular resolutivamente y apostar a favor de otras identidades, propias de la globalización.
Pero vayamos por partes, puesto que el salto que se trataba de propiciar era bien considerable. Una cosa era el perfil de una identidad homogénea y analítica, vinculada abiertamente al periodo de las especificaciones (característico de la pre-globalización) y otra diferente iba a ser la identidad conformada interdisciplinarmente y elaborada de manera articulada, entre rasgos plurales y heterogéneos y de carácter sintético (fruto de la globalización e incluso de una post-globalización que no llegábamos –ni llegamos– ciertamente a atisbar).
Desde ambas perspectivas históricas cabe, en efecto, hablar de realidades y conformaciones patrimoniales. Pero, en un caso, tales recursos patrimoniales implicaban procesos de selección homogéneos y analíticos, que depuraban identitariamente al máximo sus perfiles axiológicos. Es decir, se buscaban las diferencias y con ello las especificidades, se primaba lo propio y se imponían modelos internos de homologación, que regulaban la selección de materiales, estrategias, procedimientos y objetivos. El eslogan imperante podría ser: «Lo nuestro es diferente y, en cuanto tal, valioso».
Sin embargo, en el otro contexto que ya se iba perfilando, los recursos patrimoniales suponen procesos de selección y de combinación heterogéneos, con preponderancia metodológica de la síntesis y del mestizaje, los cuales con su acción contaminan cualquier atisbo de puridad diferenciada, a la hora de definir identitariamente la situación resultante. Con ello, es evidente que el perfil axiológico preponderante ha variado de forma clara. Es decir, se potencian más bien las desemejanzas y las heterogeneidades resultantes, desde modelos externalizados, en los que prepondera la pluralidad y la hibridación, la mezcla y hasta lo simplemente azaroso. «Lo nuestro» –entendido como algo compartido y no ya como algo estrictamente propio– supone, sin discusión, la suma de las partes y comporta una axiología altamente diversificante.
Quizás el precedente chovinismo de la especificidad dio relevo legitimador a la apertura sistemática hacia lo interdisciplinar. Aquella añorada individuación, singularizada al máximo, sería devorada por el juego de la globalidad sistemática. Y en el intermedio de ambas fronteras cronológicas y temáticas, las oportunidades de respaldar el afloramiento histórico de lo patrimonial, como sustrato y memoria compartida en su caracterización, como manera de caminar y desarrollarse culturalmente en la existencia, han constituido y siguen integrando un verdadero horizonte de posibilidades abiertas.
Pero ¿y dónde quedaba, de hecho, «lo migrante»? ¿A qué exigencias responde, efectivamente, este nuevo requisito en el horizonte del tsunami socio-cultural que se impone entre las últimas décadas del XX y las primeras del XXI?
Ya ni el arte, ni la ciencia, ni la filosofía, ni la religión marcan, por convención, sus respectivos límites, ni mantienen sus aislamientos. Opera aperta. Ahora sí, de pleno. Todo está ya en situación de apertura máxima, de recepción sistemática, de expansión ilimitada. Tampoco los géneros artísticos rastrean ya sus especificidades ciegamente. Las fronteras se hacen crecientemente porosas, por doquier, aunque haya que recurrir a la fuerza de los nuevos proyectos para imponer sus exigencias de disparidad. También el sujeto es la suma interactuante de elementos dispares. Del yo se ha pasado, pues, al nosotros, como quien no quiere la cosa... También lo sensible y lo racional, lo imaginario y lo emotivo, más que ámbitos dispares, son ya partes directamente interconectadas de un todo flexible y fluctuante, en cuyo núcleo la histórica categoría de sustancia ha sido definitivamente relevada, de cuajo, por las potentes y reactualizadas categorías de relación y/o de proceso.
Precisamente para elaborar nuestros actuales patrimonios culturales necesitamos convertirnos, cada vez más, en seres propiamente migrantes, viajeros impenitentes de una geografía plural, teóricamente sin límites –mapa en ristre–, cruzando ámbitos complejos de interdisciplinaridad difusa. No podemos ya guardar celosamente y preservar nuestra especificidad pre-global, ni siquiera manteniéndonos en nuestro espacio atávico de existencia añorada en los recuerdos.
El principio de los cantos rodados, aplicado al fenómeno de la migración generalizada, atestigua abiertamente los efectos del diferente grado de frottage resultante entre las culturas, entre las costumbres y entre las existencias desplazadas y los correspondientes contextos de recepción. De ahí que –porque tenemos la necesidad de transmitir, explorar y comunicar, de sentirnos agarrados al mundo y a la historia– Patrimonios Migrantes, quizás, en determinados momentos, comenzaron siéndolo unos, pero en la actualidad ya lo son potencialmente todos. Claro que algunos contextos patrimoniales se muestran más fácilmente flexibles a los fenómenos de ósmosis culturales externas, mientras que otros se presentan, en su resistencia, plenamente integristas y a la defensiva en favor de sus perfiles originarios y de sus atávicas raíces y básicas convenciones. De ahí ciertos fenómenos convulsos que afectan de manera directa a medio mundo y preocupan consiguientemente al otro medio.
En este juego de estrategias cruzadas, se mueven también, con sus radicalidades y acomodaciones, el grueso del hecho artístico contemporáneo y la propia educación artística, en sus diálogos con el pasado y en sus conexiones constantes y operativas –in fieri– con el futuro, en toda su efervescencia y disparidad. Trahit sua quemque voluptas. Virgilio (Buc. 2, 65). Sin duda alguna, a cada cual le arrastra su pasión.
TRANSVISUALIDAD Y LENGUAJES MIGRANTES
Uno de los principios que regula el funcionamiento de la iconosfera, entendida ésta como universo global e interactivo de las imágenes, es precisamente el de la Tranvisualidad. Según su funcionamiento, implica que la interpretación de cualquier imagen es siempre holística, es decir que se ejercita por totalidades. Entender una imagen supone siempre relacionarla, vincularla a otras, conectarla, compararla, distinguirla o contextualizarla con otros racimos o series de imágenes.
En tal sentido, el aislacionismo icónico (es decir la interpretación aislada y simplista de una imagen) nunca será ya explicativamente aceptable. De hecho, no es viable... igual que tampoco podemos presumir de miradas inocentes en cualesquiera contextos culturales. Siempre se darán contextos «imaginarios» / de imágenes en el que se enmarcará el juego semántico, la estructura sintáctica, la noción de campo, la exigencia pragmática y la tendencia holística de la imagen, siempre además en relación constante con otras. Pero asimismo tampoco hay que relegar el peso, la influencia y la acción de las convenciones, de los iconotipos, es decir de las imágenes implantadas como definitorias y como claves características y como pautas determinantes de un marco cultural, con sus determinaciones e influencias fundamentales en la constitución de la memoria y de la cultura visual contemporánea, enraizada en la dimensión patrimonial de nuestra existencia. Así pues, desde tal marco interrelacional, deberemos abordar y rastrear todo el plural radio de acción de nuestros patrimonios migrantes. Y nos atreveríamos a puntualizar, en tal sentido, la existencia fundada de dos conceptos imprescindiblemente correlacionados, a pesar de sus diferencias.
Por una parte tendríamos la noción de sustrato, en ese bagaje migrante, conformado precisamente por las costumbres,