Espais i imatges de la Generalitat. AAVV

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Espais i imatges de la Generalitat - AAVV La veu del Regne

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de la apertura oficial de las cortes en Monzón, a las que la propia junta llevaba su reclamación de una deuda de once mil ducados. Las cortes se prorrogaron en la catedral de Valencia desde enero de 1543. Por este traslado, Carlos V y su hijo el príncipe pasaron por el monumento en construcción antes de hacer entrada en la capital valenciana a comienzos del mes anterior. En el primer cuatrimestre de 1543 la cruz tal vez se cubriese, y se cerrase con puertas la capilla del basamento a la que se accedía bajo un arco de medio punto, y se acabaron las labores escultóricas. El cantero Pere Vilanova cobró setentaicinco libras por la piedra, su trabajo y transporte. Corbera diciocho ducados por las armas del duque de Segorbe, así como por la piedra y la inscripción, cuyo texto aportó Pere Antoni [Beuter], reverendo maestro en Teología. El maestro escultor Ramón Cascant cobró dos libras por tallar en la cruz a la Virgen y Jesús en la cruz. Estas labores de talla se realizaron en Valencia. Las cuentas se cerraron el 5 de septiembre de 1543, cuando el maestro Corbera cobró treinta jornales a cinco sueldos cada uno.

      La Cruz de la Victoria se acabó cuando se sucedían los llamamientos a la defensa del reino ante las tensiones con Francia y la amenaza de la Armada turca, que volvía a hacer presente la necesidad de unidad frente al exterior, tal y como en su día denunciaron corrientes del humanismo erasmista. Los representantes municipales evocaban una victoria contra el ejército de Valencia, formado por los que ellos mismos llamaban «pérfidos agermanats», y el resultado se asociaba al perfil estamental del reino: la cruz con representación de Jesús y, sobre todo, de la Virgen, en la omnipresencia de la religión, aludía al eclesiástico y a la legitimación divina de la victoria; la armas del duque de Segorbe al militar; y el escudo de la capital y los nombres de los cargos de la Junta de Murs i Valls de dicho año principalmente a los tres estamentos, pero con cuantitativa presencia del real presente en la ciudad de Valencia. De modo elocuente, la estructura del monumento presentaba un inusual soporte de tres lados.

      El monumento honraba a los difuntos fieles a la causa vencedora, y con su planta triangular evocaba en el gobierno terrenal a los tres brazos, mientras que en el espiritual lo hacía a la Trinidad. Este aspecto, que reafirmaba la identidad cristiana frente a la musulmana, era relevante, puesto que el monumento erigido para recordar a los fieles servidores de Su Majestad en la batalla debía incluir a los mudéjares. En esta y otras batallas, ellos fueron las principales víctimas entre las filas del bando real, molta morisma como decía Soria en su dietario y Viciana en su crónica. Sin embargo, tras la victoria del grupo en el que se adscribían, en 1525 se les obligó a ser cristianos. La inusitada forma triangular del monumento, a su vez, no distaba de la estructura que presentaba sobre el contemporáneo puente de Serranos el casilicio que cobijaba una cruz, el primero erigido en Valencia. Estructura, al mismo tiempo, que actualizaba el patíbulo romano, pues presentaba la forma de una tradicional horca de tres vigas, como la que estaba instalada en la plaza del Mercado de Valencia y puede verse también en la vista de Wyngaerde. Un posible efecto psicológico aleccionador frecuente en los caminos, y acorde con la semiótica de la justicia y el castigo que en este caso hacía mención al destino de los sublevados: los agermanados, pero también los mudéjares, pues si bien combatieron en el bando real, la posterior conversión forzosa hizo que algunos se alzaran en armas y corrieran parecida represalia.

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      Figura 8. Cruz de la Victoria, Sagunto. 2018.

      La paradoja y la contradicción resultó frecuente en gran parte de las producciones artísticas fruto de las tensiones sociales surgidas por Europa a lo largo del primer cuarto de siglo XVI. Sirvan como ejemplo dos monumentos, uno realizado y otro proyectado, con motivo de la revuelta que protagonizaron los campesinos alemanes, alentados por las ideas de la Reforma, contra los nobles en 1524-1525. Por un lado, Albrecht de Brandenburg, príncipe elector y cardenal, costeó el pozo de la plaza del Mercado de Maguncia, realizado por Peter Schro en 1526, como un mensaje político mediante inscripciones, escudos de armas y santos para conmemorar la paz en la residencia electoral, al tiempo que hacía mención a la victoria de Carlos V sobre Francisco I en la batalla de Pavía.43 De manera significativa, la obra pública del mercado se presentaba como un monumento renacentista con inscripción y elementos religiosos y alegóricos en una estructura de tres pilares de piedra y tres vigas.

      Por otro lado, destaca el monumento ideado por Alberto Durero y que lo incluyó en 1525 en su tratado sobre geometría, De la medida, en el libro III dedicado a su aplicación en la arquitectura.44 Esta obra apareció en el mes de enero, por lo tanto, anterior a las grandes batallas, como la de Frankenhausen (Turingia) el 15 de mayo, cuando los príncipes alemanes comandados por Felipe I de Hesse y el duque Jorge de Sajonia vencieron a los 8.000 sublevados dirigidos por el reformador y milenarista Thomas Müntzer, lo que prácticamente finiquitó la revuelta. Por lo tanto, la propuesta de Durero debe situarse en el inicio de los conflictos en 1524 en Forchheim, en las cercanías de Núremberg, donde residía el artista. En un contexto todavía escasamente radicalizado, el alambicado proyecto conmemorativo del maestro alemán en la llamada Columna de los Campesinos, acumula animales, utensilios y productos agrarios que culminan con un campesino arrodillado, afligido y con una espada atravesada en su espalda. Su propuesta ha dado lugar a interpretaciones que van desde el ensañamiento con el vencido hasta la ironía contra los vencedores, puesto que −en palabras del mismo artista− presentaba su idea ante la ansiedad de los últimos por erigir un monumento a su victoria. En fechas más recientes se ha expuesto una interpretación intermedia y conciliadora, que relaciona la obra con la conmoción de la sociedad ante la disyuntiva: la necesidad de la vitualla que el campo aporta o la seguridad frente a los sediciosos. Por este motivo, en palabras de Hans-Ernst Mittig, el resultado fue «un monumento a la contradicción».45

      En el caso valenciano, el monumento conmemorativo a una batalla sirve para reescribir muchos aspectos incómodos. Por un lado, los agermanados se presentan como contrarios al orden del rey y se obvia a una población que luchó como mudéjar en el bando vencedor. Por otro, la institución municipal valenciana, uno de los objetivos del movimiento agermanado, promueve un monumento en recuerdo de la victoria frente a los agermanados, a los que califica de pérfidos, pero de los que se obvia eran la hueste de Valencia. El monumento reubicaba a los actores. Por esta razón, tal vez no sea casual que, en el mismo año de 1543, con las aludidas amenazas francesa y turca, y con posturas de reinterpretación de lo que aconteció durante la Germanía en el monumento citado, Joan Baptiste Anyés (Agnesius o Agnesio) publicara una de las escasas obras sobre los hechos de la Germanía, y que sirve para enaltecer, entre otros, a su protector el conde de Oliva. De él destaca con detalle su contribución durante toda la contienda y su honor en la derrota en el campo de batalla próximo a Gandia,46 contrapunto en el mismo bando a la victoria que el duque de Segorbe consiguió entre Sagunto y Almenara.

      A pesar de lo que decía Lucio Marineo Sículo en el prólogo de su obra sobre las cosas memorables de España, en la que defendía la capacidad de la historia de inmortalizar la fama de los príncipes y de extenderla, todo ello frente al carácter restrictivo que en su opinión tenía la pintura y la escultura por quedar restringidas a un espacio concreto, lo cierto es que el monumento de la Cruz de la Victoria se reinterpretaba con sesgo historiográfico, mientras que algunas de las afirmaciones que se mantenían en las nuevas ediciones de la obra del humanista cronista de los Reyes Católicos podían resultar anacrónicas. Su obra, que acababa con la llegada de Carlos I a la Península en 1517, incluía en su loa de Valencia, columna y cabeza del reino, la admiración por su emplazamiento, clima, economía (especialmente ligada a la industria de paños), carácter piadoso (sobre todo en la solemnidad de procesiones como la del Corpus) y gobierno. Para este último caso con las siguientes palabras:

      defiende la paz y concordia entre sus ciudadanos. Esta es la que siempre aborresce las discordias y pleitos. Biven en ella de continuo muchos y nobles caballeros y mercaderes muy ricos y liberales: y varones de muy claros ingenios.47

      Aparentemente, y después de más de cien años de paz social entre cristianos, poco hacía presagiar el conflicto inminente. Su desarrollo y resultado

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