El árbol de las revoluciones. Rafael Rojas
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Tanto la resolución sobre la “cuestión de la raza negra” como la dedicada a América Latina tenían más consonancia con el aprismo o el nacionalismo revolucionario mexicano que con el comunismo prosoviético.53 En la primera, no se subsumía el conflicto étnico dentro de la “lucha de clases” y se hablaba del “despertar de la conciencia nacional revolucionaria contra contra el imperialismo yanqui” y de la “unidad de todas las fuerzas progresistas”.54 Los lugares de mayor presión imperialista, según la resolución, eran México, Nicaragua, Panamá y Haití. También se posicionaba contra la dictadura de Machado en Cuba, contra el Tratado Bryan-Chamorro en Nicaragua, que concedía a Estados Unidos los derechos para la construcción de un canal interoceánico, y contra el régimen de Juan Vicente Gómez en Venezuela.55 En Bruselas la izquierda latinoamericana apostó por la alianza con los movimientos de liberación nacional en China, la India y Egipto. Haya y Mella firmaron la resolución latinoamericana, los dos como representantes de la Sección Panameña de la LADLA, pero el cubano lo hizo, también, por la LNC mexicana y el peruano por la Unión de Trabajadores Manuales e Intelectuales de Perú. Fue Leonardo Sánchez quien firmó por la Sección Cubana de la LADLA, y no Mella, quien firmó, además, por la delegación mexicana.56
Según Haya, en el debate sobre la resolución latinoamericana, Mella y él se enfrentaron. En un conocido pasaje del prólogo a su ensayo El antimperialismo y el APRA (1928), el líder peruano sugería que, en Bruselas, el cubano se había alineado con la línea más ortodoxa del comunismo soviético. Haya observaba una continuidad entre la actitud de Mella en el Congreso Antimperialista y sus objeciones públicas al APRA entre fines de 1927 y principios de 1928, luego de su viaje a Moscú. Ahora sabemos que después de ese viaje, que comentaremos más adelante, Mella fue rehabilitado por el Comité Central del PCC, a solicitud del Comintern y del PCM. Así era como Haya describía aquella evolución, que produjo el primer deslinde claro entre la izquierda populista y comunista en América Latina:
Fue entonces cuando Julio Antonio Mella, estudiante desterrado de Cuba y militante comunista, publicó un violento folleto contra el APRA. Mella se había rencontrado conmigo en las sesiones del Congreso Antimperialista Mundial, reunido en Bruselas a principios de 1927. Le conocía desde que llegué desterrado a Cuba de paso a México en 1923, pero los debates de Bruselas, en los que refuté y conseguí el rechazo de su proyecto de resolución sobre las condiciones económicas y políticas de Indoamérica, nos distanciaron definitivamente. Mella era un mozo de gran temperamento emocional y de probada sinceridad revolucionaria. Fue hasta la muerte un luchador puro y antimperialista inflexible. Creo que habría sido uno de los grandes realizadores de la libertad de Cuba, una vez que la experiencia le hubiera demostrado que el comunismo no es el mejor camino para la nueva emancipación de nuestros pueblos. Pero a fines de 1927, Mella, recién legado de su visita a Rusia, se hallaba poseído de un juvenil fanatismo bolchevique, intransigente y ardido. Su folleto revela bien tal estado de ánimo. En páginas saturadas de agresividad e intolerancia reprochaba al APRA lo que él llama con léxico europeizante ‘su reformismo’. Lo acusa de ser un nuevo ‘fascio’ y de defender los intereses del imperialismo británico.57
En efecto, la publicación del panfleto de Mella, “¿Qué es el APRA?”, en abril de 1928, refleja muy bien la aproximación del cubano a las posiciones más dogmáticas de la Tercera Internacional, en medio del viraje del VI Congreso del Comintern o en el momento del llamado “descubrimiento de América Latina”, conducido por Nicolái Bujarin y el principal operador de la política de Moscú hacia América Latina, el suizo, ex pastor protestante, Jules Humbert-Droz.58 En su texto, Mella reproduce algunas de las principales directrices del Comintern al identificar en la clase obrera al único sujeto verdaderamente revolucionario. “La liberación nacional absoluta –decía– solo la obtendrá el proletariado y será por medio de la revolución obrera”.59 Del campesinado, decía Mella: “La experiencia ha probado que el campesino –el indio en América– es eminentemente individualista y su aspiración suprema no es el socialismo, sino la propiedad privada”.60 De los intelectuales, algo similar:
Todo el mundo sabe que los trabajadores intelectuales, considerados en conjunto, como el ARPA quiere, no son revolucionarios, ni antimperialistas, ni proletarios, sino pequeños y grandes burgueses, casi siempre aliados al capitalismo nacional reaccionario o instrumentos o servidores del imperialismo.61
La “fanfarria arpista”, agregaba Mella, concedía automáticamente el liderazgo de la revolución a la pequeña burguesía o a la clase media.62 Esa alianza entre el campesinado, las clases medias e intelectuales, que otorgaba la hegemonía a estos últimos y no a los obreros, se manifestaba, a juicio de Mella, en dos referentes de Haya: las revoluciones china y mexicana. Cuando el cubano decía que las tres grandes revoluciones del siglo xx, la rusa, la mexicana y la china, demostraban que un frente amplio de obreros, campesinos y pequeña burguesía se estancaba si la hegemonía no estaba en manos de los primeros, no hacía más que postular a la Unión Soviética como paradigma o modelo a seguir en América Latina. China y México, según Mella, y la propia cúpula del PCM eran revoluciones estancadas.
El cubano también daba golpes bajos, como en la mejor tradición del panfletismo marxista-leninista. Alteraba las siglas de la organización (APRA por ARPA) para sugerir que lo que Haya y sus seguidores hacían era música y no política. Confrontaba al peruano con sus propios aliados, al asegurar que los libros de José Ingenieros y Manuel Ugarte eran más “útiles” que la retórica aprista.63 Y, como si Haya no lo reconociera constantemente, sostenía que las ideas de Haya provenían de la Revolución mexicana y que los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro eran “más revolucionarios” que toda la “palabrería arpista”.64 Pero el momento menos cívico del libelo de Mella llegaba cuando el joven dirigente cubano acusaba a Haya y a los apristas de “atacar en privado –no hay valor moral y sería mala estrategia hacerlo en público– a la Revolución rusa, a los comunistas y a todos los obreros verdaderamente revolucionarios”.65
Mella, que no fue nunca muy dado al debate propiamente teórico, como Mariátegui o Gramsci –quienes, por cierto, pensaron el rol de los intelectuales, la cuestión rural o el problema étnico de un modo más creativo–, mimetizaba el argumento escolástico, tipo Lenin en Materialismo y empiriocriticismo (1908), de que los apristas fallaban como revolucionarios porque no eran coherentemente “materialistas”.66 Al insistir en la autoridad doctrinal de Lenin, como fuente infalible, extrapolaba experiencias históricas disímiles, como la del populismo ruso de fines del siglo xix, que veía como equivalente del proyecto aprista.67 Sin embargo, tampoco el cubano ocultaba del todo el verdadero motivo de la reacción prosoviética contra Haya de la Torre y el aprismo y era el llamado a la creación de un “partido continental”, independiente de la red comunista.68
Esa disputa estrictamente territorial, que sobredimensionaba diferencias teóricas de menor rango, se plasmaba en la agresividad con que Mella rechazaba el respaldo de los apristas a la lucha de Augusto César Sandino en Nicaragua contra la ocupación militar estadounidense y a los nacionalistas y demócratas guatemaltecos que resistían los regímenes militares y conservadores de José María Orellana y Lázaro Chacón González.69 Según Mella, esos apoyos, así como las constantes referencias de Haya al modelo nacionalista revolucionario del Kuomintang chino, suponían una tendencia divisionista o alternativa dentro del movimiento socialista mundial. Aunque Mella escribió su texto antes de que culminaran los trabajos del VI Congreso del Comintern, en septiembre de 1928, algunas de sus afirmaciones, como la de que la “penetración imperialista terminaba con el problema de la raza”, tenían la factura del determinismo economicista soviético.70
Sin embargo, el recelo antipopulista y antinacionalista de Mella lo llevaba a acertar en la crítica de algunas contradicciones de Haya de la Torre. Una de las más evidentes era la de elogiar constantemente al Kuomintang y, la vez, respaldar el movimiento antichino en México. Por lealtad a los gobernantes del México posrevolucionario, Haya, según Mella, hizo “declaraciones que defendían el interés de los comerciantes