El árbol de las revoluciones. Rafael Rojas
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La solución que Haya daba al “problema del nombre” con el término Indoamérica deja ver su aproximación al indigenismo. Pero el elemento indigenista en Haya, como apuntábamos más arriba, carecía de una ideologización del mestizaje y, a la vez, de una total subordinación del conflicto étnico al conflicto clasista. En su ensayo “La causa del indio” (1927) suscribía la tesis de González Prada y otros de que la “causa del indio es social, no racial”.36 Aunque más adelante reclamaba el reconocimiento de la diversidad étnica de Perú y América Latina como un componente del antimperialismo, ya que al defender a las comunidades se enfrentaba a la ideología imperial, que consideraba “nuestras razas inferiores” y con ese prejuicio creaba una “justificación moral” para la opresión y la servidumbre.37
Conforme se perfilaba el programa del APRA, Haya se vio en la disyuntiva de tener que tomar una doble distancia del clasismo marxista, a lo Julio Antonio Mella, y del nacionalismo identitario, a lo José Vasconcelos. Lo dice de manera bastante clara en algunos textos de fines de los años veinte y principios de los treinta, cuando advierte que “en la lucha contra el moderno imperialismo –capitalista e industrial, de los Estados Unidos, que es el imperialismo que con más vigor nos subyuga– tampoco puede existir una rivalidad nacional o racialista”.38 Y lo reafirma más adelante, en un deslinde entre nacionalismo y socialismo, de un lado, y racialismo y chovinismo, del otro. En pocos intelectuales latinoamericanos de aquellas décadas, esa diferencia llegó a ser tan explícita:
No siendo los pueblos de Norteamérica y los de la América Latina descendientes de un mismo tronco racial, no ha faltado entre nosotros quienes hayan visto el problema de nuestra lucha defensiva como una cuestión nacional, como una rivalidad étnica entre sajones y latinos. Esta concepción me parece falsa y el aprismo la condena. Nosotros luchamos contra un sistema económico que se proyecta sobre nuestros pueblos como una nueva conquista. Nosotros los apristas no tenemos una concepción racial de nuestra defensa contra el imperialismo yanqui.39
Una vez más, Haya encontrará el equilibrio adecuado entre ese nacionalismo no racialista ni chovinista y ese socialismo no clasista ni prosoviético en la Revolución mexicana. En mayo de 1927, en un texto escrito en Oxford para The New Leader de Londres, admite que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles no han podido “avanzar en el real camino del socialismo”, pero no duda que ese será el camino.40 Ante el conflicto religioso de la “guerra cristera” respalda al Gobierno mexicano, aunque volviendo al punto de que, a su juicio, la verdadera raíz del problema no era religiosa, sino consecuencia de la “política de expansión y amenaza de Estados Unidos”.41 A Haya no le cabe duda, a fines de los años veinte, de que la vanguardia de la revolución latinoamericana sigue estando en México y lo reitera en cuanto elogio escribe de las ideas de Romain Rolland sobre América Latina, como lugar de relanzamiento de la utopía del Nuevo Mundo frente a la decadencia de Occidente.42
Aquella apuesta por México, en medio del ascendente cuestionamiento del Gobierno mexicano como “burguesía nacional” por parte del Comintern y los comunistas prosoviéticos, se lee en su correspondencia con sus amigos mexicanos, especialmente con Vasconcelos, pero también con el poeta Carlos Pellicer.43 Haya daba la razón al influyente intelectual público de Nueva York, Walter Lippmann, cuando este afirmaba en el New York World que la Revolución mexicana era autóctona, independiente de la rusa y, en algunos aspectos, más radical.44 En El antimperialismo y el APRA (1928), su respuesta a Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y otros comunistas que lo atacaron, reproduciendo las tesis del VI Congreso de la Internacional Comunista en Moscú, incorporaba como apéndices los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro, ejes de la reforma agraria y laboral mexicana, donde veía plasmada esa radicalidad. La explicación que daba el peruano al radicalismo mexicano era que México era, junto con Cuba, el país con una economía más dependiente de Estados Unidos.45
la reacción prosoviética
En los últimos años, la historiografía sobre la izquierda latinoamericana ha comenzado a cuestionar la idea, sumamente extendida en los estudios cubanos, de que el conocido ataque de Julio Antonio Mella contra Haya de la Torre y el APRA, entre 1927 y 1928, respondió a un acto espontáneo de crítica marxista al populismo latinoamericano. Como ha observado Ricardo Melgar Bao, el cuestionamiento de Mella se enmarcaba en la compleja localización del cubano dentro del comunismo mexicano y dentro de la red latinoamericana de la Tercera Internacional.46 Mella, que había sido sancionado por el Partido Comunista Cubano (PCC) tras su huelga de hambre en una prisión habanera en 1925, ahora se enfrentaba a sectores de la jerarquía del Partido Comunista Mexicano (PCM) que reprobaban su estrategia hacia los sindicatos y el campesinado. Para complicar más las cosas, el cubano estaba en conversaciones con representantes de partidos tradicionales de la isla para concertar una insurrección militar contra la dictadura de Gerardo Machado.
Mella había conocido a Haya en La Habana cuando el primero impulsaba la Universidad Popular José Martí, a donde llegó el peruano precedido por una ganada popularidad dentro del movimiento estudiantil. En 1923, el cubano dedicó al futuro líder del APRA un elogio apasionado, donde lo llamaba “Mirabeau demoledor de las eternas tiranías”.47 Haya era una suerte de mesías de la buena nueva que decía la palabra mágica de la esperanza latinoamericana. “Como Haya debió de ser Martí, el mismo amor, la misma consagración al ideal, el mismo espíritu de combatividad serena –agregaba–. Es el arquetipo de la juventud latinoamericana, es un sueño de Rodó hecho realidad, es Ariel”.48 Cuando Mella llegó a México en 1925, ya Haya se encontraba en Europa, pero ambos revolucionarios se rencontraron en Bruselas en febrero de 1927 en el Congreso Antimperialista.
Mella se recuperaba entonces de las sanciones que le impuso el Comité Central del PCC por haber emprendido una huelga de hambre, en 1925, desde la cárcel, para protestar contra la dictadura de Gerardo Machado. Los dirigentes del comunismo cubano sostenían que aquella huelga, que despertó la solidaridad de la izquierda latinoamericana, no había sido consultada con ellos y denotaba individualismo.49 También se reprochaba a Mella dar más importancia a asociaciones como la LADLA que al Comité Central cubano, al que, según sus amonestadores, no informaba adecuadamente de sus actividades. Con el apoyo de los comunistas mexicanos, el “caso Mella” fue presentado a la dirigencia del CEIC en enero de 1927, en Moscú, y sus líderes pidieron al PCC la rehabilitación del cubano. La intensa participación de Mella en el Congreso de Bruselas está ligada a ese esfuerzo por recuperar el favor del máximo liderazgo del comunismo internacional, pero también a la amplia red de organizaciones y sectores de la izquierda latinoamericana, construida por el cubano en muy pocos años.
Apenas llegado a México, en 1926, Mella fue hecho miembro del Comité Ejecutivo de la LADLA, que a instancias de Moscú impulsaba el comunista norteamericano Charles Francis Phillips. Luego sería el responsable de los contactos de la LADLA con la Liga Nacional Campesina de México (LNC) y secretario del Comité Continental del Congreso Antimperialista. De ahí que al organizarse las delegaciones al encuentro de Bruselas, Mella reuniera en su persona varias representaciones a la vez: la de la LNC y las de las secciones mexicana, panameña y salvadoreña. En Bruselas, Mella presentó, además, el informe Cuba, factoría yanqui, redactado por Rubén Martínez Villena, e intervino protagónicamente en el debate sobre cuestiones sindicales latinoamericanas.50
El tono predominante de las deliberaciones del Congreso de Bruselas y de su informe latinoamericano no estuvo rígidamente alineado con las posiciones del Comintern, que ya comenzaban a moverse hacia la lógica clasista. En el Comité Organizador del encuentro figuraban líderes y personalidades no comunistas como la viuda de Sun Yat-sen por China; Jawaharlal Nehru por la India; Ramón P. de Negri, ministro plenipotenciario en Alemania del Gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles; el líder de los derechos civiles norteamericano