El árbol de las revoluciones. Rafael Rojas
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Los estudios de Christine Hatzky y Víctor y Lazar Jeifets, en los archivos de Moscú, permiten concluir que Mella fue readmitido en el PCC en mayo de 1927, luego de su desempeño en el Congreso de Bruselas y de su viaje a la Unión Soviética en la primavera de ese año, donde se entrevistó con Elena Stásova y visitó las fábricas de Donbás, en Ucrania. Los escritos sobre la Unión Soviética de Mella para El Machete, como ha observado Manuel Muñiz, reproducían los clichés de la propaganda moscovita y, como en el texto contra Haya, reiteraban que el Comintern y la Unión Soviética eran “la vanguardia y el baluarte del movimiento socialista” y el “pivote de todo movimiento de emancipación nacional que sea sincero”, ya que “la teoría leninista sobre el imperialismo es de aplicación universal, no regional como algunos revisionistas pretenden probar simplistamente”.73 Sin embargo, en aquellos escritos Mella elogiaba a Trotski y no mencionaba a Stalin, lo que pudo haber dado lugar a las acusaciones de trotskismo que harían algunos ortodoxos latinoamericanos como el mexicano David Alfaro Siqueiros, argentino Victorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez.
Tiene sentido la tesis, manejada por Hatzky, Muñiz y otros, de que a través de aquellos escritos Mella se acomodaba a las posiciones dogmáticas de la Internacional Comunista, a la vez que en su práctica política intentaba explorar otras vías revolucionarias. Sabemos que en su viaje a la Unión Soviética solicitó al Comintern una autorización para establecer alianzas con nacionalistas venezolanos y cubanos, contrarios a las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Gerardo Machado, y que a su llegada a México planteó la posibilidad de crear un nuevo partido político y apoyó la descentralización sindical para los obreros y los campesinos. En más de una zona de la praxis revolucionaria, Mella y Haya estaban de acuerdo y hasta cohabitaban, como en la solidaridad concreta a los revolucionarios centroamericanos, pero la subordinación, o no, a Moscú los separaba.
Tal vez por ello, Ricardo Melgar Bao ha hablado de una “ruptura amistosa” entre Haya y Mella, que llegaría a ser “frontal y definitiva”.74 Más allá de sus “giros discursivos” y de la magnificación de las diferencias, que el propio Haya practicó en su larga vida, había una zona de confluencia entre ambos revolucionarios, que se puso a prueba, sobre todo, en las revoluciones centroamericanas y caribeñas de los años veinte y treinta.75 La correspondencia de Haya con el hondureño Rafael Heliodoro Valle, figura clave de la difusión del proyecto revolucionario mexicano en Centroamérica, es rica en evidencias de aquel diálogo entre socialistas y populistas. Hubo entre unos y otros una zona de confluencia que se pondría a prueba en las revoluciones nicaragüense, salvadoreña, guatemalteca y cubana.
La mayor convergencia teórica entre Mella y Haya tal vez se encuentre en algunos de los últimos ensayos del cubano, como el que dedicó al tema de la clase media en El Machete a fines de 1928. Mella trabajaba entonces en una alianza con los veteranos oficiales de la última guerra de independencia de Cuba: Carlos Mendieta Montefur, Roberto Méndez Peñate y Federico Laredo Brú, que probablemente había conocido en La Habana, cuando se produjo la creación del Movimiento Nacional de Veteranos y Patriotas en 1923, y que ahora convocaba para organizar una expedición contra la dictadura machadista en Cuba.76 Un primer punto de contacto entre ambos revolucionarios es la valoración positiva que hacían de la NEP de Lenin, ya que gracias a una relativa apertura del mercado y la propiedad privada se lograba el tránsito de muchos obreros y campesinos a la clase media.77
Pero la revaloración de la clase media que proponía Mella lo acercaba a las posiciones de Haya porque el cubano partía de la premisa de que la crisis del capitalismo, especialmente en América Latina, impediría que amplios sectores de la pequeña burguesía escalaran el estatus de la clase alta, proyectando su inconformidad hacia el movimiento socialista.78 Señalaba Mella que “no podía haber un régimen social basado únicamente sobre las clases medias, como no se levanta un edificio sobre arenas movedizas”, y pronosticaba que en la lucha entre socialismo y fascismo que se aproximaba, una parte de la pequeña burguesía “formará los ejércitos de la reacción y será enemiga del proletariado”.79 Pero otra parte de la misma clase, según Mella, se sumaría a la revolución, de ahí que el mensaje socialista debiera estar abierto a las alianzas y los pactos.
Quien eso afirmaba era alguien que entre 1926 y 1928 debió de enfrentarse a los estigmas de “individualista”, “intelectual” y “pequeñoburgués” –o no proletario–, sostenidos por el Comité Central del PCC, pero también por el liderazgo más dogmático del comunismo latinoamericano. Incluso la máxima dirigencia de la Internacional Comunista, en Moscú, cuando pidió a los cubanos el reingreso de Mella en febrero de 1927, reiteró muchas de aquellas acusaciones, aunque reprendió al Comité Central de La Habana por haber actuado de manera extremista y sectaria. En lo concerniente a Cuba, Mella logró su mejor desempeño en organizaciones no plenamente subordinadas al Partido Comunista como la LADLA o la Asociación Nacional de Emigrantes Revolucionarios en México, que eran vistas con recelo por los comunistas más prosoviéticos. Esa experiencia lo aproximó, acaso involuntariamente, a Haya de la Torre, el principal defensor de la revolución autóctona latinoamericana.
El choque entre Víctor Raúl Haya de la Torre y Julio Antonio Mella en los años veinte fue uno de los primeros indicios de la difícil convivencia entre las izquierdas comunistas y nacionalistas o socialistas y populistas en el campo revolucionario latinoamericano de la primera mitad del siglo xx.80 Luego de aquella división originaria, cada tradición ideológica y política autorizó sus estrategias en el discurso de uno o el otro. Esa autorización, al dotar de organicidad doctrinal los posicionamientos de ambos revolucionarios, contribuyó a desdibujar el conflicto territorial o geopolítico que subyacía a la articulación de redes y la fundación de los partidos y las asociaciones de la izquierda latinoamericana.
Tras la muerte de Mella, asesinado en Ciudad de México por agentes del dictador cubano Gerardo Machado, en enero de 1929, la proyección del APRA dentro de la izquierda latinoamericana cobró fuerza. Las críticas de Haya de la Torre a la estrategia del Comintern le ganaron una enorme ascendencia dentro del espectro no comunista de la izquierda revolucionaria y antimperialista de la región. Como han estudiado Ricardo Melgar Bao y Martín Bergel, para mediados de los años treinta, el APRA poseía, además de creciente base peruana, una extendida red de partidarios en diversos países de la región como México, Colombia, Cuba, Chile y Argentina.81 Pocas corrientes, en el espectro de la izquierda regional, contribuyeron de un modo más decisivo a difundir los valores del nacionalismo y el antimperialismo latinoamericanos.
1 Fell, 1989, p. 557; Melgar Bao, 2002a, pp. 247-251.
2 Chanamé Orbe et al., 1990, pp. 54-71.
3 Vasconcelos, 2007, p. 30.
4 Ibíd.
5 Ibíd., p. 35.
6 Haya de la Torre, 1977, vol. I, p. 15.
7 Edwards Bello, 1935, pp. 149-155.
8 Soto Rivera, 2002, vol. I., p. 81.
9 Villanueva (ed.), 2009, p. 49.