Trayectorias y proyectos intelectuales. Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez

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Trayectorias y proyectos intelectuales - Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez Taller y oficio de la Historia

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acompañado de una revolución burguesa, sino que, en algunos países más que en otros, repotenció relaciones estamentales que generaron exclusión subordinada de amplias capas de población.10 Cuando se observa el Ariel, se podría llegar fácilmente a la conclusión de que es un simple reflejo de la situación socioproductiva y política esbozada para las sociedades latinoamericanas de comienzos del siglo pasado. Está escrito en el lenguaje finisecular latinoamericano que se expresa a través de figuras clásicas, sobre todo de tradición europea occidental, y tiene el “aire de familia” del pensamiento decadente que veía en las muchedumbres la amenaza de los “grandes valores” de la “humanidad”, que no había conseguido terminar de arrasar el utilitarismo engendrado por el capitalismo. Sin embargo, también se respira un optimismo por el futuro de América Latina, se confía en que la ciencia y la democracia permitirán a la región alcanzar el ideal del Ariel. Esta contradicción, lejos de ser un simple reflejo de las condiciones de su momento, es la expresión de los dilemas a los que se enfrentaba una región que no estaba pudiendo desplegar con la misma intensidad que Europa y los Estados Unidos las fuerzas que desencadenaron las transformaciones socioproductivas. Además, es la lectura de un momento del proceso histórico en el que en la misma Europa se sentía que el proyecto ilustrado tenía limitaciones que no le permitían cumplir las promesas de bienestar universal (Burrow, 2001). Asimismo, hacía parte de ese momento el ya evidente despliegue de la sociedad estadounidense como abanderada de la segunda revolución industrial, y que llevaría al espíritu del capitalismo a desprenderse definitivamente del aura religiosa que Weber analizaría en Ética protestante y espíritu del capitalismo, dejando al desnudo el espíritu utilitario.

      Su carácter contradictorio no es posible reducirlo a un ideario de la naciente burguesía latinoamericana ni a las aspiraciones de un sector tradicionalista de las élites que se negaban a abandonar privilegios de filiación aristocrática. Antes, por el contrario, el Ariel puede ser tomado como una crítica a la burguesía en ascenso y a los sectores de las élites tradicionales, que no estaban siendo capaces de construir una nueva visión del mundo y se aferraban a un pasado que no tenía fundamento. A los primeros les critica su nordomanía y a los segundos, su restringida idea de democracia y su precaria comprensión de la ciencia.

      A través del Ariel, Rodó realizó la lectura de su momento histórico; no es la simple añoranza romántica de un pasado que se está viendo amenazado por grupos, fuerzas o entelequias, pero tampoco es un programa de acción para algún grupo en especial. Es, más bien, el insumo, por negación, para construir su visión de una América Latina que diera un salto cualitativo e hiciera, así, su contribución al proceso de desarrollo de la humanidad. La lectura de Rodó es una excepción dentro de las principales corrientes de pensamiento en América Latina; para el pensador uruguayo la transformación del presente y la construcción del futuro no se hacía teniendo como modelo una sociedad realmente existente, ni en el pasado ni en el presente. Los cambios del presente y el futuro se hacían comprendiendo el pasado por parte de unos individuos no atados al accionar instrumental, sino dispuestos a desarrollar toda su humanidad. La búsqueda de Rodó era la construcción de una visión del mundo que superara la encrucijada en la que había caído el proyecto ilustrado europeo, cuya expresión deformada, pero con tendencia dominante, se estaba desarrollando en los Estados Unidos. Gutiérrez Girardot captó una buena parte de esta dimensión cuando, al ir finalizando su ensayo sobre Rodó, señala:

      Su pasión americana no solamente “hispanoamericanizó” el modernismo, ni solamente lo culminó con su ensayo que equilibra la belleza con la moral y con el pensamiento, sino que señaló caminos concretos para llegar a la gran meta de la “Magna Patria”: el dominio de la ciencia mediante el pensamiento libre, la perfección moral de sí mismo, la esperanza y el amor. (Gutiérrez Girardot, 2006, p. 162)

      En el momento histórico de Rodó no existía la “Magna Patria”, la ciencia marcaba el ritmo y, a su vez, se desarrollaba al compás de la “segunda revolución industrial”, cuya patria era el utilitarismo estadounidense. Patria de la que Weber, sin el optimismo de Rodó, diría cinco años después:

      En el país donde tuvo mayor arraigo, los Estados Unidos de América del Norte, el afán de lucro, ya hoy exento de su sentido ético-religioso, propende a asociarse con pasiones puramente agonales, que muy a menudo le dan un carácter en todo semejante al de un deporte. Nadie sabe quién ocupará en el futuro la jaula de hierro, y si al término de ese monstruoso desarrollo surgirán nuevos profetas y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales, o si por el contrario, lo envolverá toda una ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos. En este caso, los “últimos hombres” de esta fase de la civilización podrán aplicarse esta frase: “Especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón: estas nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente”. (2008, p. 287)11

      Si bien el diagnóstico de Rodó había sido similar, la respuesta que dio no está dada desde la vieja Europa, sino desde la que él gustaba considerar joven América, y por eso destila optimismo al decir:

      En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen la significación de un optimismo paradójico. Muy lejos de suponer la renuncia y la condenación de la existencia, ellos propagan, con su descontento de lo actual, la necesidad de renovarla. Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación pesimista, es, no tanto la idea de la relativa bondad de lo presente, sino la posibilidad de llegar a un término mejor por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado mediante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda acción energética y de todo propósito fecundo. Tal es la razón por la que he querido comenzar encareciéndoos la inmortal excelencia de esa fe que, siendo en la juventud un instinto, no debe necesitar seros impuesta por ninguna enseñanza, puesto que la encontrareis indefectiblemente dejando actuar en el fondo de vuestro ser la sugestión divina de la Naturaleza. (1993, p. 9)

      El optimismo paradójico del que habla Rodó es la mejor expresión de lo contradictorio que, en un primer momento, se puede encontrar en el pensamiento latinoamericano de final del siglo XIX y comienzos del XX.12 Sin embargo, en esa “contradicción” es donde radica la riqueza de la lectura del momento histórico que se puede observar a través de la obra de Rodó: no es la del decadentismo y el pesimismo europeo del momento, sino el esbozo de una potente creatividad que entiende que lo humano es resultado de un proceso de largo aliento y que no es posible atarse a un presente para medir lo que fue y lo que vendrá. Esta “visión a largo plazo” permite salirse de una búsqueda esencialista y no caer en el pesimismo del final de los días de Bolívar, cuando se preguntaba por quiénes somos, de los positivistas o de los frustrados modernizadores del siglo XX. No obstante, también da una salida para no desembocar en el optimismo ingenuo de quienes buscan en rasgos locales la fuente de salvación frente a una modernidad-modernización que se considera la fuente de todos los males.

      En su visión a largo plazo, la que va a llevar a Rodó a la Antigüedad, no elige las sociedades europea o estadounidense como modelos, antes, por el contrario, las ve como estadios que hay que superar. Al igual que los pensadores del Renacimiento europeo, recurre a la Antigüedad griega para repensar el presente y el futuro. Este recurso podría ser interpretado como un dejo aristocratizante mediante el cual se deja traslucir una mirada conservadora de parte de alguien que se está dirigiendo a una élite. No obstante, si la explicación de este recurso se hace teniendo en cuenta cuál es el objetivo perseguido por Rodó, el sentido cambia radicalmente. De los griegos retoma lo que él considera el “florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza”, resultado de la “eterna juventud” griega. De esta plenitud “nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre, la curiosidad de la investigación, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestro orgullo” (Rodó, 1993, p. 6). La “conciencia de la dignidad humana”, que es el rasgo que interesa destacar aquí del rescate que hace Rodó de la Grecia antigua, está relacionada a lo largo del Ariel con el papel activo del individuo en la construcción

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