Mosaico transatlántico. AAVV
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El movimiento de las calles de Nueva York no da la medida de la actividad del pueblo. Los habitantes de los Estados Unidos tienen una buena dosis de indolencia, la cual es mayor según se acercan a los límites septentrional ó meridional: indolencia que se observa en todo el continente americano. Y es que en todo él existen razas ó pueblos, indígenas ó exóticos, dedicados al trabajo. Sus indios tienen Méjico y la América del Sur; las Antillas y la zona meridional de los Estados Unidos cuentan con los negros, al paso que la septentrional se vale de las clases proletarias de Europa. Una diferencia hay que notar: estas últimas se confunden, cuando adquieren fortuna, con la población dominante; ventaja inmensa de que las razas africana y americana indigena están hasta cierto punto privadas; […] De la misma manera que en la isla de Cuba el dueño de un grande ingenio de hacer azúcar deja al negro las rudas faenas, sin tomar ninguna parte en ellas, el americano de los Estados Unidos, poseedor de una fábrica de tejidos ó una fundición, pasa la vida descansadamente ó viajando por Europa, mientras los irlandeses hacen todo el trabajo. (Guiteras, 2010: 37-38)
Adviértase que en este diagnóstico subyace una crítica consustancial al sistema racial e imperialista con el que se organiza el continente, que ve al otro como ser inferior y sometido. Según Guiteras, en el continente americano unos pueblos dominan a otros y el “americano de los Estados Unidos”, es decir, el auténtico americano utiliza a los irlandeses como mano de obra barata. La situación tiene a los ojos de Guiteras implicaciones sociales y nacionales.
New York Herausgegeben von der Kunstanstalt des Bibliografischen Instituts in Hildburghausen ca. 1840
En primer lugar, el autor constata el crecimiento de la urbe: “No era Nueva York una gran ciudad en 1842. Su población estaba aún distante de llegar á medio millón, mientras que ya hoy se ve colocada en los cuadros estadísticos universales entre las ciudades que cuentan más de un millón” (s.a.: 32). El aumento se debe a la migración de carácter laboral que ha provocado que no baste con “que un extranjero conozca la lengua inglesa para entenderse con una no escasa parte de la población” (s.a.: 34). La uniformidad social que se observaba en 1842 ha desaparecido para mostrar la heterogeneidad de la misma. Todo ello ha ocasionado ciertas pretensiones por parte de los norteamericanos en relación a la jerarquía social que desempeñan. Así, señala Guiteras, los americanos de los Estados Unidos en la década de los ochenta aspiran a distinguirse unos de otros acudiendo a sus ascendientes (“Los hijos de Boston se hacen descendientes de los emigrados ingleses que fundaron las colonias de la Nueva Inglaterra; los de Nueva York quieren á todo trance tener á los holandeses por abuelos; y un filadelfiano cree que tener sangre de los compañeros de Guillermo Penn es el colmo de la dicha” (s.a.: 39). En el caso de la ciudad de Nueva York la distinguida calle Broadway se ha transformado en un bazar y ahora es la “Avenida Quinta” la calle verdaderamente aristocrática (s.a.: 35), a la que hay que sumar la extranjera Bowery. Curiosamente, Guiteras no señala que la incorporación de inmigrantes en la sociedad fue una aportación fundamental a la prosperidad del país y señala únicamente la división social que implica.
En segundo lugar, esa fragmentación social que depende en buena medida de la procedencia de los individuos provoca que Guiteras no encuentre en los Estados Unidos una verdadera nación:
Estas aspiraciones, esta heterogeneidad son, á no dudar, la fisonomia peculiar del pueblo de los Estados Unidos; ó, hablando con más propiedad, son la causa de que éste carezca de una fisonomía peculiar. La nación no tiene cohesión, como no tiene nombre. Pero ella vendrá. […] Sus elementos han sido transportados de puntos opuestos, cada uno con su religión, su historia, su lengua y su honra. Viven y se mueven juntos, unidos por el interés de la propia conservación; pero sola y únicamente por ese interés. (s.a.: 39-40)
La carencia de elementos comunes, como la unidad religiosa o una historia común son la causa de que no exista una cohesión nacional. La sociedad norteamericana, que basaba su organización como república en la igualdad ante la ley, ahora busca una forma de diferenciarse y “mide á los demás por su cuenta bancaria” (s.a.: 39). Esta debió ser una cuestión preocupante para Guiteras, un hombre que no solo se sentía completamente cubano, sino que contribuyó a crear el sentimiento nacional en la juventud de su país.
La mujer norteamericana: de coqueta a sufragista
Lo primero que llama la atención al joven Eusebio Guiteras en su viaje de 1842 de las mujeres americanas es la coquetería y la excesiva longitud de sus pies. En el Libro de viaje 1 solo encontramos una breve semblanza inserta en la descripción de la bulliciosa calle de Broadway en la que concurren
una infinidad de señoras i señoritas, que cubiertas con su gorra i sombrilla, van ya a comprar; ya en busca de quien les diga algo, ya en busca de alguno que les ha dicho algo; i todas bien puestas, i dando al aire el lindo rosado de sus suavísimas mejillas, i al suelo las pisadas de sus grandísimos pies: no he visto ni uno que pueda descansar el de una cubana: al verlos, yo no sé, pero se me antojaba que aquellos pies no sostienen el cuerpo fino i torneado de una mujer. (Guiteras, 2010: 45)
El comentario sobre la coquetería de las norteamericanas se apoya en una anécdota vivida por un amigo suyo en Saratoga, que tiene como protagonista a una señorita llamada Belle, que disfruta viéndose seguida por admiradores. No obstante, como en el caso de los norteamericanos, Guiteras parte del imaginario cultural para forjar su concepto de la norteamericana:
La mujer americana a mi ver está pintada por Mr. De Beaumond en su Maria; artificiosa hasta el extremo lo es sin gracia i a vezes sin modestia. El pensamiento que la ocupa mas, su mayor deseo es tener a su alrededor el mayor número de adoradores, llevadlos tras si; y eso sin aparar mucho en los medios que emplea. (Guiteras, 2010: 54)
El autor infunde a su etopeya una valoración profundamente moral, influido también por uno de los textos fundadores de los estereotipos de los norteamericanos, en este caso la novela de Gustave de Beaumont, Marie ou L’esclavage aux État-Unis (1835): “Les femmes américaines ont en général un esprit orné, mais peu d’imagination, et plus de raison que de sensibilité” (Beaumont, 1835: 18), sentencia Ludovic, el protagonista de este Tableau de moeurs américaines, subtítulo de la novela. Más adelante advierte: “Du reste, une excessive coquetterie est le trait commun à toutes les jeunes Américaines, et une conséquence de leur éducation” (1835: 23).
La experiencia del autor en los años siguientes hará que sea consciente de la importancia que la educación tiene para las niñas14. Así, en su visita a la High School de Bristol que describe en Un invierno en Nueva York observa que mientras en las escuelas el número de estudiantes está equilibrado en cuanto a sexo, no ocurre lo mismo en los estudios superiores, en los que predominan “con mucho” las chicas. “Los varones salen pronto de la escuela, algunos para matricularse en las universidades, los más para entrar en los talleres u oficinas”, circunstancia también referida en el texto de Beaumont.15
Esa excelente educación de las mujeres es la que determina claramente su papel social y laboral. Guiteras asegura que las salidas profesionales de las norteamericanas son excepcionales si se comparan con otros países y que pueden ocupar puestos de responsabilidad impensables en otros lugares:
Sea a causa de esta evolución ó de otra cosa, lo cierto es que en los Estados Unidos la mujer, que recibe una educación muy completa, tiene muchos caminos abiertos para ganar el pan. Fuera del servicio doméstico y el ejercicio de las labores de su sexo, cuentan con las fábricas de tejidos ú otros