Johannes Kepler. Max Caspar

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Johannes Kepler - Max Caspar Biografías

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pero se habían desvanecido las expectativas del aumento de sueldo con que contaba. «Cómo voy a permitirme en mi amargura exigir algo más por mis vanas especulaciones cuando tantos hombres capaces viven en el exilio» [115]. ¿No piensan los delegados que habrían podido prescindir del profesor de matemáticas antes que de ningún otro? ¿Debo partir yo también de Graz?, se preguntaba [116]. Pero su esposa depende de sus bienes y de las esperanzas en el patrimonio paterno. Los conflictos económicos con la familia de su mujer son fuente continua de indignación y disgusto. Si se marchara también tendría que dejar atrás a su hijita adoptiva, por la que siente un gran apego. Además, a su suegro, tutor de la chiquilla, le gustaría apartarla de él. La niña posee una herencia paterna que ronda los diez mil florines, de los cuales Kepler recibe una cantidad anual de setenta florines para costear la manutención de la criatura, además del rendimiento de un viñedo y una casa. Todo eso se acabaría. También existiría el riesgo de que la niña fuera introducida en breve en la religión católica. Kepler llega a la determinación de quedarse y ser paciente en un principio. Lo mismo opinan sus profesores de Tubinga, a quienes aún se siente muy unido y pide consejo. Estos no pueden ofrecerle nada en Tubinga por mucho que valoren el talento excepcional del antiguo alumno, aunque eso, por supuesto, no se lo dicen.

      Los inspectores de la escuela, que sentían gran afecto por el profesor de matemáticas y se alegraron de que se hubiera quedado entre ellos, le comunicaron su deseo de que dedicara el tiempo que no ocupaba con la filosofía [117] al desarrollo de las ciencias matemáticas. Kepler no necesitaba incentivos. Como él dice, le tocó vivir una época que lo obligaba a limar la agudeza de su genio, a relajar el interés y a contener sus iniciativas por muy capacitado que estuviera para el trabajo intelectual. Pero su energía extraordinaria, su intenso afán investigador salvó todos los obstáculos. Kepler incorporó a sus temas de estudio gran cantidad de cuestiones científicas que, o bien llegaron desde fuera, o bien brotaron de su interior. Herwart von Hohenburg le cedía gustoso los volúmenes que necesitaba y no podía encontrar en Graz. La lectura hizo fluir en él un torrente de ideas propias. «Quien destaca por su agilidad mental no se complace dedicándose en demasía a la lectura de obras ajenas; no quiere perder tiempo» [118]. Pero él aún estaba aprendiendo. Un fino olfato lo llevó a hacer acopio de lo que después necesitaría para sus creaciones más elevadas y a seguir las huellas correctas que auguraban nuevos descubrimientos. No abandonaba las cuestiones que le parecían importantes y en cada ocasión las abordaba desde perspectivas distintas. Sus cartas, que permiten conocer algo más sobre sus trabajos, consisten en parte en extensas disertaciones eruditas. Las alusiones epistolares a los acontecimientos recién expuestos también aparecen rodeadas en todo momento de indagaciones científicas.

      Como es natural, de momento seguía dedicándose a su libro y a todo lo que guardaba relación con él. El proyecto que tenía planeado como continuación de aquella obrita concebida y hasta titulada como «preludio», revela las ideas que rondaban su cabeza. Quería escribir cinco libros cosmográficos [119]. Uno sobre el universo, sobre los elementos estáticos del mundo, la ubicación y el estatismo del Sol, la disposición de las estrellas fijas y su estatismo, sobre el conjunto del universo, etcétera. Un segundo volumen trataría las estrellas errantes que, junto a una revisión de la idea principal del Mysterium, debía contener estudios sobre el movimiento de la Tierra, sobre las relaciones entre los movimientos según Pitágoras, sobre la música, etcétera. Un tercero dedicado a los objetos celestes por separado, en especial al globo terráqueo, a las causas que dan lugar a las montañas, los ríos, etcétera. El cuarto versaría sobre la relación entre el cielo y la Tierra en lo que atañe a sus influencias mutuas, sobre la luz, los aspectos y principios físicos de la meteorología y la astrología. El proyecto nunca se llevó a cabo con esta forma porque el desarrollo de la actividad científica de Kepler siguió otros derroteros. Sin embargo, sí encontramos estudios sobre los temas mencionados en varias de sus obras posteriores, si bien con otra disposición y siguiendo otro orden de ideas.

      Ya se ha comentado que por aquel entonces estaba muy entretenido con la construcción de un [120] planetario que debía ilustrar su descubrimiento. Es una pena que fracasara la consecución de aquel proyecto.

      Las cartas que recibió en relación con su Misterio del universo lo inquietaron y lo obligaron a posicionarse. A este respecto hay que mencionar un incidente desagradable. Entusiasmado con su descubrimiento, Kepler había informado de él y había pedido opinión por carta al matemático imperial de entonces, Reimarus Ursus, del cual había oído elogios. Con su entusiasmo juvenil, Kepler le dispensó en aquella misiva sus mayores alabanzas y lo situó por encima de todos los matemáticos de su tiempo [121]. Ursus no respondió, pero en 1597 publicó la carta de Kepler, sin que este lo supiera, en una obra de astronomía donde entablaba una controversia en los términos más acres contra Tycho Brahe, con quien mantenía una disputa relacionada con el hallazgo del denominado sistema ticónico del universo. Brahe lo había acusado de plagio. De este modo, Kepler se encontraba ahora entre Tycho Brahe, con quien había establecido relaciones de gran importancia para él, y su oponente Ursus, a quien Kepler había elevado hasta los cielos, aunque en modo alguno merecía tal encomio. Es cierto que Ursus pasó de porquerizo a matemático imperial, pero carecía de la lealtad de Eumeo15 y no podía ofrecer ninguna aportación científica relevante [122]. Brahe recriminó a Kepler, y este, que, como es natural, no quería perder el favor de aquella personalidad tan relevante, presentó sus disculpas. No obstante, se desembarazó de la peliaguda tarea con una delicadeza extrema, sin perder un ápice de dignidad. El ingenuo novato que había sido hasta entonces tuvo oportunidad de extraer su propia enseñanza de aquella experiencia. Ahora sabía que no todos los hombres de ciencia, por elevado que fuera su rango, tenían las mismas intenciones nobles que lo movían a él y que él había presupuesto en los otros. Pero el asunto no quedó zanjado con una carta, a pesar de haber esclarecido su circunstancia personal; esta cuestión reaparece en muchas cartas y, cuando Kepler colaboró más tarde con Tycho, tuvo que seguir refutando al oponente más odiado de Brahe a petición de este.

      Más importantes que este conflicto fueron los comentarios de Tycho Brahe acerca de su Misterio del universo [123]. Aparte de la reserva con que había valorado las ideas fundamentales del mismo, planteó una serie de objeciones relacionadas con determinadas cantidades utilizadas en el modelo del universo de Kepler. De hecho, la estructura que servía de base a aquel modelo no era nada precisa. Para explicar por qué los sólidos regulares no encajaban perfectamente entre las esferas planetarias, Kepler se basó en la imprecisión de los datos que había extraído de Copérnico sobre las distancias de los planetas al Sol. Solo observaciones más precisas podrían esclarecer y resolver la cuestión, y él no disponía de instrumentos. Solo Tycho Brahe poseía las observaciones que él necesitaba. Kepler ansiaba con impaciencia echarles una ojeada. Ningún rey, dice, podría regalarle algo más valioso que instrumentos y el acceso a buenas observaciones [124]. ¿Cómo podría llegar a conocer los resultados observacionales de Tycho, ese hombre que se mostraba tan crítico con él y no sabía emprender nada decente con todo su tesoro de datos? «No quiero que me desalienten, sino que me instruyan. Mi opinión sobre Tycho es la siguiente: es inmensamente rico, pero no sabe sacar ningún provecho de su fortuna, como la mayoría de los ricos. Así que habrá que afanarse por arrebatarle sus riquezas, insistir en que se decida a hacer públicas sus observaciones sin reserva y sin que falte ni una» [125]. Pero Kepler tuvo que ser paciente y aplazar la resolución de las imprecisiones en su modelo del universo.

      Además, Kepler estaba interesado en conocer los datos empíricos de Tycho Brahe por otra cuestión. Las teorías formuladas hasta entonces habían descrito el movimiento de la Luna tan solo de manera imprecisa y poco satisfactoria. Con el fin de profundizar algo más en ello, Kepler observó con atención los eclipses solares y lunares, y comparó sus observaciones con los cálculos realizados previamente basándose en la teoría copernicana. Logró un resultado positivo importante, ya que fue el primero en detectar la llamada «ecuación anual» del movimiento lunar [126], hasta entonces desconocida y consistente en que el periodo de revolución lunar es algo mayor en invierno que en verano. Su atribución del fenómeno a causas físicas, al comparar la «vis

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