Traslación, agresión y trasgresión. Juan José Calvo García de Leonardo

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Traslación, agresión y trasgresión - Juan José Calvo García de Leonardo BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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Sancho de Londoño, maestre de campo del tercer Duque de Alba— en el más absoluto silencio, consiguiendo amedrantar al enemigo mucho antes de establecer contacto. Las tropas italianas de la Primera Guerra Mundial en el frente del Piave se asemejaron más a los primeros que a los segundos, tanto en la ficción de Hemingway como en la vida real.

      El relato personal de la experiencia bélica —salvando la espléndida descripción que nos transmite Esquilo en la primera obra dramática de la historia y cuyo extracto encabeza este apartado— se dedicó, durante siglos, a imitar la historiografía, más bien literaria, de la tradición greco-romana. Casi podemos alcanzar la edad burguesa antes de toparnos con la expresión descarnada del sufrimiento personal que supone la guerra. En efecto y como es bien sabido, la pérdida del uso de un brazo será para Cervantes un punto de honor y de gloria en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, como se ufana en el Prólogo al Lector de la Segunda Parte del Quijote. De manera similarmente heroica, rememorará su autor la Vida de este capitán Alonso de Contreras.

      Cierto es, por otra parte, que el protagonista de Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo, presente en Nördlingen, en la aplastante victoria de los tercios españoles sobre los hasta entonces invencibles suecos, no lo hará en primera línea, como infante, sino en la retaguardia: comiendo, bebiendo y burlándose de los que, como su señor, arriesgan la vida. Pero Estebanillo es un bufón; y los bufones —así como los inocentes y los niños (ex ore puerorum), como el Fool de King Lear, los ‘graciosos’ como el Mengo de Fuenteovejuna, los ‘chistosos’ como el Leoporello de Don Giovanni— cuentan, entre las funciones de su profesión, la de invertir el orden establecido y la de espetarle a los señores la verdades del barquero.

      El paisaje que nos muestra Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen de esa misma Guerra de los 30 Años, en su versión centroeuropea de la picaresca,24 nos parecerá un Bildungsroman, una etopeya, como el Parzival de Wolfram von Eschenbach de principios del siglo XIII; al tiempo, su relato de los ‘desastres de la guerra’ —por parafrasear a Goya— se nos antojará un reflejo de la iconografía coetánea: de los cuadros de Snayers, de Wouwermans y de Vrancx, de los grabados y los aguafuertes de Meyer y de Callot. Un siglo después, los apuntes de Voltaire sobre las guerres en dentelles de mediados del siglo XVIII, incluido el capítulo 3 de Candide, no dejan de ilustrar su autorretrato: un burgués ingenioso, haciéndole ascos a una aristocracia que seguía considerando la guerra casi como un deporte —estacional como las incursiones estivales de pillaje de los vikingos escandinavos, pero con muchísima más clase: no hay sino que atenerse a las anécdotas documentadas de la oficialidad francesa, austríaca o prusiana durante la Guerra de los Siete Años.25 Antes de que acabe el rococó, Da Ponte y Mozart cantarán la guerra: al final del aria de Figaro Non più andrai que cierra el primer acto de Le nozze di Figaro (1786), cuando impulsa a Cherubino alla vittoria, alla gloria militar y, en Così fan tutte (1789), con el coro de soldados Bella vita militar.

      Sobre siglo y medio más tarde, a pesar de los antecedentes de la descripción, terrible, que haría la baronesa Bertha von Suttner (condesa Kinsky von Wchinitz und Tettau de soltera) en ¡Abajo las armas!26 de los conflictos bélicos y de sus consecuencias —desde la 2ª Guerra de Independencia de Italia (1859), pasando por la prusiano-danesa de los Ducados (1864) y la austro-prusiana (1866) hasta la franco-prusiana o franco-alemana (1870)—las tropas que suben a los vagones de ferrocarril en los primeros días de agosto de 1914 lo hacen, más que alegres, eufóricas: À Berlin, à Berlin! o Nach Paris, nach Paris!, en un cruce homólogo de intenciones … peregrinas, en más de un sentido.

      El sosias de Hemingway en la obra que nos ocupa27 es un tenente sin haber cumplido los diecinueve años —como Paul Bäumer, el soldado voluntario de apenas diecinueve años que protagoniza Im Westen nichts Neues28 yun foreign fighter (aunque los anglosajones siempre han creído ser/se han hecho pasar por freedom fighters) mediocre, con bastante menor entrega a la causa que el personaje de Robert Jordan unos veinte años más tarde;29 y que, si bien se ha alistado en el Cuerpo de Sanidad y no en un Arma, participa plenamente, como Figaro el sirviente o el paje adolescente Cherubino, del romántico élan militar. Un personaje, este de Hemingway, que podríamos ver como un reflejo, especular y cruzado, del protagonista de The Red Badge of Courage de Stephen Crane30 y no solamente por intercambiar los papeles, contraponiendo el que primero es voluntario héroe alférez y luego desertor cobarde Frederic Henry de dieciocho (casi diecinueve) años, al que primero es cobarde desertor y luego héroe voluntario alférez Henry Fleming de dieciocho años. Pero, ahí acaba el ‘espejismo’. Al cabo, el protagonista de Farewell to Arms se desengañará de los fastos militares, al menos a partir de la fulminante derrota italiana en Caporetto a la que se hace referencia en el Libro III; el autor, que no vivió ni de lejos esos combates, no. Hemingway se perdía por la exhibición de hombría: en la caza mayor, en la tauromaquia, en la guerra… y siguió cultivando esas filias en su vida y reflejándolas en su obras: The Snows of Kilimanjaro,31 The Sun Also Rises 32 o la ya citada For whom the Bell Tolls, de 1940, por reseñar sólo tres.

      2.1.1.2. The Naked and the Dead

      La segunda obra, que se desarrolla en el único escenario práctica aunque no absolutamente33 reservado a los estadounidenses, carece de heroicidad romántica; aunque muchos de los combatientes sí se comportarán de manera ‘heroica’: beyond the call of duty, como define la legislación estadounidense al caído en acto de servicio.34 Frente a Farewell to Arms, la novela abandona la primera persona, es típicamente coral (incluso hay ‘coros’ de intercalados de cuando en cuando… ¡valga el retruécano fácil!) y carece de héroes en el sentido literario del término. Como mucho, nos toparemos con antihéroes, gente común y corriente, como la mayoría de los componentes de la sección que protagoniza la obra (There’s not a damn thing special about any of us (…) We’re just a bunch of GIs. Part Two. Argil and mold. 6, chorus: 146) o villanos: individuos autoritarios y fascistoides, como el general Cummings que es del Medio Oeste por parte de padre y de Nueva Inglaterra por parte de madre o el sureño sargento primero Croft. De buscar algún tipo de protagonista por similitud biográfica, como la del Frederic Henry en Hemingway, los alter ego de Mailer se podrían repartir entre Roth, el judío ateo, neoyorkino y universitario (I’m a graduate of CCNY [es decir: City College of New York] but it never did me any good.Part Two. Argil and mold. 2: 45), porque Mailer compartía las tres características y Hearn, el teniente ‘liberal’ (You know, Robert, you’re a liberal, le dice Cummings en Part Two. Argil and mold. 3: 67), porque también se licenció en Harvard y porque Mailer siempre se situó en la izquierda estadounidense. El primero no destaca particularmente en la novela más que por sus neurosis, es el judío prototípicamente neoyorquino, a lo Woody Allen; y, hacia el final, muere en una caída fortuita al vacío (Part Three. Plant and phantom. 12: 518). El segundo destaca intelectualmente y como objeto de deseo de Cummings; pero, en cuanto deja sus obligaciones como asistente del general en la plana mayor divisionaria y se decide a entrar en combate, conduce a sus hombres a la emboscada donde Wilson resultará herido de muerte (ver extractos M-2 y M-3), ordena una retirada desordenada; y, al día siguiente, al segundo intento de acaudillarlos, muere, de casualidad, de un disparo de ametralladora, al incorporarse tras un saliente (Part Three. Plant and phantom. 8: 469).

      Los franceses y alemanes que marchan a la Segunda Guerra Mundial ya no cantan, ni rien, ni incluso sonríen. La euforia de los divisionarios falangistas y sus adláteres de derechas35 era, en cierto modo, ‘natural’ entre los que acaban de vencer en España y tomaban parte, como figurantes, en la escenificación de la Estación de Atocha; pero durará lo que les duró el viaje en tren a Grafenwöhr en Baviera primero y Suwalki en Polonia más tarde, porque los aproximadamente mil kilómetros restantes hasta la Vitebsk bielorrusa los hicieron a pie, como los grognards de Napoléon

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