La chusma inconsciente. Juan Pablo Luna

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La chusma inconsciente - Juan Pablo Luna

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generando así perjuicios significativos a quienes los explotan laboralmente. No obstante, estos actos de rebelión cotidiana que Scott denomina las «armas de los débiles» funcionan también como válvulas de escape que impiden la consolidación de un movimiento campesino que eventualmente logre presionar por cambios estructurales.

      Los clásicos de O’Donnell y Scott siguen siendo pertinentes para echar luz sobre procesos sociales contemporáneos. En lo que resta de esta columna me interesa revisitar el incidente que involucró a Matías Pérez Cruz en el lago Ranco11. El análisis también aplica al intercambio que protagonizó Cristián Rosselot en un supermercado de Pirque12.

      En ambos incidentes, un individuo de clase alta intentó restituir «la jerarquía social» al interactuar con individuos de estratos sociales inferiores y terminó incinerado en las redes sociales. A los videos, memes y troleos, siguieron sendas columnas de opinión sobre cómo estos incidentes exponían resabios feudales que el proceso de modernización social en Chile volvía ya inadmisible. Aquí intentaré explorar otros ángulos analíticos.

      Interacción entre diferentes

      Usualmente se argumenta que uno de los problemas fundamentales del Chile contemporáneo es la desigualdad. Yo mismo lo he argumentado en mis columnas. No obstante, los efectos de la desigualdad no son lineales. Los datos con que hoy contamos para América Latina13 muestran que la desigualdad ha caído de modo significativo en la región (al menos a partir de datos provenientes de encuestas de hogares, en las que no es posible estimar el ingreso del top 1% más rico)14. ¿No debiésemos entonces esperar una reducción de los conflictos sociales y políticos? No necesariamente. La reducción de la desigualdad, especialmente en sociedades que siguen siendo altamente desiguales, puede incrementar los conflictos al visibilizar las diferencias y los múltiples obstáculos que interfieren con la movilidad social ascendente.

      El contacto, algo más frecuente entre los diferentes, así como el empoderamiento de quienes, por ejemplo, no llegaban a las costas del lago Ranco (o simplemente no se confrontaban con el «dueño» de la playa), puede generar roces que la alta desigualdad y segregación social evitaban en el pasado.

      La impugnación permanente a la élite y al establishment, y la incomodidad con que estos últimos deben transitar espacios en que deben interactuar con diferentes, es uno de los signos de este tiempo. Pero la interpelación a la élite tiene, como veremos, limitaciones bien tangibles.

      Viralización y las «armas de los débiles»

      La viralización por redes sociales no existía en los tiempos de O’Donnell y Scott. Las redes permiten hoy visibilizar e impugnar socialmente las actitudes de quienes, como Pérez Cruz y Rosselot, intentan seguir abusando de aquellos que poseen menos recursos y estatus social. En este sentido, las redes se han vuelto tribunales de justicia sucedáneos. En estos tribunales, donde todos operamos desde la superioridad moral, ni se respetan el debido proceso ni la presunción de inocencia, ni se calibra demasiado la naturaleza de cada falta. Tampoco se pueden administrar las consecuencias de la «pena» (la «funa» en redes sociales), ni garantizar que el victimario sufrirá un castigo conmensurable a su ofensa. Ni para un lado, ni para el otro.

      Incluso si usted estuvo entre los indignados, entre los que compartió un meme, o entre quienes intentaron cosechar likes y followers con alguna ingeniosa humorada, le apuesto que hace ya tiempo que no se acuerda del «guatón de Gasco» o del «abogado abusador» de Pirque. Seguramente, Pérez Cruz y Rosselot han sufrido en estos meses, en su vida personal y profesional, algunas consecuencias dolorosas de la viralización de sus actos. Pero, tal vez solo un poco más lentamente, ellos también habrán dejado su infortunio atrás.

      Sin embargo, la pregunta socialmente relevante es otra: la viralización de estos incidentes, ¿aporta algo a la reducción del abuso y a la desigualdad, en un contexto social más amplio? ¿Hay algo más que «pan y circo» en todo esto?

      Me temo que, como argumenta O’Donnell para el caso del «y a mí, ¿qué mierda me importa?» argentino, y como lo hace Scott respecto a «las armas de los débiles», el escándalo que creamos en las redes sociales resulta bastante funcional a la continuidad del statu quo. Aunque nos desahogamos cotidianamente, contribuimos poco a buscar soluciones que nos hagan indignarnos menos en el futuro.

      La desarticulación de lo nuevo

      A las pocas horas del incidente en el lago Ranco, «Gasco» se convirtió en trending topic nacional en Twitter. Mientras tanto, el video se había viralizado, siendo compartido por más de 30.000 usuarios en menos de 24 horas, generando a su vez más de 5.000 comentarios. Asimismo, un intento de «funa» in situ había acumulado al menos 70.000 adhesiones, transformándose ya en el proyecto de un cuasifestival en el jardín del «guatón de Gasco».

      Hoy quizás el único residuo tangible de este incidente sea la declaración y multa por parte del Ministerio de Bienes Nacionales, el que salió raudo a reiterar que en Chile no existe tal cosa como la «playa privada». Así, generó un antecedente relevante que tal vez evite por un tiempo la recurrencia de incidentes similares a este. Mientras tanto, más allá del entusiasmo online que generó, la «funa» in situ no prosperó. Y, pocos días después, ya todos comentábamos otras noticias en redes sociales.

      Como los campesinos de Scott, los indignados online descargamos nuestra frustración en la red, mientras afirmamos nuestro sentido de pertenencia y de épica, molestando un poco a quien hace los méritos suficientes.

      Por lo pronto, aquellos sectores de la élite cuyos espacios de socialización son hoy levemente menos exclusivos, deben transitar con un poco más de cautela por la vida. No sea cosa que algún teléfono indiscreto los grabe in fraganti y los saque de su anonimato por unos días.

      La indignación rotativa de unos es la contracara de la incomodidad pasajera de otros. La ausencia de articulación y canalización institucional del conflicto social explica tanto la recurrencia del descontento, como la impasibilidad de élites que no comprenden muy bien qué está pasando.

      Mientras tanto, pasmados por el temor a salirse del libreto y liderar, los políticos se resignan a evitar escándalos e intentar mantener su popularidad mediante la exégesis de las encuestas y las redes sociales. Aunque sistemáticamente les tiende a ir mal, siguen intentando pegarle el palo al gato, sin que, al mismo tiempo, se les desordene el gallinero.

      Conflicto sin mediación

      También durante el verano de 2019 Revolución Democrática (RD) desarrolló su elección interna. Fiel a su consolidación como un partido moderno y con masiva actividad en redes sociales, RD organizó un sistema de votación online a través del cual cualquiera de sus más de 42.000 adherentes podía participar en no más de tres minutos desde la comodidad de su cocina. Compare la modernidad y simpleza de este proceso con el vetusto operativo de la elección del Partido Socialista (PS) la semana pasada.

      A pesar de ser una campaña interna caldeada, votaron poco más de 3.000 personas, es decir, menos de un 8% de sus adherentes. Como ocurrió con el intento de «festival» en el jardín de Pérez Cruz, la distancia entre el ruido de las redes sociales y la acción colectiva fue enorme (aun cuando los costos de participar fueran bajísimos).

      Esa fue la suerte del partido político que logró captar más adhesiones en los últimos años, siendo uno de los colectivos que pretende representar a los descontentos y renovar la política. Una fuerza que tiene el mérito (¿también la limitación?) de haberlo intentado construyendo un partido y apostando

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