Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
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el “movimiento por los derechos civiles” y el “movimiento del Poder Negro”, usualmente caracterizados en formas opuestas, surgieron del mismo lugar, enfrentaron los mismos problemas, y reflejaron la misma búsqueda de la libertad afro-estadounidense. De hecho, prácticamente todos los elementos que asociamos con el Poder Negro ya estaban presentes en las pequeñas ciudades y comunidades rurales del sur donde nació el movimiento por los derechos civiles.35
Siguiendo esta línea argumental, los más recientes estudios de lo que en la última década se ha dado en llamar Black Power Studies ubican al movimiento y al Poder Negro en un mismo marco analítico y temporal (generalmente considerando los años 1954-1975), formando parte de un “movimiento de liberación negro” más amplio y complejo. Este enfoque hace hincapié en el “nudo gordiano que ata las nociones de raza y clase, y derechos civiles con derechos de los trabajadores”36, y dirige su atención a los esfuerzos realizados incluso a lo largo de la década de 1970. Enfocándose en el “renacimiento político afroestadounidense” de mediados de los setenta llevado adelante por diferentes tendencias del Poder Negro, los estudios se centraron cada vez más en los reclamos por igualdad económica y laboral, de reforma urbana, por el fin de la segregación escolar e igualdad en el mercado de trabajo.37
A fines de la década de 1960, David Danzig afirmó que el fracaso del movimiento por los derechos civiles en mejorar la vida de los negros era la cuestión de fondo en el conflicto creciente acerca de la estrategia en el seno de la colectividad negra38. Y resultó haber algo de cierto en aquella afirmación. Actualmente, los afro-estadounidenses ocupan aproximadamente el 10% de los escaños del Congreso39 e innumerable cantidad de (altos) cargos en múltiples sectores gubernamentales federales y estaduales, militares, empresariales, culturales, además de haber electo – con todo lo que ello significa – al primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos (2009-2016). Podría considerarse que cuentan con las herramientas para generar cambios desde el interior del sistema mismo. La “institucionalización” del movimiento – su incorporación al sistema político y la creciente cooptación de sus líderes en los canales del sistema institucional – pareció haber hecho a un lado la lucha en las calles, mientras que las tradicionales organizaciones de derechos civiles no hicieron más que tratar de recuperar parte del protagonismo e influencia del que gozaron alguna vez. Incluso hay quienes oportunamente hicieron referencia al declive de la ‘influencia negra’ como indicio del fin de la ‘política negra’, epítome de lo cual no es otro que el que fuera el presidente número 44 de los Estados Unidos, Barack Obama, y tantos otros representantes políticos que reniegan de su rol en tanto Black Leaders40.
Las reivindicaciones y demandas de la comunidad negra estadounidense, al igual que su lucha y militancia, se reconfiguraron, pero no desaparecieron ni disminuyeron: se orientaron hacia demandas abiertamente clasistas, por la igualdad educativa, por trabajo y en reclamo por los altos niveles de desempleo, pobreza, condiciones de vida y vivienda, y la desigualdad socio-económica que afecta a la población negra en su conjunto. Y si bien es cierto que la segregación racial es legalmente una cosa del pasado, la “separación racial”, el racismo, la opresión y discriminación persisten en forma arraigada en los Estados Unidos, determinando la situación de clase de los grupos raciales que lo componen.
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Más allá de los planteos de continuidad del largo movimiento, no existe un análisis exhaustivo sobre la lucha de la población negra en los Estados Unidos a lo largo de las décadas de 1970 y 1980, ya sea como parte constitutiva de ese movimiento que hizo eclosión en la década de 1950, o como parte de un proceso histórico más amplio. Teniendo en cuenta el enfoque a encarar al realizar un estudio que aborde el activismo negro del período desde una perspectiva no sólo de raza sino de clase, encontramos que los estudios realizados se ocupan sólo tangencialmente de las cuestiones propuestas, particularmente en relación al período histórico considerado en el presente libro. Encuadrándonos en el marco del largo movimiento, y posicionados desde la historia social, nos proponemos completar una tarea iniciada por esta corriente, pero no completamente acabada y/o abordaba en toda su complejidad.
Como mencionamos con anterioridad, la historiografía parte de la premisa de un declive en el activismo afro-estadounidense en el período post-1968, alcanzando nuevos niveles en 1975. Incluso autores revisionistas y otros que adhieren a la tesis del largo movimiento tendieron, en su mayoría, a “extenderlo hacia atrás” (buscando sus orígenes en las décadas de 1930-1940, incluso a fines de 1920), en lugar de “extenderlo hacia adelante” (enfocándose sólo en sus consecuencias, legados o ramificaciones).
Lo cierto es que escasa atención se le ha prestado a la lucha y militancia afroestadounidense, y a las condiciones contextuales de la misma, en las décadas de 1970 y 1980, y que explique acabadamente y con el mismo detalle que para años precedentes el desarrollo y razones más profundas del activismo y resistencia negra. Según Robert C. Smith, este “declive en el activismo” se subsume a que, con el surgimiento del Poder Negro y la radicalización de las formas de protesta, la lucha en las calles como estrategia perdió fuerza y legitimidad, desprestigiada tanto por la renovada confianza e integración al sistema político-electoral (cooptación), como por los altos niveles de represión política (persecución, encarcelamiento, exterminio) que muchos líderes y militantes sufrieron a comienzos de la década de 197041. Fueron las victorias legislativas de la década previa las que alentaron a muchos a apelar a los canales político-institucionales, al tiempo que desilusionaron a otros ante lo que percibían como una extrema lentitud en los cambios que podían producirse “desde adentro”. Por último, muchas organizaciones de gran protagonismo en los ‘60 se retrotrajeron, desaparecieron de la escena política o perdieron relevancia, debido a divisiones internas, presiones externas o represión estatal. Así, el análisis histórico sobre el movimiento en los setenta y ochenta se convirtió en un relato sobre “la recesión económica y la migración hacia los suburbios, la pobreza afroestadounidense, la desintegración familiar, la guerra de pandillas y las drogas. Los actores centrales ya no son los afro-estadounidenses sino la mayoría (blanca) silenciosa de los suburbios y los conservadores en Washington DC”.42
Teniendo en cuenta que el número de votantes negros en elecciones generales prácticamente se desplomó (cayendo de 81,7% en 1967 a 47,7% en 1979, tendencia a la baja que se mantuvo en la década de 1980)43, no creemos que la historia del movimiento negro después de 1968 sea únicamente la de su institucionalización, es decir, de la “transición de la protesta a la política”, como anticipase Bayard Rustin en 1965. Todo lo contrario. Disintiendo con lo planteado a fines de 1970 por Piven y Cloward – quienes consideraron que luego de la obtención del voto y de la incorporación del movimiento a la política electoral, los métodos de protesta social perdieron legitimidad entre la población afro-estadounidense