Hijas del viejo sur. AAVV
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El feminismo, los derechos civiles y el “womanismo”
La Segunda Guerra Mundial, igual que lo había hecho la Primera, trajo consigo cambios profundos para el país y para el sur, en donde las mujeres se encontraron con nuevos retos y opciones. Los hombres afroamericanos, llamados a defender su país contra la amenaza fascista y la opresión de otra etnia discriminada en el corazón de Europa, participaron en la guerra en un ejército todavía segregado (la integración racial en las fuerzas armadas no se hizo efectiva hasta julio de 1948, por orden del presidente Truman) y volvieron del frente para encontrarse con las prácticas humillantes de la segregación todavía en vigor. La denuncia de la hipocresía de la nación americana que combatía el racismo en el exterior pero lo practicaba en casa fue en aumento e incluso fue asumida por un número creciente de blancos. Destacaron en esta lucha varias mujeres blancas de clase acomodada como Lillian Smith, Katharine Du Pre Lumpkin y Sarah Patton Boyle. Esta última, de una familia acomodada de Virginia, culminó su crítica furibunda del statu quo con la autobiografía titulada The Desegregated Heart (1962). A estas escritoras hay que añadir los nombres de las activistas negras Septima Clark, Rosa Parks, Fannie Lou Hamer, Ella J. Baker y la activista blanca Virginia Durr, amiga de Rosa Parks (Turner 214). A medida que crecía la fuerza de estas voces progresistas, disminuía la de los grupos defensores de la Causa perdida como las United Daughters of the Confederacy.
No deja de ser significativo el hecho de que el vocablo “sexismo” se acuñó deliberadamente a finales de la década de 1960, justamente para imitar el vocablo “racismo”. Según argumenta Sara Evans en Personal Politics (1979), la resurrección del movimiento feminista en la década de 1960 tuvo sus orígenes en el sur. De nuevo las mujeres del sur —ahora en el movimiento por los derechos civiles— detectaron la conexión entre la opresión racial y la sexual, y ello proporcionó el impulso crucial para el feminismo contemporáneo, que rechazó el patriarcado y generó nuevas maneras de pensar acerca del género y la experiencia femenina. En su autobiografía Womenfolks: Growing Up Down South (1983), Shirley Abbot se ofrece como ejemplo contemporáneo de por qué las mujeres sureñas se van de casa.
La época de la lucha por los derechos civiles presenta muchos paralelismos con la del movimiento abolicionista. En ambos períodos la lucha por la libertad de los negros condujo a la lucha organizada por los derechos de la mujer, que también estaba sometida a unos códigos de género que la esclavizaban. Ya a principios del siglo XIX las mujeres del movimiento abolicionista encontraron paralelismos entre su estatus legal inferior y el de los esclavos. En una convención antiesclavista que tuvo lugar en Londres en 1840, las feministas estadounidenses Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott no fueron autorizadas a sentarse con los hombres, rechazo que las impulsó a organizar la convención sobre la discriminación de la mujer que se celebró ocho años después en Seneca Falls, en el estado de Nueva York. En la segunda mitad del siglo XX, las mujeres blancas del movimiento por los derechos civiles se consideraron marginadas y fundaron el movimiento conocido como women’s lib. Y las mujeres negras, oprimidas doblemente por su raza y su sexo, tuvieron una importancia crucial en el movimiento por los derechos civiles. Con su famosa negativa a ceder su asiento del autobús a un blanco, Rosa Parks se convirtió en un símbolo poderoso. Su gesto dio lugar al famoso boicot a los autobuses de Montgomery, Alabama, acontecimiento que confirió prominencia y fama nacional a Martin Luther King, Jr. Las mujeres negras que participaron activamente en las marchas, los boicots, las sentadas, los piquetes, etc. abrazaron con fervor unas tácticas no violentas en consonancia con sus profundas convicciones cristianas.
Los líderes estudiantiles formaron el Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC), más radical y con menos lazos con la jerarquía eclesiástica que los seguidores de Luther King. Las mujeres de esta organización se hicieron cada vez más conscientes de la discriminación sexual, ya que las tareas se distribuían según los roles tradicionales. Las activistas Casey Hayden y Mary King escribieron el famoso artículo “Sex and Caste: A Kind of Memo” (Liberation 10, April 1966), sobre las mujeres en el SNCC, en el que quiparaban el tratamiento de la mujer con el de los afroamericanos. La polémica que siguió a este documento tan importante para el feminismo de finales del siglo XX llevó, entre otras peripecias, al chiste infame del líder Stokely Carmichael de que la posición de la mujer en la organización era la postrada. La Nación del Islam, grupo radical al que perteneció Malcolm X, se distinguió también por sus posiciones conservadoras con respecto al papel de la mujer en el movimiento.
A pesar de la participación activa de muchas mujeres blancas en el movimiento por los derechos civiles, no se logró un movimiento feminista interracial, fundamentalmente porque el feminismo blanco luchaba sobre todo por el acceso de la mujer al mundo laboral y no canalizaba las necesidades de la mujer negra y pobre. Aunque las feministas blancas erigieron a varias mujeres negras del sur (Fannie Lou Hamer, Gloria Richardson, Rosa Parks, Daisy Bates) como modelos para su lucha, la verdad es que el feminismo fue un movimiento eminentemente blanco. Al convertir el racismo en un problema incardinado en el problema del patriarcado, el feminismo era consistente con las jerarquías raciales imperantes en el país, y las experiencias de la mujer blanca constituían la base de su pensamiento. Así, según decían algunas feministas negras, “All the women are white” (Gilkes 283).
Consciente de las limitaciones del feminismo blanco para abordar los problemas de la mujer negra, cuya historia y experiencia desconocían las feministas blancas, Alice Walker acuñó el término womanism en 1981. Quizás la escritora que más se ha esforzado por conectar la cultura negra del sur con cuestiones tanto nacionales como globales, Alice Walker ha dedicado su vida y su obra a combatir la invisibilidad de la mujer negra, a dignificar y dar reflejo literario a la mujer negra corriente. En su labor como crítica y editora literaria, ha destacado por la recuperación de obras de otros escritores negros preocupados también por la mujer negra, como Zora Neale Hurston o Jean Toomer.
Alice Walker empleó por primera vez el término womanist en una reseña de 1981 sobre Gifts of Power, el estudio de Jean Humez acerca de la escritora negra Rebecca Jackson. Walker rechazó la consideración de Rebecca Jackson como “lesbiana” simplemente porque viajaba en compañía de otra mujer, y propuso el término womanism como más consistente con la tradición cultural negra y con unos valores de afirmación de la conexión con todo el mundo, independientemente de la orientación sexual de cada uno. Según Walker, “to be consistent with black cultural values … it would have to be a word that affirmed connectedness to the entire community and the world, rather than separation, regardless of who worked and sleeped with whom” (“Gifts” 81).
En el prólogo de la colección In Search of Our Mothers’ Gardens (1984), Alice Walker amplió y elaboró la definición del womanismo, al que considera como expresión de la historia