Hijas del viejo sur. AAVV

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Hijas del viejo sur - AAVV BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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or feminist of color” incluye el impulso liberador del feminismo en la definición. Pero Walker incardina el término en la cultura negra, en cuya tradición womanish se refiere a las chicas que adoptan comportamientos, a veces sexualmente arriesgados, de mujeres mayores. Además, Walker asocia el término con las responsabilidades de adulta que a menudo asumían las chicas negras para ayudar a sus familias y comunidades. Womanish, en contraste con girlish, apunta a las circunstancias de la mujer negra, que tuvo un desarrollo personal más tortuoso y a menudo más acelerado que la mujer blanca. Así, womanish es equivalente a “Responsible. In charge. Serious”. Womanist es también la mujer que ama a otras mujeres, sexualmente o no, y que prefiere la cultura, la flexibilidad emocional y la fortaleza femeninas, en consonancia con el rechazo del patriarcado. Al mismo tiempo, el womanismo se aleja del individualismo y se compromete con el ideal de “survival and wholeness of entire people, male and female”. El womanismo es, además, “Traditionally universalist” y trasciende todas las barreras, especialmente las de raza y clase social. Es más, el womanismo celebra aspectos de la cultura femenina negra denostados por la cultura blanca imperante. La “womanista” ama el Espíritu, que trasciende el concepto tradicional de un Dios personal, masculino y blanco. La “womanista” “loves love and food and roundness”, en contraste con la ética calvinista y capitalista de los blancos y sus rígidos códigos de género que a menudo provocan trastornos alimenticios. La “womanista” “Loves struggle”, en consonancia con el activismo político que caracteriza a la mujer negra, y “Loves herself. Regardless”, en contraste con el auto-odio producido por una larga tradición de opresión racista (“Womanist” xi-xii). Con el womanismo Alice Walker pretende, como el propio vocablo —calcado del término “feminismo”— indica, no solo dar más profundidad al feminismo sino también dotarlo de toda la trascendencia proporcionada por la larga tradición de creatividad, sufrimiento y activismo de la mujer negra.

       La mujer escritora y el reflejo literario de sus problemas

      Muchas mujeres sureñas, educadas precisamente para suprimir y silenciar su yo, y para vivir en una feliz ignorancia, encontraron en la ficción el vehículo adecuado para expresarse y encontrar su identidad como mujeres. Muchas veces bajo la excusa de que la ficción es inventada, la mujer escritora pudo expresar públicamente unas verdades que unos ignoraban y otros preferían silenciar, y remover el velo del idealismo evasivo que impedía ver la realidad. En The Awakening (1899), Kate Chopin trató directamente el tema del derecho de la mujer a autoexpresarse y a buscar su propio yo, a deshacerse de la pesada carga de la ladyhood. Y, como todas las escritoras, las del sur han intentado desde siempre encontrar y expresar su voz individual y resistir, así, las fuertes presiones a favor de la uniformidad.

      No hay medio más adecuado que la literatura para constatar el desarrollo y las contradicciones de la feminidad en el sur. Prácticamente todas las escritoras de dicha región recibieron una educación orientada a convertirlas en ladies hermosas, frágiles, puras y sumisas. El conflicto entre las exigencias de esta imagen imperante en su cultura y sus propias necesidades como personas constituyó un motor importante de su obra creativa. El conflicto y el rechazo parecen inevitables cuando el propio concepto de la lady suscribía expresamente la anulación de la autonomía personal. Nada mejor que la mujer creativa y a menudo iconoclasta para detectar y denunciar las contradicciones internas del mito que a menudo exige a la vez inteligencia y sumisión, fortaleza y fragilidad, para enfrentarse al complejo entramado constituido por la raza, la clase social y la sexualidad. Las escritoras del sur han expuesto desde hace mucho la pesada carga que supone para la mujer blanca su identificación (no creada por ella) con toda una civilización y su condición de emblema del patriotismo y de la supuesta excelencia del sur, sin olvidar la relación de dicha imagen con un sistema basado en la opresión racial, ni el alejamiento de lo físico y lo sensual al que la obligaba precisamente su condición de símbolo de la supremacía blanca.

      A lo largo de la historia las escritoras sureñas reaccionaron de distinta manera ante la situación de conflicto entre los códigos de género imperantes y sus aspiraciones y creencias personales. Fueron varias las que rechazaron cualquier apariencia de conformismo y criticaron la sociedad sureña con fiereza. A menudo la crítica iba unida al abandono del sur, y la residencia en otros ambientes proporcionaba nuevas perspectivas a los posicionamientos de dichas mujeres sobre los problemas del sur. Convencidas de que no eran seres inferiores, las famosas hermanas Grimké, de Charleston, se fueron al norte (Sarah en 1821 y Angelina en 1829), desde donde atacaron los presupuestos en los que la sociedad sureña basaba su imagen de la mujer, incluyendo, por supuesto, la esclavitud. En 1852, Sarah Grimké escribió que “the powers of my mind have never been allowed expansion; in childhood they were repressed by the false idea that a girl need not have the education I coveted” (en Jones 27; en Scott 64). Según Anne Firor Scott, hubo algo en las experiencias juveniles de estas dos hermanas que les proporcionó una independencia mental poco común en la mujer del siglo XIX y que las hacía comparables a Mary Wollstonecraft y Margaret Fuller (64). En 1837 Sarah Grimké publicó Letters on the Equality of the Sexes, que para Scott constituye “a lucid critique of the whole nineteenth-century image of women” (61-62).

      Aunque según sus biógrafos fue una devota esposa y madre, Kate Chopin se rebeló, al menos en su imaginación, desde sus primeros escarceos con la literatura, contra las restricciones que convertían a la mujer en una esclava. Significativamente, tituló su primer sketch, escrito al menos veinte años antes de convertirse en escritora profesional, “Emancipation”, título que supone un paralelismo intencionado entre la situación de la mujer y la de los esclavos. El sketch trata de la emancipación de un animal que un día encuentra su jaula accidentalmente abierta. Dicha jaula es un anticipo simbólico del espacio restrictivo y protegido de la esfera doméstica en la novela The Awakening, en la que la protagonista Edna Pontellier vive la vida restringida de la esposa y madre convencional. El animal se siente atraído por “the spell of the unknown” y, una vez que abandona la jaula en la que tenía garantizada la protección y el sustento, se niega a regresar y prefiere vivir la vida con toda su carga de “seeking, finding, joying and suffering” (“Emancipation” 177, 178). En The Awakening, Edna se comporta como el animal que prefiere la exploración de su ser y del mundo a la seguridad de la jaula del matrimonio convencional en una sociedad patriarcal, incluso a sabiendas de que el precio de la libertad es a menudo la inseguridad y el sufrimiento. Una vez superado el miedo inicial, tanto el animal como Edna se encaminan hacia lo desconocido para acabar despertando a un nuevo mundo y, eventualmente, un nuevo yo.

      En la última década del siglo XIX, Ellen Glasgow, de una familia aristocrática de Virginia, inició su carrera literaria postulándose como una férrea defensora de nuevos ideales de conducta y nuevos modelos literarios, defendiendo un realismo hasta entonces ausente de la literatura del sur. Glasgow conmocionó a la rancia aristocracia de Richmond con sus planteamientos abiertamente feministas, su lucha activa por el sufragio femenino y su renuncia a amoldarse al prototipo de la lady. En las primeras fases de su carrera se convirtió en una auténtica iconoclasta con su rechazo de las tradiciones heredadas del Viejo sur y su ataque despiadado a muchas convenciones sociales y actitudes intelectuales que consideraba caducas. Era una época en la que la mayoría de sus coetáneos todavía nutrían su imaginación con las ilusiones, los mitos y las leyendas propagadas por las novelas románticas del período, en las que el sur seguía glorificando unos valores ya derrotados en la guerra civil. En la mejor y más lograda de sus primeras novelas, Virginia (1913), Glasgow satiriza con acierto y maestría lo que ella llamaba el “idealismo evasivo” de unos individuos incapaces de aceptar cualquier aspecto de la realidad que entrase en conflicto con su idealismo. La novela traza la trayectoria vital de Virginia Pendleton, la lady sureña que fracasa estrepitosamente debido a su incapacidad para adaptarse al dinamismo de los nuevos tiempos. Incapacitada por una educación que fomenta el sometimiento y la pasividad, Virginia carece de recursos para afrontar acontecimientos inesperados, y ni sus elevados ideales ni sus buenas intenciones tienen relevancia alguna en un mundo nuevo que acaba por hundirla.

      En Their Eyes Were Watching God (1937), Zora

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