Chile - Suecia 200 años de amistad. Varios autores

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Brasil y Argentina. Su propósito era averiguar lo que sucedía en América del Sur, donde las colonias se estaban liberando de la corona española.

      ¿Querían ser una república o una monarquía? ¿Podría Suecia hacer negocios directamente con estos nuevos países? ¿Firmar convenios comerciales? ¿Qué podría ganar Suecia o el rey con esto?

      Graaner llega a Chile desde Mendoza, Argentina, en pleno invierno sudamericano, una caminata llena de riesgos, cruzando los Andes con guías, cargadores y seis mulas. Él es el primer sueco que describió el camino a través de los Andes, aunque otros habían hecho la misma travesía antes.

      Uno de ellos fue Petter Berg de Uppsala, probablemente el primer sueco que emigró a Chile, adonde llegó como marinero en un barco comercial inglés en 1790. Berg avanzó al cargo de Administrador de Correos en la ciudad de Santa Rosa del Valle de Aconcagua, allí es donde conoce a Graaner.

      El 29 de junio de 1818, Graaner llega a Santiago de Chile, donde se reencuentra con su viejo compañero de viajes Fredrik Petré (se habían conocido en Buenos Aires). Petré, oficial del regimiento de Artillería Svea, había sido contratado por los chilenos y trabajaba en el fortalecimiento del puerto de Valparaíso. Petré piensa ahorrar un capital para invertir en minería, quizás para radicarse permanentemente en Chile.

      Al día siguiente, Graaner tiene un encuentro con Bernardo O’Higgins, Director Supremo del Estado Chileno. Graaner se instala en Santiago y comienza a cumplir con su misión. Junto con George Cood, un inglés adinerado que llevaba once años en el país, recorre el norte de Chile visitando minas. Reúne muestras de posibles productos de exportación -cobre, plata, minerales - y hace cálculos de las ganancias de la extracción de minerales. Chile necesita hierro, productos de madera y conocimiento sobre explotación minera, constata Graaner, justo lo que Suecia tiene. En febrero de 1819 expone esto en una carta a Bernardo O’Higgins.

      En ella propone a O’Higgins decretar en forma clara que los extranjeros puedan dedicarse a la minería en cualquier lugar de Chile, en las mismas condiciones que los chilenos. Y que a los extranjeros se les permita tratar, fundir y exportar todo tipo de metales pagando una tarifa al Estado, pudiendo importar, sin pago de aduana, todo tipo de equipos necesarios. A cambio ofrece que seis jóvenes chilenos estudien minería en Suecia durante seis años.

      Una semana más tarde, Bernardo O’Higgins presenta esta carta al Senado, que inmediatamente aprueba la propuesta. El 13 de marzo de 1819 se publica el decreto en el órgano oficial del gobierno, la Gazeta Ministerial de Chile. “Sería una gran alegría para mí, si esto puede llegar a ser el inicio de relaciones provechosas tanto para Suecia como Chile”, escribe de manera entusiasta O’Higgins a Graaner.

      Unos días más tarde, Graaner deja Santiago y viaja a Valparaíso. El viernes 26 de marzo se embarca en el velero inglés Rebecca, con destino a Calcuta vía Tahiti y Cantón en China. Después de una parada en la India, continúa su viaje de regreso para rendir personalmente un informe al gobierno y al rey Karl Johan, pero se enferma a bordo y muere el 24 de noviembre de 1819 cerca del Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica.

      Entonces Graaner nunca volvió a Chile, un país al que llegó a querer mucho. “Nunca he visto, ni en el Viejo continente ni en el Nuevo, un país que me guste más que Chile”, escribió en una carta al gobierno sueco en Estocolmo.

      Graaner también alcanzó a tener una intensa historia de amor con una señorita de una de las familias más refinadas de Santiago: Mercedes de Rojas y Salas, que “le quitó tanto el tiempo como la cabeza“. Pasó muchas horas en la elegante casa de la familia, donde lo consideraron como un futuro yerno.

      En sus cartas y anotaciones, escribe que Chile permanecerá como Estado independiente, pero le preocupan “las peleas internas y los celos políticos al desaparecer el poder de los españoles”. Su conclusión es que los chilenos, acostumbrados a una marcada sociedad de clases, “se adaptarían mejor a un gobierno monárquico”.

      El informe escrito al rey sueco por Graaner, con fecha 13 de marzo de 1819 en Santiago de Chile, y un extracto de la Gazeta Ministerial de Chile con la misma fecha, se encuentran en original en el Archivo Nacional de Suecia.

      El reino de La Araucanía y

      las armas suecas

      Por Carlos Vidales

      Historiador, ensayista y periodista colombiano, cuyo primer exilio fue en Chile antes de llegar a Suecia, donde trabajó en el Instituto Latinoamericano de la Universidad de Estocolmo.

      Falleció en el año 2014. Como escribió en Suecia su amigo Víctor Rojas: “ Carlos Vidales partió de este mundo sin tener tiempo para preparar la despedida final de desterrado político”.

      En abril de 1705 llegó al cuartel general del Rey sueco Carlos XII, en preparativos de su ofensiva contra Alemania después de haber puesto de rodillas a Polonia, un emisario portador de un despacho enviado por el ministro sueco en La Haya, Palmqvist. Por medio de este documento se informaba al rey que un negociante inglés, de apellido Crocson, se había presentado mostrando credenciales de representación otorgadas por 27 príncipes chilenos, quienes le habían dado la misión de iniciar relaciones comerciales con el Reino de Suecia. Anunciaba que dos navíos “ricamente cargados” con especias orientales y productos sudamericanos, además de 800 doblones de oro, se hallaban navegando hacia Europa y que los 27 príncipes chilenos solicitaban autorización del rey sueco para vender esta carga en sus dominios, indicando que no querían comerciar con ninguna otra nación y agregando que estaban interesados en comprar de este país papel, hierro, armas, material de guerra y “otras cosas que podrían necesitar”. Se solicitaba, para estos efectos, que los navíos en cuestión fueran autorizados a hacer puerto en Carlburg o en Stade, o incluso en la isla de Koster, cerca de Noruega.

      Sabemos, por documentos de archivo, que el rey Carlos XII remitió el asunto para consulta a la Secretaría de Comercio y allí, por alguna razón que ignoramos, se han perdido los rastros de la diligencia. Si hubo o no venta de armas, no podemos saberlo. Pero tal vez resulte más fructífero hacer una breve reflexión sobre este curiosísimo episodio.

      En verdad, no era esta la primera vez que los caciques mapuche de Chile intentaban comprar armas en Europa para adelantar su indomable guerra contra el dominador español. Ya a comienzos de 1614 se habían capturado a los holandeses documentos que demostraban que ciertos negociantes de Amsterdam estaban en trance de formar alianzas políticas y comerciales con los jefes de la Araucanía para estos efectos. España debió luchar durante más de dos siglos, tanto en los mares y costas, como en las antesalas de las cancillerías europeas, para neutralizar estos intentos, a veces holandeses y a veces ingleses, de socavar su imperio colonial en la región austral. Pero lo que resulta notable es que una empresa contrabandista inglesa, la de Mr. Crocson, haya concebido la idea de establecer nexos comerciales y políticos entre el Reino de Suecia y los príncipes mapuche de la Araucanía.

      El momento en que este proyecto se manifestó no puede pasar inadvertido. Se libraba entonces una verdadera guerra mundial, la Guerra de Sucesión Española. Se combatía en toda Europa, en los mares de la China y de la India, en el Caribe y en el Pacífico Sur. Los corsarios ingleses y holandeses acosaban a las flotas españolas en las Filipinas, frente a La Serena, en las cercanías de Cartagena de Indias, El Callao, La Habana y Veracruz. Los ingleses fundaban establecimientos comerciales en las costas de Nicaragua y los holandeses proveían de armas y dinero a los indígenas Cunas y Guajiros de la Nueva Granada. No se necesitaba ser un genio de los negocios, por tanto,

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