Álvaro Obregón. Jorge F. Hernández

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Álvaro Obregón - Jorge F. Hernández

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que del presidente. Quiso entonces poner en perspectiva lo que por “ley natural”, según él, le correspondía, la primera magistratura del país. Todo ello, definitivamente repercutió en la esfera política del México revolucionario y de los años posrevolucionarios.

      El 27 de septiembre de 1916, a las once de la mañana, el general Álvaro Obregón Salido compareció ante la notaría número 2 de la ciudad de México y ante la presencia de su titular, Jesús Trillo, dictó el testamento de sus bienes. [36] Aunque puede parecer que este hecho es poco relevante en la biografía del futuro del caudillo, nuevas fuentes documentales, incluyendo este documento, permiten hacer una interpretación diferente de los hechos. Un primer acercamiento a este proceso sugiere, y en esto coincide la mayoría de la historiografía del momento, que a partir del 3 de junio de 1915 la vida de Álvaro Obregón cambió radicalmente. [37] Por la pérdida de su brazo debido a la explosión de una granada en el casco de la Hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato. Obregón, tal como lo hace en su primera incursión revolucionaria en 1912, refiere que su actuación está cubierta y para el caso, refiere estas palabras al general Francisco Murguía después de aquel incidente fatídico: “diga usted al Primer Jefe [Carranza], que he caído cumpliendo con mi deber, y que muero bendiciendo a la Revolución. [38]

      A partir de ese momento, la vida y las expectativas, personales y políticas, de Obregón cambiarían radicalmente. Por un lado, su salud física y mental quedó mermada de manera considerable, y, por otro lado, su posición sobre sus actividades políticas se transformó, quedando limitada a su recuperación física. [39]

      Sin embargo, su fortaleza y voluntad le permitieron reincorporarse a sus actividades. El 10 de julio de 1915, casi un mes después del acontecimiento que lo dejó baldado, volvió nuevamente para tomar las riendas del ejército del Noroeste y terminar con la campaña contra Villa y su División del Norte, que quedaría concluida en los últimos días de diciembre de ese año. [40]

      En los albores de 1916 Obregón se sintió desmejorado física, mental y quizá, políticamente, y cada vez con más frecuencia reflexionó entre amigos y con su querida confesora, María Tapia, con quien por esos días contrajo matrimonio, sus deseos de retirarse de la política porque estaba convencido de haber cumplido con su cuota revolucionaria, pero sobre todo, porque habían comenzado a darse una serie de diferencias políticas con el primer jefe, Venustiano Carranza. [41]

      La imagen de guerrero, luchador incansable, militar invicto y más adjetivos que le generaron sus victorias durante el movimiento revolucionario la trasladó al escenario político, “en donde, andando el tiempo, llegaría a desafiar a Carranza por el liderazgo del movimiento constitucionalista. La derrota que le impuso a Villa lo habría de convertir en el héroe militar más destacado de la Revolución y reforzaría inconmensurablemente su autoridad en la lucha política por venir”. [42]

      Sintiéndose más aliviado y consciente de que debía fortalecer su posición político-militar frente a Carranza, con el fin de mantener su sobrevivencia, Obregón comenzó a llevar agua para su molino. El 13 de marzo de 1916 fue nombrado secretario de Guerra para hacerse cargo de la persecución y captura de Villa, que había invadido Columbus, Nuevo México. En principio aceptó el cargo, a cambio de llevar a cabo los primeros intentos de profesionalizar al ejército, [43] primero, pues era una urgencia para la institución, y después con el fin de restringir la capacidad castrense de acceder a puestos políticos de elección popular. [44] Además, comenzó a manifestarse, de manera franca y abierta, el apoyo de algunas uniones obreras y campesinas que desde 1914 habían mostrado su simpatía por el “manco de Celaya”, a partir de su iniciativa de crear la Confederación Revolucionaria. [45]

      El apoyo total de las organizaciones trabajadoras se volvió más real para Obregón cuando el Ejército Constitucionalista ocupó nuevamente la Ciudad de México, en el primer tercio de 1916. La Federación de Sindicatos del Distrito Federal organizó una huelga general, apoyada por electricistas, ferrocarrileros y algunos miembros de la Casa del Obrero Mundial. [46] Carranza adoptó una posición dura y pidió al general Pablo González que se encargara del asunto, exigiendo cárcel para los líderes y pena de muerte en algunos casos. [47] Por su parte, Obregón, inteligentemente, se mantuvo al margen del conflicto, conservando el apoyo irrestricto de las organizaciones obreras. Sin embargo, el primer jefe le ordenó aclarar y fijar su postura, pues, más allá del conflicto, Carranza observaba, cada vez con más recelo, cómo el sonorense aprovechaba la situación para fortalecerse políticamente, más aún, siendo él, en ese momento, como ya se dijo, el único interlocutor real entre el gobierno constitucionalista y los sectores obreros. Obregón ofreció su renuncia como Ministro de Guerra, pero Carranza la rechazó, proponiéndole a cambio la embajada de México en España, o mantenerse en el puesto hasta la conclusión de las elecciones presidenciales de 1917, cuando, entonces sí, debería renunciar al cargo. [48]

      A finales de febrero y principios de marzo de 1916 comenzaron a crecer los rumores de que Obregón “intentaría” levantarse en armas contra el gobierno, sobre todo porque eran ya, notoriamente públicas, las desavenencias y el poco entendimiento con el presidente Carranza. Sin embargo, y como una ironía de la historia, lo que parecía un asunto muerto y enterrado contribuyó a dar la percepción de que, una vez más, ambos caudillos se reunirían para zanjar la nueva crisis nacional que se asomaba. El 9 de marzo, Francisco Villa organizó un ataque a la población de Columbus, Nuevo México, “con lo que surgió la posibilidad de una intervención de los Estados Unidos a México”. [49] Carranza ordenó a Obregón trasladarse a la frontera para arreglar el asunto. La intención de Carranza tenía varias aristas. Si las negociaciones de Obregón llegaban a buen puerto, Carranza y su gobierno se fortalecerían y terminarían de legitimarse ante los ojos del país. De no ser así, el único culpable del fracaso y las posibles consecuencias de los hechos se le achacarían a Obregón.

      Mientras esto sucedía, el gobierno estadounidense envío un contingente militar de cinco mil hombres al mando del general John J. Pershing a perseguir a Villa. Obregón viajó a la frontera para iniciar las negociaciones, que comenzaron a retrasarse principalmente por las objeciones del propio Carranza, que exigía el inmediato y completo retiro de tropas de suelo nacional. Los estadounidenses se rehusaban a irse hasta concretar la captura de Villa. Y a pesar de que aún continuaba en el ambiente la posibilidad de un conflicto militar entre ambas naciones, las intenciones de los dos gobiernos por solucionar la crisis nunca sobrepasaron los límites del diálogo, sobre todo por parte del presidente Woodrow Wilson, quien nunca dejó de ponderar como un hecho de la mayor importancia el que Estados Unidos se encontraba a punto de incursionar en el conflicto bélico mundial. Tal y como sucedió.

      Finalmente, y después de dos meses, el 9 de mayo de 1916 se concretó un arreglo que convino tanto a Estados Unidos como a México. Ambos países acordaron, de palabra, la suspensión de hostilidades. Estados Unidos se comprometió a retirar sus tropas, lo que no ocurrió sino hasta enero del año siguiente; mientras que México se comprometió a emplazar diez mil soldados para custodiar la frontera, amén de continuar con la persecución y aniquilamiento de Villa y su ejército. [50]

      Venustiano Carranza con algunos miembros de su gabinete, entre ellos el secretario de Guerra, Álvaro Obregón, y el embajador Isidro Fabela, ©37830,1917. Secretaría de Cultura-INAH, SINAFO.

      Solucionada la encomienda, Obregón regresó a la capital para continuar en sus menesteres como Ministro de Guerra, decidido a no intervenir más en cuestiones de su ejercicio público, con la finalidad de reducir los conflictos con Carranza. Abocado a la burocracia y administración castrense, delegó a los generales Jacinto B. Treviño y Francisco Murguía la responsabilidad de la lucha efectiva para terminar con la persecución de “los elementos disidentes que aún quedaban”, principalmente de los villistas. “Obregón se sentía ciertamente hastiado de sus deberes como secretario de Guerra, y sus numerosas diferencias, tanto personales como ideológicas, con el Primer Jefe, que estaban siendo

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