¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota Muñoz
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El proyecto fue un fracaso, atrajo a muy pocos obreros, algunos católicos y unos pocos carlistas; no salió pues del nicho habitual de la extrema derecha. Tras la marcha de Sabador, la actividad decayó. La FOC iría malviviendo. Los exdirigentes del Libre como Clavé y otros también la abandonaron. En 1935 sería duramente atacada por Ramon Sales y los suyos. Acabaría recalando en la católica Confederación Española de Sindicatos Obreros, de la que Sabador se convertirá en uno de sus dirigentes.
Mientras, las reuniones conspirativas siguen. Se ha formado una junta revolucionaria más amplia. La preside el aristócrata alfonsino Jesús María de Iraola y Palomeque y forman parte de ella Francisco Palau y Enrique Ponz por la Peña Ibérica, Bertrán y Bosch por la Peña Blanca, Llanas de Niubó y Poblador representando a los carlistas, aunque no oficialmente, y Juan Sabadell. A principios de 1932 los dos representantes de la Peña Ibérica se declaran incompatibles con Sabadell, que había empezado a poner en marcha Concentración Española, de la que pronto hablaremos.
De momento, los encuentros clandestinos no se han concretado en ninguna acción. Los ibéricos empiezan a tejer nuevas alianzas. Hartos de conspiraciones de salón optan por buscar personal más belicoso y aguerrido. Sin dejar sus contactos con los alfonsinos, contactan con antiguos dirigentes del Libre con los que no han perdido nunca la relación. Uno de ellos es Jaime Fort Santa, extrabajador del Banco de Barcelona que había participado en la reorganización del Sindicato Libre Profesional de Empleados de Banca y Bolsa y había sido miembro de la ejecutiva del Libre desde 1923. En 1926 era presidente del CADCI intervenido. En agosto de 1931 trabajaba en la delegación provincial del Ministerio de Trabajo. Otro es Basilio Bel Mateo, exdirigente del Sindicato Libre Profesional de Empleados y Obreros de La Catalana de Gas y Electricidad.
Ibéricos y exdirigentes libreños se encargan de ir recuperando a viejos pistoleros. Muchos malvivían sin trabajo porque eran objeto de boicot sindical por su pasado, algunos se habían pasado a la delincuencia común, otros vivían recluidos por miedo a la venganza del Sindicato Único y estaban los que se habían marchado de Barcelona por ese mismo motivo. Algunos pasaban el día en los círculos tradicionalistas jugando a cartas; allí se sentían protegidos y respetados. A veces les encargaban guardias en iglesias y conventos o los llamaban para hacer de esquiroles durante alguna huelga, también había quien hacía de guardaespaldas para personalidades de la derecha y de servicio de orden en mítines carlistas y de otras fuerzas ultras. A decir de los jonsistas, los Sindicatos Libres habían quedado pulverizados y juzgaban que «el desecho en él es considerable, menudean entre sus antiguos componentes los confidentes y los pistoleros mercenarios».12
Son pistoleros como Pedro Rodríguez Sánchez, alias Sargento Malacara, que durante la República había sufrido diversos arrestos por atraco y por proferir gritos monárquicos. En enero de 1933 resultará muerto en un confuso tiroteo en el que también murió un guardia civil. O como dos manresanos implicados en el atentado contra Pestaña de 1923 y otros tiroteos, como eran Juan Pladevila Cucurull, alias Juan de la Manta, un ferroviario cuarentón, e Isidre Miguel Viñals, que había sido presidente de los Sindicatos Libres de Manresa. También rescataron a Juan Gascón Talón, con un largo historial desde 1921 de tiroteos, amenazas y agresiones, acusaciones de tenencia ilícita de armas y asesinatos e ingresos en prisión. Él mismo fue objeto de un atentado por pistoleros del Único en 1923, del que salió vivo por poco. Con la proclamación de la República huyó a Valencia, donde sería detenido en septiembre de 1931 por su implicación en el asesinato de Layret. Pasó una temporada en la cárcel, pero nada se pudo probar. Se quedó en Barcelona. Parece que trabajó en el gimnasio de Carlos Comamala, a quien tendremos ocasión de conocer, pero acabó mal con él y en diciembre de 1932 interpuso una reclamación ante los tribunales laborales contra el gimnasio.
Sería Jaime Fort el encargado de ir a Madrid para tomar contacto con una nueva conspiración en marcha, uno de los múltiples complots tramados en esos meses en el extranjero por monárquicos exiliados. Se pretendía atentar contra una alta personalidad de la República para producir un caos que sirviera de excusa para sacar el ejército a la calle y tomar el poder. Se piensa en asesinar a Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña, presidente de la República y del Consejo de Ministros respectivamente. Se forman dos grupos de acción, uno en Barcelona, liderado por el propio Jaime Fort, y otro en Madrid, encabezado por Miguel Lahoz Burillo, un señalado pistolero del Libre que había huido de Barcelona. En Madrid se había colocado de fogonero y fue tesorero del Sindicato Libre de Panaderos, siendo denunciado posteriormente por desfalco. En mayo de 1931 había sido detenido en el marco de investigaciones sobre las actividades del Libre. Lahoz es el encargado de repartir el dinero que personajes anónimos aportan al complot, seguramente alfonsinos y otros ligados al PNE.
El complot va cogiendo forma. Se ultima un plan. El lugar escogido es Valencia, donde ha de llegar el presidente Alcalá-Zamora el 6 de abril de 1932 desde Palma de Mallorca. Tiene previsto recorrer las calles. La idea es provocar algunos altercados al paso de la comitiva oficial para, aprovechando la confusión, atentar contra el presidente. Como el entierro se habría de realizar en Madrid, el resto de la banda de pistoleros aprovecharía la asistencia del Gobierno al sepelio para asesinar a Azaña.
El 4 de abril Palau baja de la cementera a Barcelona. Jaime Fort le ha convocado a una reunión urgente en casa de Feliciano Baratech Alfaro, periodista y viejo líder del Libre. Fort le comunica que cuenta con los ibéricos para actuar en 48 horas, coincidiendo con el atentado previsto. Palau critica la premura de tiempo y exige que se los arme con ametralladoras y granadas, como les habían prometido, y no con las pistolas oxidadas que ha visto que estaban limpiando la mujer de Baratech y Juan Gascón. Fort no está para réplicas, le contesta «arréglatelas como puedas, pero hay que asaltar la Generalitat tan pronto salgan las tropas a la calle». Le confiesa que las órdenes vienen del general Barrera, que será el que se pondrá al frente del movimiento en Barcelona.
También se apunta el carlista Rupert Lladó Oller, dependiente de comercio y fundador del Sindicato Libre, que promete aportar hombres y armas. Seguramente ha sido contactado por Palau, ya que Lladó vivía en Sant Feliu de Llobregat, municipio en el que trabaja Palau. Además, se movilizan algunos militares retirados. Los ibéricos quedan a la espera de órdenes.
Jaime Fort marcha a Madrid con un maletín cargado de pistolas ametralladoras que han conseguido en Barcelona. Las armas las ha suministrado un subcabo del Somatén que además se ha encargado de falsificar las guías. Según Palau, tres de las cinco pistolas del maletín eran suyas.
El día 5 de abril se confirma desde Valencia que todo está listo. Lahoz envía a la ciudad del Turia a un pistolero con dinero y el maletín con armas que ha traído Fort de Barcelona, pero a su llegada a Valencia nadie le espera, no puede contactar con los desplazados anteriormente; parece que se han rajado. Al día siguiente regresa a Madrid. Se frustra el atentado. La orden de salir a las calles no llegó nunca a Barcelona.
Los implicados esconden el maletín. No desisten. El día 12, en el Teatro Español está previsto el estreno de La Corona, obra de Manuel Azaña, y se piensa que también asistirá Alcalá-Zamora. Es un buen momento para intentarlo de nuevo. Se avisa a Barcelona. Llegan a la capital Basilio Bel y otro pistolero, el joven murciano José Ruiz Mateos. Puede que también Juan