El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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La segunda parte comprende estudios con un orden cronológico y temático más preciso: cuatro artículos escritos entre 2000 y 2004 donde la ciudad y la economía urbana ocupan un lugar central. La euforia conmemorativa –y la bonanza económica, financiadora, todo hay que decirlo– de los primeros años del siglo propiciaron una serie de celebraciones en las que el Mediterráneo alcanzó, tras los escarceos anteriores, auténtica carta de naturaleza y la valoración positiva de los mercaderes, de la empresa, de los hombres de negocios y del mercado –reflejo quizá del entusiasmo «desarrollista» del momento y de la necesidad de buscar actores/ejemplo del pasado para el momento presente– los convirtió en presencia historiográfica dominante. Que todo ello fuera, en parte, una reacción (o compensación) al asfixiante «agrarismo» historiográfico anterior, me parece evidente. Pero también era clara la intención de desdramatizar la pretendida particularidad rural de la historia peninsular y de contextualizar mejor su economía con sorprendentes paralelismos de escala europea. A ello responde el capítulo «La idea de Europa» y la práctica económica de las élites mercantiles, que se afianza como un verdadero proceso, no ideal o «simbólico» sino real, de construcción integradora supranacional por parte de una «república internacional del dinero» y que acaba constituyéndose en un auténtico topos identitario mediante la fides al mercado y la pertenencia, de mil maneras, al bien común de la civitas. Un modelo plural de integración vigente, al menos, hasta la uniformización cultural, política e identitaria de los estados-nación. Es probable que de ahí derive, en parte, la formación de un imaginario europeo de unidad y de coherencia de acción todavía inacabado en la actualidad y constantemente proclamado por el argumentario historiográfico y por una contundente propaganda política europeísta.
En esta dirección de connotaciones económico-identitarias plurales se inscriben los restantes capítulos 9 y 10 (2004), que tratan de poner a prueba, en el contexto mediterráneo y de los territorios ibéricos e italianos de la Corona de Aragón, las interrelaciones entre la coyuntura y las políticas económicas activadas durante el siglo XV con atención particular al mercado interno, a la localización de las producciones manufactureras, al papel de los mercaderes internacionales y a la singular elaboración de una particular concepción de lo político al servicio de la economía. A finales del siglo pasado, la relación entre economía e instituciones había recibido ya una renovada atención, sobre todo en lo concerniente a los estados regionales italianos de la Corona de Aragón, por parte de los historiadores de la economía. En «Nápoles en el mercado mediterráneo de la Corona de Aragón» se indaga cómo esta ciudad consolidó su posición hegemónica gracias a la presencia masiva de mercaderes, oficiales y banqueros de corte y a costa de un drenaje de recursos fiscales y financieros provenientes de los otros territorios de la monarquía, mientras que en el conjunto de la economía de la Corona se agudizaba el persistente policentrismo económico y político y una tendencial división y especialización productiva entre las ciudades. El resultado sería la imposible bisectorialidad económica que propugnaba el programa político del Magnánimo y la formación de un «mercado entre regiones» más que un «mercado común catalano-aragonés» (como denominó en su día Mario Del Treppo al monárquico proyecto económico), a pesar de la resistencia y de las protestas de las ciudades ibéricas y de la polarización productiva en que se iban articulando los distintos territorios de la Corona.
Ya en la tercera parte, los cinco capítulos finales exploran un escenario distinto y concreto y representan etapas de una reflexión que recorre desde sus inicios, como no podía ser menos, toda la trayectoria investigadora. «Valencia en el Mediterráneo medieval» es el referente indiscutible de estos capítulos y de este proceso a través del estudio de la producción manufacturera, de las redes de comercio, de las catástrofes demográficas y de los mercaderes en el contexto de las corporaciones urbanas de oficios y de la organización política municipal. El análisis del comercio y de la función de los mercaderes no constituye una novedad desde el punto de vista historiográfico –ni ahora ni siquiera en la segunda mitad del siglo pasado–, tratándose de uno de los focos temáticos tradicionales de la historiografía urbana valenciana. Pero lo que aquí se pretendía poner de relieve era la evolución de las producciones mercantiles (las mercancías) y las connotaciones político-institucionales con respecto a la producción y organización artesanal, sobre todo textil, y en general la eficacia de las intervenciones de las políticas económicas implementadas, aspectos que están lejos de haber recibido un tratamiento completo en lo que respecta al área valenciana bajomedieval. «Ciudad mercantil», «burguesía», «mercaderes-empresarios» y, últimamente, «artesanos emprendedores» son conceptos clásicos o que han irrumpido con fuerza en este proceso. En torno a ellos se concreta también una auténtica pugna de definiciones e interpretaciones que provocan incertidumbres debido a la pluralidad de elementos manejados. En este sentido, organización del trabajo dentro y fuera de las corporaciones, movilidad social o profesional y movimientos demográficos medidos a través de epidemias y crisis catastróficas son realidades que van de la mano, pero que también producen diversidad de alineamientos coyunturales que contrastan con la unidireccionalidad –sea de crisis o de «edad de oro» de la economía– con la que habitualmente viene interpretándose este período. En la valoración comparativa de la fisonomía de las ciudades, la consideración del ordenamiento corporativo y de la consistencia demográfica presenta una función ambigua. Si, por una parte, predomina el trabajo libre no corporativo y con poca sujeción a normas y a competencias técnicas reguladas, por otra, los historiadores de la economía tienden actualmente a considerar el factor demográfico como una variable que no está ligada a procesos económicos, necesariamente causales, de crecimiento o de crisis.
El recorrido que acabo de exponer permite entrever hasta qué punto los temas tratados han logrado imponerse como trayectoria de investigación coherente pese a la diversidad de argumentos y de enfoques. Prioritariamente, la historia «razonada» del Mediterráneo y el diálogo con la producción historiográfica local se imponían per se como objetivo, pero también el esfuerzo debía dirigirse hacia la consideración de lo que los autores representativos de la disciplina habían producido. La aportación crítica, en definitiva, consistía en destacar algunos elementos relevantes que pudieran dar cuenta de una visión de conjunto indicando tendencias y sugiriendo posibles desarrollos futuros. Soy consciente de que, en nuestra profesión de historiadores, las posibilidades de éxito en este intento son reducidas debido a la existencia de algunos peligros, sobre todo evidentes cuando se trata de la intersección entre economía e historia. Por una parte, hay que evitar un recetario de explicaciones demasiado generales aplicables solo a lugares «imaginarios» o a situaciones teóricas. Por otra, hay que evitar igualmente que la historia económica pueda aparecer como una simple yuxtaposición de descripciones empíricas donde cada historiador procura contraponer, frente a cualquier esquema teórico, su verdad, su experiencia de investigaciones concretas y, por tanto, limitadas. Ni modelos únicos, ni simple «expresión geográfica» local, ni barra libre para que cada uno pueda «decir la suya». En realidad, habría que proporcionar a los estudios de esta materia que llamamos «historia social y económica del Mediterráneo medieval» una curiosidad y una sensibilidad que son condiciones de una buena elección de temas, de fuentes y de métodos con respecto a tres aspectos fundamentales de la común materia de estudio: 1) el factor tiempo, o mejor los hombres en el tiempo, según la conocida expresión de Marc Bloch, como salvaguarda de todo inmovilismo, de presentismos infundados o de modelos demasiado teóricos para situaciones «imaginarias»; 2) la desigualdad de desarrollos que, a través de los desequilibrios que se establecen entre los diversos grupos sociales, se combina con coyunturas, ciclos y divergencias («gran divergencia» o «pequeña divergencia») entre países y ciudades; 3) la interacción continua entre todos los factores que determinan el funcionamiento de las sociedades y sus transformaciones lentas o brutales, factores que no son solo de orden económico sino también culturales, políticos, técnicos e institucionales.
Este libro no habría sido posible sin los diálogos esporádicos, fructíferos intercambios de ideas y encuentros constantes –no necesariamente