El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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Además de la reafirmación del Estado y del papel de los poderes públicos y de las instituciones en el funcionamiento de los mercados, temas importantes del actual debate historiográfico sobre la definición del crecimiento económico son los relativos al enfoque multidimensional de los comportamientos humanos y a los cambios del pensamiento económico medieval. Ambas perspectivas están construyendo ya un nuevo marco de reflexión sobre las nociones de tiempo y de trabajo, las actividades productivas, las opciones personales y las transacciones de mercado. Sobre las opciones productivas y económicas de un campesino, artesano o mercader, influían factores complejos (institucionales, jurídicos, fiscales, sicológicos, redes familiares o sociales, etc.) conforme a comportamientos y trayectorias regionales distintas en los países europeos.28 En realidad, para poder intercambiar es necesario superar problemas de información y de seguridad en los contratos, considerar el riesgo como factor clave para explicar los procesos decisionales de los agentes económicos, conocer el modo en que los individuos son capaces de crear circuitos de confianza y prácticas de intercambio informal fuera del control de las instituciones públicas y la importancia decisiva de los altos costes de información y de transacción.29
Por otra parte, y para completar la definición de crecimiento y para entender mejor el funcionamiento del mercado y los comportamientos económicos efectivos, una nueva reflexión sobre el pensamiento económico medieval, particularmente la teología económica mendicante, ha introducido la centralidad de las nociones de ética-moralidad, pobreza y desigualdad social, fenómenos que acompañan el crecimiento económico general.30 No es posible definir el desarrollo de la economía medieval y del mercado sin comprender cómo fueron determinados por el sistema social, cultural, teológico y ético. El punto clave es que los mercados de época preindustrial son complejos e imperfectos y que la integración jurisdiccional de los mercados y de los intercambios no es lineal y los beneficios son limitados. Esto implica la necesidad de profundizar en los conceptos de «utilidad» y «capacidad» económica –tan propios del pensamiento económico medieval como ha puesto de relieve tantas veces Giacomo Todeschini– sustrayéndolos a la clásica visión neoliberal que ha impuesto durante años una lectura de la historia económica anacrónicamente funcionalista.
Siempre en perspectiva política y de los poderes públicos, Douglass North puso de relieve hace tiempo el papel decisivo de las instituciones y del Estado en el desarrollo económico medieval y moderno en términos de la diversa «capacidad» para establecer y proteger los derechos de propiedad: sin derechos de propiedad bien definidos faltarían los incentivos reales para la producción, el intercambio y la innovación.31 Es posible que en este punto se hayan exagerado las consecuencias de las estructuras jurídicas y legales europeas sobre la economía y que se magnifique la confrontación explicativa entre los dos modelos de crecimiento económico (inglés y francés) de la época premoderna. Stephan Epstein ha demostrado que la seguridad de los derechos de propiedad era sustancialmente uniforme en toda Europa pese a sus diversos regímenes constitucionales (città-stato, monarquía territorial fragmentada, regímenes absolutistas o republicanos y parlamentarios), que la teoría que hace depender los incentivos económicos positivos de la libertad política y del sistema parlamentario es probablemente incorrecta y que la fuente más importante de la ineficacia institucional premoderna era la parcelación prácticamente universal de la soberanía.32 Estudios recientes de especialistas como Bruce Campbell, Robert Allen, George Grantham o Philip Hoffman no solo confirman que los derechos de propiedad no eran fundamentales para el desarrollo agrícola sino que descartan también la contraposición de los dos modelos de crecimiento, Inglaterra frente a Francia, cuando en ambos existían por igual propietarios urbanos o campesinos propietarios innovadores y conservadores.33 Parece más bien que los niveles más altos de innovación, de inversión y de intercambios comerciales eran consecuencia de la reducción creciente de los costes de transacción y de los riesgos que determinaban los costes de oportunidad y la «utilidad» de la inversión y de la especialización productiva.
Por otro lado, este enfoque, además de considerar el Estado y la soberanía indivisa como precondición indispensable de la integración de los mercados y del crecimiento, interpreta la sucesión de los diversos tipos de ordenamiento institucional (città-stato, federación urbana, monarquía absoluta o compuesta...) como sistemas complejos de coordinación territorial sin subscribir ninguna opción teleológica como forma «óptima» de organización política. Basta con pensar en los problemas que encuentra la «globalización» (la Global History) aplicada a la época premoderna, en la «divergencia» (pequeña, media o grande) entre países o sistemas económicos europeos, en las emergencias o desapariciones de liderazgos urbanos en el Mediterráneo occidental, en el cambio de escalas historiográficas que representan las denominadas «historias conectadas»34 o en la sucesión de regiones económicas «guía» de la historia europea entre 1200 y 1800, con diversos equilibrios económicos más o menos «eficientes» respecto al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, o en el porqué ciertas regiones no se han desarrollado como las otras. Un análisis convincente de lo que significa «desarrollo» entre los siglos XIII-XV y de los mecanismos que han puesto en vigor el «crecimiento» en Europa a finales de la Edad Media obliga a pensar y medir el proceso de una manera diferente. Confrontar espacios geográficos más amplios y una mayor escala historiográfica obliga a una «globalización» de los objetos de estudio que integre los niveles macro y microeconómicos con nuevas cuestiones y otros modos de interpretación.
MEDIR Y CUANTIFICAR
La pasión por medir no es propia de los hombres del Medioevo pero comienza a ser una práctica habitual de los historiadores medievalistas.35 Cuando se trata de cuantificar los factores de crecimiento, o declive, de la economía premoderna o contemporánea, la pasión por utilizar sofisticadas técnicas matemáticas puede convertirse en obsesión y en afirmación de una especie de imperialismo metodológico de la nueva historia económica.36 Por el contrario, no son pocos los medievalistas que, como John Hatcher y Mark Bailey, cuando analizan la historia económica de la Inglaterra medieval, privilegian el trabajo descriptivo más que la formulación de hipótesis interpretativas basadas en la evidencia ambigua de las cifras y de las series estadísticas, o sostienen abiertamente que el enfoque empírico y cuantitativo está condenado al