El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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Las estimaciones del volumen de los salarios reales y su contribución para calcular el PIB por habitante, la estructura de la población y la productividad sectorial son más fáciles de leer a la luz de los cambios en los niveles de vida. Sabemos que los salarios reales eran bastante similares en toda Europa hasta 1500 y que los precios reales aumentaron. Christopher Dyer ha calculado que el coste de la vida se cuadruplicó en Inglaterra entre 1150 y 1325,63 de donde se puede deducir que la velocidad de la circulación monetaria aumentó más rápidamente que el volumen de bienes y servicios y que la capacidad de acumular rentas –y particularmente beneficios–, junto a la concentración del ahorro, constituía el fundamento de la demanda efectiva tanto de bienes de consumo como de bienes de inversión.64 Sabemos también, sin embargo, que los cambios en los niveles del coste de la vida y en los consumos durante la baja Edad Media y en el crecimiento premoderno fueron relativamente modestos en comparación con los más recientes, y que la composición del gasto corriente de la gran masa de población no cambió mucho de un siglo a otro.65 Carlo Maria Cipolla, Federigo Melis, Frederic Lane y otros historiadores hablan de un eventual aumento de la demanda de moneda por habitante tras la crisis de mitad de 1300, cuando la disminución del número total de personas fue compensado por una cierta estabilidad de la demanda global, por el mayor poder adquisitivo de los salarios y por la mejor calidad de vida de los supervivientes, además de por una mejora en todo lo que respecta a la evolución de los sistemas crediticios y mercantiles.
Resulta interesante señalar que capacidad –es decir, el derecho, capacidad legal o conjunto de oportunidades que tiene el individuo para aprovechar los recursos de subsistencia– es el término clave usado por Giacomo Todeschini, recordando el entitlement approach de Amartya Sen, para remarcar la amplitud de opciones y derechos de sostenibilidad material de las personas. La distinción entre crecimiento económico y desarrollo humano implica una ampliación de la capacidad de obtener los recursos necesarios para la subsistencia, desde los más inmediatos (sistemas naturales, familia o comunidad) hasta los más lejanos (como el mercado y el Estado).66 El hambre y las carestías pueden medir las variaciones coyunturales de breve duración, es decir, las crisis agrícolas estacionales llamadas «crisis de tipo antiguo» que se integraban con la dinámica estructural de larga duración, y sirven para entender las modificaciones de la demanda en el breve período.67 Pero es difícil que las carestías sirvan para caracterizar un discurso historiográfico de crisis o de recesión y tampoco estaban en condiciones de modificar el proceso de larga duración del crecimiento –o de posterior estabilización económica– del sistema en su conjunto.68 Y, como señala Amartya Sen, aunque las carestías pueden ser vistas también como casos extremos de no satisfacción de las necesidades humanas elementales, la carencia extrema que caracteriza la pobreza verdadera, en cambio, aparece realmente solo cuando se rompen al mismo tiempo todos los elementos de la cadena de sostenibilidad para el desarrollo humano y desaparece la «capacidad» (o el derecho) de opciones de las personas al acceso a los recursos económicos impidiendo la sustitución del apoyo familiar o comunitario por la sostenibilidad que proporciona el mercado o las instituciones públicas,69 lo que está directamente relacionado con los movimientos, a medio o largo plazo, de aumento de las desigualdades sociales.
Sin necesidad de recurrir a Thomas Piketty, cuando afirma que la desigualdad crece cuando la tasa de remuneración del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, podemos preguntarnos hasta qué punto las desigualdades que provocan un aumento exponencial de la pobreza han podido obstaculizar, o no, una fase larga de crecimiento.70 Capacidad, sostenibilidad y desigualdad, no incluidos en la contabilidad del PIB por parte de ningún modelo histórico-económico, son tres pilares que ponen en duda los conocidos indicadores cuantitativos –y sobre todo los sofisticados cálculos matemáticos– para medir el bienestar social. El medievalista Todeschini repite incansablemente que el verdadero desarrollo –o la ausencia del mismo– debería medirse mediante la evaluación a largo plazo de las condiciones de quienes están en situación de pobreza, exclusión o privación (gente comune, gente qualunque, malviventi, persone sospette son los títulos de sus trabajos) y mediante el incremento, o no incremento, de las desigualdades.
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES
De lo anteriormente expuesto emergen una serie de conclusiones sobre la historia económica como disciplina y su aplicación al estudio de las sociedades preindustriales. Ciertos «retornos» del interés por lo económico en la investigación y por la «larga duración» como escala temporal más apropiada, incluso en perspectiva de «historia mundo», privilegian de forma clara argumentos relativos a la naturaleza y cuantificación del crecimiento y al análisis de los mecanismos internos de su funcionamiento. Una investigación común parece interesar a diversas regiones y a muchos historiadores por los niveles de ingresos, de renta o de producto interior bruto (PIB) por habitante. Con informaciones y abundantes datos sobre salarios reales, estructuras de empleo de la población, tasas de urbanización y, sobre todo, la productividad agraria y la producción total se pueden identificar situaciones muy distantes del mundo ricardo-maltusiano que hemos descrito durante años. A los estudios pioneros de los historiadores anglosajones (Bruce Campbell, Robert Allen, Jan Luiten van Zanden y otros) se añaden ahora trabajos relativos a la Europa meridional,71 todos ellos especialmente fecundos en nuevas estimaciones de posibles incrementos de la productividad agrícola basada en pequeñas innovaciones tecnológicas y en sistemas financieros, comerciales y de mercado más eficaces.
Es posible, como escribía Alain Guerreau, que «un productivismo un poco simple sea el cuadro general de esta reflexión»72 y, en muchos casos, los resultados obtenidos confirman tendencias ya descritas con datos cualitativos y estimaciones menos sistemáticas. Parece que las nuevas temáticas, metodologías y planteamientos de la historia económica hayan convertido la investigación en algo menos «histórico» y más «económico», un aspecto destacado ya por muchos historiadores que sienten la necesidad de correcciones y de una mayor crítica interna de los datos.73 Las cuestiones más polémicas se refieren al uso de las categorías de la contabilidad actual, a la aplicación en las sociedades preindustriales de recientes teorizaciones de economistas puros y a los cálculos del rédito nacional o del producto nacional bruto, familiar o por habitante, basados en el salario real. En realidad, el salario representa solo una parte del rédito familiar en estas sociedades y va siempre acompañado de otras formas de remuneración no ligadas al mercado, sobre todo las aportaciones del trabajo femenino o infantil y los ingresos provenientes de sistemas informales de retribución. Por otra parte, hasta la misma noción de «crecimiento» o de «crisis» –sobre todo la crisis bajomedieval– resulta variable e incluso limitada. Si bien el crecimiento supone un aumento de la capacidad productiva y una mejora de los sistemas de distribución y consumo, un fenómeno de incremento del rédito por habitante, resultado de una recesión demográfica más profunda que el descenso de la producción agraria, no debería ser considerado un signo de desarrollo económico. Con todo, de estos estudios emergen