El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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Los mismos argumentos (evolución de los salarios reales, volumen del producto agrícola, comportamiento de los precios y distribución de la población rural o urbana) han servido a los historiadores de la economía para introducir un nuevo, y particularmente interesante, indicador posible de los múltiples factores que acompañan el crecimiento cuantitativo, o la recesión, como son el movimiento y las tasas de urbanización de las diversas sociedades europeas desde el año 1000 en adelante. Respecto a la medición del crecimiento, el interés inmediato es diferenciar entre la cuota de personas dedicadas a actividades industriales o comerciales y aquellas empleadas en la agricultura dividiendo las estructuras ocupacionales de población en tres categorías: urbana, agrícola y rural no agrícola.53 Las informaciones indirectas sugieren un modesto aumento de la tasa de urbanización a partir del siglo X y conocemos bien que los niveles más altos se registran en torno a 1300, especialmente en el sur (Italia y España), seguido de un declive en el siglo XIV y de un progreso lento, estabilización más que aumento excluyendo Inglaterra, en el largo período de 1600 a 1800.54
El más complejo y fluctuante es el período 1300-1600. Paolo Malanima, revisando las series y datos de Bairoch y De Vries, muy optimistas y positivos para el siglo XIV, ofrece los siguientes resultados:55 la urbanización europea en su conjunto y el porcentaje de población urbana revelan un declive entre 1300 y 1400, especialmente sensible en Italia y España donde las epidemias golpean sobre todo las grandes ciudades densamente pobladas, seguido de un crecimiento considerable en los siglos XV y XVI. Para comprender mejor esta situación, sería conveniente separar el desarrollo urbano en sus componentes básicos e implícitos en los procesos de crecimiento o de recesión: el aumento interno de la población en los centros ya existentes en 1300, la amplitud de las redes urbanas y el aumento del número de ciudades, especialmente aquellas de tamaño medio. Stephan Epstein realizó hace algunos años un replanteamiento de la dinámica de urbanización y de las jerarquías urbanas en Italia entre finales del siglo XIV y principios del XVI.56 Constatando, como hace Malanima, un descenso neto de la urbanización para este período, Epstein argumenta que las jerarquías urbanas se hicieron más pronunciadas y polarizadas y que, si bien el número de grandes ciudades en el año 1500 era inferior al del año 1300, aumentó el de ciudades medias entre 5.000 y 10.000 habitantes. Para ambos autores, las conclusiones son concordantes: el mantenimiento o leve recuperación de las tasas de urbanización a finales del siglo XV es más fruto de la variación del número de ciudades grandes, y aumento de las menores, que del crecimiento de los centros urbanos ya existentes antes de la crisis.
Las tasas de urbanización y la estructura ocupacional de la población son indicadores representativos de muchos factores señalados en la definición del crecimiento o de la recesión y, a su vez, explican el carácter histórico de algunas magnitudes macroeconómicas. No solo muestran la proporción de actividades industriales y comerciales respecto a las agrícolas sino que también condicionan los distintos niveles de productividad del trabajo, el desarrollo de nuevos sectores económicos, los movimientos migratorios de población y la evolución de los salarios reales, la constitución de redes comerciales y, por supuesto, el papel de las instituciones y del estado en la especialización de las ciudades como «lugares centrales» del ordenamiento territorial. Según Robert Allen, en 1500, cuando alrededor de las tres cuartas partes de la fuerza de trabajo europea estaba empleada en la agricultura, los Países Bajos, Bélgica, Italia y España, con una población agrícola del 56, 58, 62 y 69%, respectivamente, tenían tasas de urbanización mayores que el resto de países. Italia y España eran también países con fuerte presencia de actividades industriales en el campo durante la Edad Media, aunque no desarrollaran significativos procesos de protoindustrialización a partir de 1500.57 Este elevado grado de urbanización bajomedieval pudo haber sido provocado por un diferencial salarial entre ocupaciones urbanas y rurales que también se corresponde con el diferencial de productividad ciudad-campo. Igualmente, una red urbana más densa, como la que tiene lugar con el aumento de ciudades menores, implica mayores cuotas de actividades industriales y comerciales, mejor integración de mercados, formación de redes comerciales más eficaces, mayor especialización del trabajo, fuerte inmigración a la ciudad y, por tanto, más amplias posibilidades de creación de rédito para el consumo.
Una contribución importante al estudio de las diversas vías del crecimiento económico de las sociedades preindustriales puede venir de la historia de la energía, en muchos aspectos conectada a la biología, a la historia ecológica y del medio ambiente y a la historia del clima. «Historia global» como ninguna otra, el actual retour de la longue durée ha hecho de la cuestión ambiental una de las claves de la reinterpretación histórica del desarrollo emplazando los acontecimientos humanos en un contexto más amplio de historia de la naturaleza.58 La orientación ecológico-económica busca la explicación de la base material y la cuantificación de la disponibilidad de energía (medio físico, agua, animales, viento, molinos) con el objetivo de reconstruir los consumos energéticos, replantear la relación entre población y recursos y analizar las formas de utilización y de reproducción de las fuentes energéticas.59 La conexión con los flujos del valor añadido del PIB por habitante, con el incremento de la productividad de la fuerza de trabajo y con la diversificación de las economías familiares y de mercado es evidente, especialmente cuando se trata de explicar el funcionamiento de las economías agrarias de las sociedades preindustriales que, paradójicamente, podían conseguir una notable eficiencia energética a pesar de las carencias de energía primaria.60 Todos los grandes cambios económicos, e incluso los diversos modelos de crecimiento, han ido ligados al consumo de energía, al descubrimiento de nuevas fuentes o a su explotación más eficiente hasta el punto de que Edward A. Wriley ha propuesto distinguir las sociedades en función del tipo de recursos energéticos empleados, lo que no significa que para comprender el crecimiento económico en la larga duración se pueda prescindir de los factores institucionales, sociales, culturales y políticos.
En esta misma dirección de distinguir entre crecimiento económico y desarrollo humano, el análisis de los niveles de vida y de las desigualdades sociales se está mostrando muy fecundo, tanto por la consistencia de los datos aportados como por los aspectos marcadamente «micro» investigados o por la relevancia teórica del enfoque.61 Con frecuencia se trata de métodos de aproximación muy refinados y de enfoques multidireccionales, que van desde los más clásicos que miden los flujos de la renta, la capacidad adquisitiva de los salarios y los precios reales, el crédito o la circulación monetaria hasta los más recientes, que miden el consumo de los individuos a través del mercado informal o del intercambio de objetos de segunda mano.62 También en las aportaciones más específicas de los arqueólogos e historiadores de la cultura material, el problema del crecimiento y la medición del desarrollo de los niveles de vida es cuestión