La transición española. Eduardo Valencia Hernán

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La  transición española - Eduardo Valencia Hernán

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      Lo cierto fue que al finalizar el año 1973, de los 113 detenidos todavía seguían en prisión unos cuarenta; sin embargo, a partir del 29 de diciembre empezaron a recibirse las órdenes de libertad, siendo ocho de ellos los primeros afortunados, Josep Solé Barberà entre ellos, quedando 35. El domingo siguiente salieron otros 12, y el resto salió el día 9 de enero de 1974.

      Mientras tanto, Franco seguía deshojando la margarita en busca de un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno, llegando la incertidumbre hasta el último día del año en que, sorprendentemente para las quinielas periodísticas, Carlos Arias Navarro fue el elegido.

      Sin duda la última semana de diciembre de 1973 fue especialmente difícil para el Caudillo a la hora de encontrar una salida satisfactoria para el gobierno ante la crisis que se había planteado por sorpresa. A este respecto, mucho se ha hablado sobre las presiones que tuvo que soportar el viejo general a la hora de acertar en la elección de un nuevo presidente del gobierno y, aunque la historiografía apunta ante la fuerte influencia de su mujer, Carmen Polo, las últimas investigaciones se inclinan por la llamada «camarilla del Pardo» donde alguno de sus ayudantes como Antonio Urcelay o su médico particular tuvieron algo que ver; pero de lo que no cabe duda es que la decisión tomada por el dictador fue en conciencia y en libertad. Finalmente, de 35 candidatos iniciales propuestos por el Consejo del Reino, estos se quedaron en cinco: Alejandro Rodríguez de Valcárcel, José Antonio Girón, Pedro Nieto Antúnez, Manuel Fraga y Carlos Arias Navarro.

      Como ya sabemos, el 28 de diciembre de 1973, Carlos Arias Navarro recibió el encargo de formar gobierno de manos del Caudillo con perplejidad y sorpresa por el propio agraciado. A partir de entonces, las presiones de la derecha del régimen fueron constantes para que en su gabinete estuvieran presentes los más adictos al régimen. Sin embargo, aunque Carlos Arias rechazó en principio la apuesta de José Antonio Girón a participar en su equipo, sí que cedió a la instalación de algunos representantes afines a este.

      Efectivamente, Carlos Arias, doctor en Derecho nacido en 1908 y que llegó incluso a trabajar bajo las órdenes de Manuel Azaña a finales de los años veinte en la Dirección General de Registros y Notariado, llegó al gobierno de la mano del ministro Camilo Alonso Vega que le nombró director general de Seguridad, llegando a ser alcalde de Madrid en 1965 en sustitución del conde de Mayalde. Sin embargo, a pesar de todos sus antecedentes parece ser que fue el mismísimo Francisco Franco quien lo catapultó al cargo ministerial de la seguridad del Estado cuando el gobierno se sumía en una profunda crisis.

      Carlos Arias fue un profundo creyente, lo mismo que su antecesor en el cargo, y vinculado a la doctrina del nacionalcatolicismo, una circunstancia que al parecer no influyó en su discrepancia con la cúpula eclesial que aumentó enormemente tras el Concilio Vaticano II.

      Tanto él como Luis Carrero Blanco coincidían en la esencia del franquismo, aunque actuaron fuera de los tentáculos falangistas y sufrieron ambos la experiencia de una guerra civil que les marcó en su actitud represiva, teniendo la misma idea, a su vez, de la falta de entendimiento del aperturismo generado en la Iglesia desde mediados de los años sesenta. Sin embargo, los dos actuaron de diferente manera a la hora de solucionar este problema, ya que, mientras Luis Carrero intentó diluirlo y amortiguarlo, Carlos Arias se enfrentó a él. Véase como ejemplo la resolución del llamado caso del obispo Antonio Añoveros. En efecto, la cortés relación entre Carlos Arias y el cardenal Vicente Enrique Tarancón saltó por los aires dada la actitud crispante del primero al haberse publicado un escrito desde el Arzobispado de Bilbao que hacía referencia al problema vasco y que estaba sustentado con el apoyo de diez mil firmas, entre ellas seiscientas de los 720 sacerdotes de la diócesis. Esta tensión se prolongó durante algunos días y tuvo una gran repercusión en todo el Estado, incluso en Cataluña la Asamblea de Eclesiásticos se manifestó a favor del obispo Antonio Añoveros.

      Por otro lado, la relación de Carlos Arias con Franco era de auténtica devoción hacia su persona, aunque esa actitud no le fuera correspondida, llegándose a veces a una relación tensa y crispante entre ambos, una situación que coartaba de antemano la posible motivación surgida de un nuevo gobierno.

      Así pues, el último día del año estuvo lleno de noticias, ya que, aparte de lo anteriormente comentado, coincidió paradójicamente con la publicación de las sentencias del Proceso 1001, aunque en realidad no hubo sorpresas apreciables, ya que las penas demandadas por los fiscales entre veinte y 12 años de prisión fueron las que se ejecutaron. Como caso anecdótico, cabe destacar que ese día, el famoso boxeador José Manuel Ibar (Urtaín) también lo pasó en la cárcel.

      Efectivamente, el 3 de enero de 1974, el nuevo presidente del gobierno juró su cargo ante el dictador con sorpresa generalizada incluso en el propio entorno del poder, ya que el candidato inicial era el almirante Pedro Nieto Antúnez.

      El primer gabinete del gobierno de Carlos Arias agrupaba en gran medida a técnicos sin personalidad destacada y desde el primer momento pudo intuirse la fuerte desunión entre ellos agravado por la ausencia de un programa claro y sin rumbo por lo que, pese a las buenas intenciones y proclamaciones de profundas reformas auguradas por su presidente, lo que estuvo claro es que su paso por el reformismo fue fugaz. Sus más cercanos colaboradores fueron José García Hernández, Luis Rodríguez de Miguel, Antonio Carro y Pío Cabanillas; estando en segundo nivel Antonio del Valle y Carlos Álvarez Romero.

      El contenido básico de su programa de actuación vino contemplado en el discurso pronunciado en las Cortes el 12 de febrero de 1974 cuyo contenido fue elaborado prácticamente por su colaborador, Gabriel Cisneros. El documento hacía mención del nuevo talante del gobierno con una información más escrupulosa y una resuelta apertura de los asuntos de Estado referidos al debate institucional y a la confrontación de la opinión pública añadiendo que no se excluían sino aquellos que se querían autoexcluir. Sin embargo, las cuatro medidas que se catalogaron como aperturistas: la retirada del Proyecto de Ley de Régimen Local y sustitución por otro que permitiera elegir alcaldes y presidentes de Diputación provincial; el nuevo régimen de incompatibilidades en las Cortes; el desarrollo de la Ley Sindical y la redacción de un estatuto de derecho de asociación para promover relaciones más generosas e integradoras, nunca estuvieron más lejos de cualquier esperanza democrática.

      Este nuevo, querer hacer, resultó un engaño mayúsculo ante la opinión pública y no tardó mucho en delatarse, pues a los cuatro meses de este discurso, exactamente el 15 de junio, el presidente Carlos Arias añadía en Barcelona ante el ministro del Movimiento, José Utrera Molina, que el espíritu del 12 de febrero no quería ser nada distinto al espíritu permanente e indeclinable del régimen de Franco.

      Sin embargo, en su relativamente corta experiencia de gobierno, no cabe duda de que si algo supo hacer bien este gobierno fue todo lo relacionado con el orden público, ya que era su obsesión permanente y no le faltaron ocasiones para hacer frente a numerosos envites. Recordemos la ejecución del anarquista Salvador Puig Antich el 2 de marzo de 1976, justo tres semanas después de su famoso discurso y coincidiendo con la retransmisión por televisión de un combate de boxeo en que participaba la estrella del momento, José Manuel Ibar «Urtain»; la resolución del llamado incidente provocado por el general Díez-Alegría al entrevistarse con el dirigente rumano, Nicolae Ceaucescu; por su actitud ante la primera enfermedad de Franco derivada de la sustitución provisional en la Jefatura del Estado por el rey y el ninguneo del dictador al comunicar a Carlos Arias su retorno a la Jefatura del Estado, quizás por presiones de su entorno más próximo: su médico personal, Vicente Gil, y el marqués de Villaverde.

      Esta

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