La transición española. Eduardo Valencia Hernán
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477. Tele/eXpres, 7-12-1975.
478. Tele/eXpres, 7-12-1975.
479. Tele/eXpres, 19-12-1975.
480. Tele/eXpres, 24-12-1975.
481. Tele/eXpres, 30-12-1975.
1.10. Una nueva visión de la Asamblea de Cataluña
El objetivo principal de este trabajo no ha sido exclusivamente completar documentalmente todo lo sabido hasta la fecha sobre la Asamblea. También lo fue el demostrar una nueva visión de esta plataforma de la que hasta ahora conocíamos interpretada por nuevos actores presentes en los mismos escenarios y que han aportado nuevas evidencias que han dado lugar a unas conclusiones que permiten afirmar una duda razonable sobre lo escrito hasta la fecha.
Simultáneamente y, a partir de estos nuevos testimonios conseguidos, decidí desmarcarme en lo posible de la transversalidad histórica que recibía subliminalmente en los libros o escritos que se han publicado sobre la Asamblea y presentar este trabajo como una narración de hechos basados exclusivamente en lo que realmente sabía el ciudadano corriente, teniendo en cuenta las limitaciones derivadas de una censura oficial que intentaba limar las asperezas de aquella sociedad que empezaba a estar harta de vivir tutelada por un sistema involucionista. No obstante, y en concordancia con algunos historiadores expertos en la Asamblea, creo acertado afirmar que la influencia que aportó esta sobre la política catalana y por extensión sobre la española, fue trascendental en las últimas cuatro décadas ya que esta organización unitaria fue sin duda la proyección social de los partidos demócratas de signo antifranquista en Cataluña.
En la actualidad, todavía podemos encontrar algunos de los protagonistas de entonces que siguen en la política activa, ejerciendo su influencia mediática tal como lo hicieron antes. Recordemos entre otros a Jordi Pujol, Josep Lluís Carod Rovira, Raimon Obiols, Pascual Maragall, Isidre Molas, Francesc Frutos, etc. Otros, sin embargo, por su avanzada edad disfrutan en la actualidad de una merecida jubilación o han desaparecido durante el desarrollo de este proyecto. En efecto, algunos de ellos como Antonio Gutiérrez, Josep Benet y Gregorio López Raimundo forman ya parte de la historia. Por otro lado, todavía es posible localizar algunos que siguen la política a distancia o en el ostracismo, siendo la viva imagen de lo injusta y desagradecida que es la sociedad y la clase política con quienes lucharon con denuedo en la búsqueda de unos derechos democráticos que ahora disfrutamos.
Sin duda, estoy convencido que la mayoría de los protagonistas de esta historia, los luchadores por la libertad tenían un fin común enmarcado en la lucha antifranquista. El mismo Colomer lo afirmaba cuando constataba que sin democracia en España no podría haber autonomía ni libertad para Cataluña, de la misma manera que no habría auténtica democracia en España hasta que Cataluña y las otras nacionalidades del Estado no pudieran ejercer sus libertades nacionales482. Sin embargo, todavía está por descifrar cuales eran los proyectos de cada grupo político, asociativo o individual dentro de la Asamblea. Si se cumplieron sus objetivos ideológicos o tuvieron que aceptar las tesis predominantes dentro de esta ligada a una simbología nacionalista ejercida desde la dirección y proyectada a través de algunos partidos y organizaciones participes con una transversalidad muy determinada. Y todo por el riesgo de ser excluidos de los poderes de decisión. A día de hoy sabemos que, en Cataluña, a diferencia del resto de España, los partidos que perdieron la guerra no sufrieron tan intensamente los enfrentamientos que se manifestaron, recién acabada esta, entre las fuerzas políticas opositoras de ámbito nacional. Sin embargo, aunque esta situación no favoreció la actividad de lucha frente al régimen franquista, sí que permitió el inicio de un proceso unitario facilitado en gran medida por la fuerte influencia transmitida por la transversalidad catalanista de las propias organizaciones. Así pues, por lo que sabemos nunca se dio por concluida la presión antifranquista iniciada desde el mismo momento de la derrota republicana a pesar de que se tenía en frente a una brutal dictadura que actuaba represivamente conforme a una nueva legalidad impuesta por los vencedores, véanse los conceptos de «rebelión militar» o la Ley de Responsabilidades Políticas, resultando de esta coyuntura la facilidad legal que tuvo el régimen para ejecutar mediante juicios sumarísimos a numerosos activistas, soldados republicanos, sindicalistas, políticos, etc., desafectos al nuevo orden o a imponerles largas condenas con el fin de depurar cualquier vestigio de resistencia. Y, a esto tendríamos que añadir las dos herramientas básicas usadas desde el poder autoritario: el miedo y la censura ejercida sobre la población.
El político y escritor catalán Joan Ferran describe con la perspectiva de un niño la realidad social de aquella Barcelona de los años cincuenta donde cualquier cosa futura, tenía que ser a la fuerza, mejor.
«Y miedo. Miedo al comisario. No lo conocía ni lo había visto jamás, pero todos hablaban de aquel policía expeditivo y brutal: “el Gravao”. Temido por delincuentes y gente de bien, arbitrario y provocador, mantenía a raya el orden público. Él era la ley (…).»483
Fue a partir de los años sesenta cuando en España las organizaciones de oposición al régimen comenzaron a resurgir apoyándose en la creciente conflictividad social, laboral y estudiantil que encontró en el antifranquismo un nexo de unión y de lucha aceptado por la mayoría opositora. Incluso la propia Iglesia, hasta aquellos momentos aliada del régimen, comenzaba a decantarse hacia un progresismo más abierto a la modernidad y a las corrientes políticas de la izquierda, proliferando los llamados «curas obreros» identificados en buena parte por las doctrinas emanadas del Concilio Vaticano II y por la nueva actitud mucho más crítica del pontífice Pablo VI con el régimen. Ese pensamiento cristiano más progresista cuajó envuelto en una aureola catalanista siendo el Vaticano el primer sorprendido, quizás porque la actitud de la alta jerarquía respecto al Principado se había basado desde el final de la Guerra Civil en el desconocimiento y la desinformación. De hecho, hasta la muerte del cardenal Vidal i Barraquer, Cataluña fue un problema sin solucionar.
Años después, la campaña de protestas encabezadas bajo el lema «¡Volem Bisbes Catalans!» en 1966 y la subida al púlpito vaticano de Pablo VI, hizo cambiar la actitud de la Iglesia respecto a Cataluña pues, recordando las palabras del cardenal Tarancón, el Santo Padre había intervenido en numerosas ocasiones en asuntos delicados contrarios a los del régimen. Véase como ejemplo la petición de suspender la pena capital para el anarquista Jordi Conill en 1962 pidiendo clemencia al propio Caudillo, o el protagonizado en 1965 por el abad de Montserrat, Aureli M. Escarré, que llegó incluso a exiliarse al extranjero en protesta contra la represión franquista, estando su sucesor Cassiá Mª Just en la misma línea reformista que el anterior.
En Cataluña, a mediados de los años sesenta la burguesía y la clase media se balanceaban entre el catalanismo y el nacional-catolicismo imperante, mientras que la clase obrera y los intelectuales pasaban casi desapercibidos en su actividad reivindicativa contra el régimen ya que sus acciones de lucha eran de escasa importancia además de ser amortiguadas sistemáticamente por un férreo control gubernativo que impedía cualquier éxito mediático, pues era notorio que la prensa española y los medios de comunicación que funcionaban legalmente hasta 1966 no eran otra cosa que el aparato de propaganda del régimen y sus beneficiarios, demostrando un desprecio total hacia el lector y sus derechos y con el agravante de sufrir la cárcel e incluso la muerte a quien osara transgredir la censura marcada interesadamente desde el poder. En definitiva, a nadie sorprende ya que los derechos humanos y la libertad de expresión en España, efectivamente brillaban por su ausencia484. No obstante, cabe decir que, en aquel tiempo, aunque los anhelos independentistas no eran el objetivo de la oposición al franquismo, como tampoco lo eran las ideas federalistas485,sí