Meditaciones de Marco Aurelio. Marco Aurelio

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Meditaciones de Marco Aurelio - Marco Aurelio Autor Pensamiento

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de atinar, la fama muy dudosa e indefinible. Para decirlo en breve, todas las cosas propias del cuerpo son a manera de un río, que siempre corre; las del alma vienen a ser un sueño y un poco de humo; la vida, una guerra perpetua y la corta detención de un peregrino; la fama de la posteridad, un olvido.

      ¿Qué cosa, pues, hay que nos pueda llevar a salvamento? Una sola, y ésta es la filosofía. Aquella filosofía que se empeña en conservar sin ignominia ni lesión el espíritu o mente interior, en mantenerlo superior al deleite y al dolor, lejos de obrar sin reflexión, lejos de toda falsedad y ficción, contento consigo mismo y sin necesitar de que otro haga o no haga la tal o tal cosa, conforme con todo lo que viniere, y satisfecho además de esto con la parte que le tocare en los varios sucesos, ya que todos vienen de la misma mano de donde él salió. Y, sobre todo, capaz de ver venir la muerte con un ánimo plácido y sosegado, persuadiéndose que ella no es otra cosa que la separación de aquellas partes de que todo viviente animado se compone. Y en efecto, si a los mismos elementos no les viene mal alguno de que los unos de continuo se muden y conviertan en otros, ¿por qué temerá uno la mutación y disolución de todas las otras cosas? ¿No es ella conforme a la naturaleza? ¿Puede acaso ser mala una cosa conforme a la naturaleza?

      En Carnuntum.

      Libro III

      1. No debemos tener sólo en cuenta que acortándose de día en día el tiempo de la vida, la parte que queda por instantes se va haciendo menor, sino que mucho más debemos reflexionar que si más tiempo viviéremos, no tendríamos certeza de si una igual disposición de mente en que nos hallamos acompañará en adelante pronta para la inteligencia de las cosas ocurrentes y para aquella meditación que de suyo conduce al verdadero conocimiento de las cosas divinas y humanas. Por si una vez la razón empezare a flaquear, por más que no le falte a uno ni la transpiración ni la nutrición ni la fuerza de imaginar y de apetecer ni de otras facultades semejantes, con todo, se le apagará el vigor para poder usar de sí mismo, para cumplir a la perfección con su deber, para ordenar y arreglar bien sus pensamientos y para resolver con madurez si es ya tiempo de salir de la vida, y, finalmente, para ejecutar todas aquellas cosas que piden una razón ejercitada y vigorosa.

      Conviene, pues, darse prisa, no sólo porque por momentos se va uno acercando más a la muerte, sino porque de antemano le va desamparando también el conocimiento y reflexión de los hechos.

      2. Ni deja de ser cosa digna de consideración que todo aquello que es como sobrepuesto a alguna obra «principal» de las que hace la naturaleza lleva un no sé qué de gracia y atractivo particular. Lo mismo vemos que sucede al pan que en el horno se abre, y no obstante eso, aunque aquellas hendiduras son de algún modo fuera de la intención del panadero, con todo, le dan hermosura y excitan muy particularmente la gana de comerlo. Asimismo los higos, cuando están muy sazonados, suelen abrirse, y en las aceitunas reventadas de maduras, el mismo distar poco de la corrupción añade al fruto una estima y aprecio singular. Y si uno se pusiese a considerar hallaría que el inclinarse hacia abajo las espigas, que la melena del león, que la espuma en la boca del jabalí, y, por abreviar, otras mil cosas más, aunque ninguna hermosura ofrezcan a la vista, no obstante, por ser añadiduras que de suyo van con las demás obras de la naturaleza, a un mismo tiempo las hermosean y causan admiración. De modo que si uno tuviese un ánimo atento y fíjase altamente la consideración en las cosas que se hacen en el mundo, aun en éstas, como consecuencias y adiciones naturales, nada se le presentaría que no le pareciese en cierta manera más agradable, y así también aquella abertura de boca, vista en las fieras, a quienes es natural, no le deleitaría menos de lo que suele deleitar cuando los pintores y estatuarios la remedan, y esto mismo podría, con ojos castos mirar igualmente la amable belleza de los niños que aquella madurez y gracia ya pasada que muestran en su semblante las personas de mucha edad. Y por último, otras muchas cosas de este jaez se le pondrían delante, las cuales no pueden ser del gusto de todos, sino sólo de aquel que se ha hecho familiar la naturaleza y tiene ejercitada la mente en la verdadera contemplación de sus obras.

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