Meditaciones de Marco Aurelio. Marco Aurelio

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Meditaciones de Marco Aurelio - Marco Aurelio Autor Pensamiento

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temeridad, libre de todo afecto contrario a los dictámenes de la razón, libre de, ficción de amor propio y de displicencia en las disposiciones del hado. ¿No ves cuán pocos son los preceptos que bien practicados bastan para navegar por el mundo y llevar una vida casi divina? Porque los dioses se darán por satisfechos y bien servidos de aquel que estas cosas observare.

      6. Tú, ¡oh alma mía!, avergüénzate, avergüénzate. No tendrás más tiempo de adquirir aquel honor que a ti misma te debes, porque ninguno tiene más que una vida, y ésta se te pasó casi toda, sin contar con el respeto debido a tu misma dignidad, antes poniendo tu felicidad en hacerte honor para con los otros.

      7. No te distraigan los acontecimientos exteriores que te sobrevinieren, antes bien, procura desocuparte para aprender algo más de bueno y déjate de andar girando como una devanadera. Porque ve aquí otro engaño y error de que conviene guardarte: muchos en una vida muy ocupada y laboriosa emplean su trabajo en cosas frívolas, sin proponerse blanco alguno, al cual absolutamente dirigen todas sus miradas y afectos.

      8. No es fácil que le vaya mal a alguno por no entremeterse en lo que ocurre en el ánimo de otro; pero es imposible el que deje de ir mal a quien no escudriña lo que pasa en el suyo.

      9. Es menester tener siempre presente cuál es la naturaleza del universo, cuál es mi misma naturaleza, cuál es el orden y respecto que ésta tiene para con aquélla, cuál parte viene ésta a ser y de qué todo viene a ser la tal parte, que ninguno puede impedir que tú hagas siempre y digas aquello que sea conforme con aquella naturaleza de quien eres una parte.

      10. Habló como filósofo Teofrasto, cuando en aquella comparación de los pecados entre sí (según que uno, vulgarmente hablando, puede comparar cosas entre sí iguales), dijo que los pecados cometidos por deleite son más graves que los que por ira se suelen cometer; porque se ve que un hombre enojado se aparta de la razón con cierta pena interior y angustia de corazón; pero el que por satisfacer su gusto peca, vencido del deleite, muestras da de ser un hombre más destemplado y en cierto modo mole y afeminado en sus pasiones. Dijo, pues, bien y conforme a la filosofía, que un desorden cometido por gusto era mayor delito que otro hecho con dolor.

      Es que el uno se parece más a un hombre que provocado con la injuria recibida se ve forzado a irritarse por la pena; pero que el otro de suyo embiste, siendo el primero en hacer una sinrazón, movido a obrar por capricho y antojo.

      11. En todas tus acciones y pensamientos pórtate como quien puede en el mismo punto salir de esta vida, si bien esto de salir de entre los hombres, si hay dioses, nada quiere decir, puesto que ellos ningún mal podrán hacerte; pero si no los hay, o si por más que los haya no cuidan ellos de las cosas humanas, ¿para qué quiero yo vivir en un mundo falto de dioses y sin Providencia? Pero los hay, y miran por las cosas humanas, dejando en nuestra mano el que no vengamos a incurrir en los que son verdaderamente males. Por último, si alguna de las otras cosas que se reputan por males fuese un verdadero mal, también habrían los dioses tomado sus medidas, a fin de que fuese libre a cada uno no caer en él.

      ¿Cómo podrá lo que no hace peor al hombre en sí mismo empeorar la vida del hombre? La Naturaleza del universo ni por ignorancia habría dejado de proveer de remedio para este mal, ni de propósito lo habría despreciado (cómo sin arbitrio para precaverlo o corregirlo), ni, en suma, habría cometido un descuido tan grande, o por falta de poder, o por falta de saber, como sería el que con suma confusión los bienes y los males fuesen igualmente comunes a buenos y malos.

      La muerte y la vida, el honor y la infamia, la molestia y el deleite, la riqueza y la pobreza, no siendo cosas de suyo honestas ni torpes, sin diferencia acontecen a buenos y malos; luego ellas, en rigor, ni son bienes ni son males.

      12. Es asunto digno de toda la atención de nuestra facultad intelectiva reflexionar con cuánta velocidad se pasa todo; en el mundo desaparecen los cuerpos y hasta la memoria de ellos se borra en la posteridad. Tal es la condición de todos los objetos sensibles, y, con particularidad, de aquellos que blandamente nos halagan, o con molestia nos apartan de sí, o con su vanísimo aparato nos encantan. Viles son estas cosas, dignas de desprecio, sórdidas, caducas y perecederas. ¿Quiénes son aquellos de cuyo modo de pensar y hablar dependen la gloria y la fama? ¿Qué cosa es el morir? Porque, si uno lo considera, como ello es en sí, procurando con una precisión exacta en sus ideas separar de la muerte los horrores y espantos que abulta la imaginación, verá claramente que el morir no viene a ser otra cosa que un efecto propio de la naturaleza; y es cosa pueril temer, el morir es efecto de la naturaleza, pero aun conveniencia de la misma.

      ¿De qué manera se une un hombre con la divinidad y por medio de cuál parte, y cómo se hallará esta misma partecita cuando hubiere llegado a esta unión?

      13. No puede darse cosa más infeliz que un hombre que, girando de acá para allá y corriéndolo todo, averiguando «hasta lo que está bajo tierra», como dijo el otro e indagando por conjeturas los pensamientos y secretos de su prójimo, no acaba de entender que le basta el saber conversar con sola aquella mente que dentro de sí tiene, haciendo con ella los oficios que le son debidos. Y esos oficios consisten en conservarla libre de pasiones, de temeridad, de humor en aquellas cosas que, de mal parte de los dioses y de los hombres, acontecieron. Porque las cosas de los dioses son dignas de toda veneración, por ser obras virtuosas, y las de los hombres, siendo éstos nuestros prójimos, deben sernos gratas y bien aceptadas, si bien alguna vez las mismas, en cierto modo, nos deben ser objeto de compasión, atendida la ignorancia del bien y del mal, de la cual proceden, siendo así que no es menor defecto este género de ceguedad en el ánimo que aquella que nos priva de poder discernir lo blanco de lo negro.

      14. Por más que tú hubieses de vivir tres mil años, y, si quieres, aun treinta mil, con todo, haz por acordarte que ninguno pierde otra vida, al morir, que ésta con que vive, ni vive con otra que con ésta que pierde. Así que, lo más largo y lo más breve de la vida, viene, al cabo, a reducirse a lo mismo, porque para todos es igual aquel momento presente en que se vive; será pues, igual a todos lo que se pierde de vida, y de este modo, lo que se pierde, viene a ser un indivisible. Porque ninguno puede perder, ni aquel tiempo, que ya se le pasó, ni tampoco el que aún está por venir, porque ¿cómo se puede quitar a uno lo que uno no tiene?

      Conviene, pues, tener siempre en la mente estas dos máximas: la una es que, puesto que todas las cosas, desde una eternidad, se presentaron con el mismo semblante y siguieron el mismo giro, el contemplarlas, ciento, doscientos años o un tiempo ilimitado, en realidad, no se diferencia en nada. La otra es que el que hubiere de vivir una vida muy larga y el que hubiere de morir muy pronto, igual momento de vida pierden, porque únicamente podían ser privados del tiempo presente que sólo gozaban, visto que nadie pierde lo que no posee.

      15. Que todo sea opinión, lo declara Mónimo el cínico en sus escritos, cuya utilidad claramente verá aquel que supiese valerse, sin pasar más allá de lo que permite la verdad, de lo agradable que hay en ellos.

      16. El alma del hombre se infama a sí misma, con particularidad cuando viene a hacerse, por lo que a sí toca, como un divieso o como un tumor extraordinario del mundo. El no conformarse con alguno de los acontecimientos que ocurren viene a ser cierto absceso de la naturaleza universal en que todas las demás cosas, cada una por su parte, ocupan su lugar respectivo.

      ¿Y acaso no sucede esto mismo siempre que se muestra adversa o hace oposición a alguno de los otros hombres, con el fin de hacerle mal, como suelen practicarlos las almas que se hallan poseídas de ira? Lo tercero, a sí misma se deshonra el alma racional cuando cede y se da por vencida del deleite o de la pena. Lo cuarto, cuando a manera de hipócrita hace o dice algo fingida y falsamente. Lo quinto, cuando no proponiéndose blanco alguno en sus acciones ni en sus apetiefectos de la naturaleza. Y no sólo tos, obra temerariamente y sin saber lo que se pretende, siendo así que aun las más mínimas acciones deben hacerse con el debido orden y respeto a su fin, el cual fin, en las racionales, no es otro que el obedecer a la razón y sujetarse al derecho de la naturaleza, que es

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