Meditaciones de Marco Aurelio. Marco Aurelio
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10. De Alejandro el gramático, el no ser amigo de reprender ni de zaherir a aquellos que se les fuese o un barbarismo, o un solecismo, o una viciosa pronunciación de una sílaba, antes bien, procurase con maña sustituir aquello sólo que se debía haber proferido, o bien como quien pregunta, o bien como quien confirma, o como quien examina, no la palabra misma, sino la cosa dicha, o, por fin, como quien amonesta con disimulo de alguna otra semejante manera cortés y agradable.
11. De Frontón, el comprender perfectamente cuál suele ser la envidia, la astucia y la hipocresía propias de un tirano y, al mismo tiempo, observar que, en general, estos que entre nosotros llevan el nombre de patricios son, en cierto modo, insensibles a aquel amor que la naturaleza inspira para con las personas allegadas.
12. De Alejandro el platónico, el consejo, no sólo de no decir frecuentemente a nadie ni de escribir, sin que sea absolutamente necesario, que estoy muy ocupado, pero aun de no rehusar jamás, con el pretexto de los asuntos presentes, el cumplimiento de ninguna de aquellas obligaciones que los varios respetos de la sociedad piden de justicia.
13. De Catulo, a no despreciar las quejas de los amigos, aun cuando aconteciere que se quejen sin razón, sino que, al contrario, es bien satisfacerles y procurar reducirles a la buena armonía acostumbrada; ser cosa muy loable el que los discípulos con gusto y buena voluntad alaben a sus maestros, como es fama que lo hacían Domicio y Atenodoro; por fin, que la naturaleza exige de los padres un afecto verdadero para con los hijos.
14. De mi hermano Severo, a ser amante de la familia, de la verdad y de la justicia. Débole el haber conocido por su medio a Traseas, Helvidio, Catón, Dión y Bruto; el adquirir igualmente una idea cabal de un gobierno republicano, en que rija un derecho igual y común libertad en dar su voto, como de un reino que se proponga por objeto principal el conservar la libertad de sus vasallos. El saber vivir sin zozobra, con aprecio y aplicación constante a la filosofía, el ser amigo de favorecer a otros, ejercitando con empeño la beneficencia, el esperar siempre bien y vivir persuadido de la buena fe y correspondencia de los amigos, el no disimular por esto la poca satisfacción que de alguno de ellos tal cual vez se tuviese, el no esperar que los amigos, conjeturando, le adivinen a uno con su gusto o inclinación, sino procediendo francamente con ellos.
15. De Máximo, que debe uno ser dueño de sí mismo, sin dejarse jamás arrastrar de las ocasiones, que así en otras cualesquiera circunstancias, como en las mismas enfermedades, ha de estar uno de buen ánimo, que debe generalmente tener bien templadas y moderadas las costumbres, parte suaves y apacibles, parte graves y majestuosas, que sin quejas ni murmuraciones debe uno cumplir con las obligaciones que le están a cargo. Observé que todos creían de él, que así sentía como decía, y que cuanto obraba, todo lo hacía de buena fe y sin fin torcido.
Noté en él mismo un no admirarse jamás, no asombrarse de nada, no andar jamás apresurado, jamás perezoso, jamás perplejo, jamás en lo interior acongojado ni en lo exterior fingidamente risueño, jamás de nuevo enojado, jamás, finalmente, poseído de sospecha. Vi en él una gran inclinación a hacer bien, a perdonar fácilmente, a decir siempre la verdad, dando antes pruebas de no poder ser jamás pervertido que de necesitar alguna vez ser corregido; «y lo que me pareció cosa bien rara», que nadie tuvo jamás motivo para pensar que Máximo le despreciaba, ni que Máximo se tenía por mejor que él; por fin, que no quería ser reputado por un hombre sobradamente urbano y discreto, ni que se pagaba de cortesías.
16. De mi padre (Antonino Pío), la clemencia y mansedumbre, la constancia inalterable en las resoluciones tomadas con madurez, la indiferencia respecto a la gloria popular, mostrando hacer poco caso de las que se tienen por honras, la aplicación a las ocupaciones con gusto y sin cesar, prestándose a oír a los que quisiesen proponerle algún proyecto de pública utilidad.
El dar inexorablemente a cada cual según su merecido, el sostener sus resoluciones y desistir de ellas cuando convenía, el ser ajeno a familiaridad con los mancebos y con todos jovial y humano, dejando en plena libertad a sus amigos para que no asistiesen a sus convites ni obligándoles que le acompañasen en sus largos viajes; sin que por esto, los que por alguna precisión se hubiesen quedado dejasen de hallarle siempre el mismo.
Su aplicación exacta y constante en sus consejos y deliberaciones, no alzando mano de ellas sin una cabal averiguación ni dándose por satisfecho con una información pronta y superficial; su cuidado en conservar la correspondencia con sus amigos, no fastidiándose de unos ni apasionándose de otros con exceso; su fácil resignación en todo acontecimiento y estar siempre risueño; lo próvido que solía ser, previniendo sin ruido ni alboroto, y muy de antemano, aun las cosas de menor consideración; cuán amigo era de reprimir el aplauso y todo género de lisonja hacia su persona; cómo con suma atención miraba por las necesidades del imperio, dispensando con cuenta y razón los tesoros públicos del erario y despreciando las murmuraciones de cuantos en este particular le tachasen de poco espléndido y liberal; cómo también procuraba no ser supersticioso en el culto de los dioses ni menos intentaba granjearse el aplauso popular por medio de agasajos o lisonjas; antes bien, era en todo muy moderado y constante, sin que jamás faltase a su decoro ni fuese amigo de novedades.
El uso de los bienes que sirven de regalo a la vida, de los cuales la fortuna es la que da la abundancia, al aprovecharse de ellos, aunque sin fausto, con plena libertad. Cuando los tenía, sin rebozo los gozaba, y cuando carecía de ellos, ni aun daba señales de echarlos de menos. Que jamás ninguno dijo que fuese sofista, ni un bufón criado en palacio, ni un pedante; antes bien, era de todos tenido por un hombre maduro, de un saber consumado, enemigo de ser lisonjeado, capaz de gobernar no sólo sus propios asuntos, sino también los ajenos. Siendo inclinado a honrar a aquellos que de veras se daban a la virtud y ejercicio de la filosofía, no por eso solía dar en cara a aquellos otros que se vendían por filósofos sin serlo. En la conversación y trato familiar era afable y de un chiste moderadamente gracioso y sin fastidio ni ofensa de nadie. Diligente en el cuidado y compostura de su propio cuerpo, pero con tal moderación, que no pareciese un hombre con demasiado apego a la vida, ni dado a un adorno afectado, ni, por el contrario, enemigo de todo aseo, sino de modo que procuraba con diligencia mantenerse en un estado en que no necesitase de remedios interiores ni exteriores de la medicina. Y lo que más es, sin dar señal de envidia a los hombres excelentes en alguna facultad, por ejemplo, en la oratoria, en la jurisprudencia, en la ética o cualquiera otra semejante, dándoles la mano para que cada uno en su profesión consiguiese una suma aceptación y aplauso. Siendo en realidad observante de la disciplina antigua y de las leyes de su patria, no por esto afectaba ser tenido por tal. Tampoco gustaba de andar a menudo mudando de lugares y ocupaciones; antes bien, tenía mucho gusto en morar en unos mismos sitios y ocuparse en los mismos ejercicios. Así que le cesaban los agudos dolores de cabeza, al punto con nuevo empeño y vigor volvía a sus acostumbradas fatigas.
Rarísima vez y en poquísimas cosas tenía secretos y nunca sobre otros asuntos que en los que eran propios del Estado. Como no se gobernaba sino por las reglas sólidas de su deber, sin dejarse llevar del aura popular, guardaba una prudente moderación en lo que mira a dar espectáculo y regocijos públicos, a levantar fábricas y monumentos magníficos, a regalar al pueblo con donativos y distribuciones, y en otras cosas de esta naturaleza. No usaba a deshora del baño, no tenía pasión por edificar, no se cuidaba de manjares delicados en la comida, de nuevas modas y exquisitos colores en el vestido, no solicitaba tener entre sus pajes la flor de la más bella juventud.
La toga de Lorio que llevaba había sido trabajada en una aldea vecina, algo más abajo; comúnmente en Lanuvio, iba con solo la túnica, y en Túsculo usaba la pénula, si bien solía