26 años de esclavitud. Beatriz Carolina Peña Núñez

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26 años de esclavitud - Beatriz Carolina Peña Núñez Ciencias Humanas

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Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 37, 65, n. 84.

      26 Hussey, The Caracas Company, 58.

      27 Ramón de Basterra, Una empresa del siglo XVIII. Los navíos de la Ilustración. Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y su influencia en los destinos de América (Caracas: Imprenta Bolívar, 1925), 43.

      28 Vivas, La aventura naval, 48, 54. Por cierto, Martín de Aznares, el personaje histórico central de este bello libro de Vivas, a los quince años pertenecía a la tripulación de la fragata Santa Bárbara de la empresa vasca y había realizado dos viajes transatlánticos desde Guipúzcoa hasta la provincia de Venezuela. Esta labor lo despierta temprano a la existencia de otras maniobras no propiamente navales: “la vida marinera le ha enseñado que los tripulantes de la corporación vasca navegan sobre olas alternativas de ambigüedades legales y realidades fraudulentas”. Ibid., 47.

      29 Vivas, La aventura naval, 48, 50-51.

      30 Ibid., 53.

      31 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 151-152.

      32 Linda M. Rupert argumenta que a medida que el siglo XVIII avanzaba las personas de ascendencia africana encontraban formas de incorporarse en las conexiones establecidas por el comercio furtivo, y que estas les permitían escabullir los asignados roles tradicionales de cuerpos en venta o trabajadores manuales. Estudia la participación de los sujetos de origen africano en el comercio prohibido en sí, ya por iniciativa propia, ya obligados por sus amos o enviados por sus empleadores; pero, además, señala que “los circuitos contrabandistas abrían nuevos prospectos más allá de la esfera económica”. También menciona, entre otras tareas, la de formar parte de la tripulación de embarcaciones contrabandistas; cf. Linda M. Rupert, Creolization and Contraband. Curaçao in the Early Modern Atlantic World (Athens: University of Georgia Press, 2012), 193-194. Por mi parte, añado que, en la amplitud de la esfera laboral de los hombres caribeños negros en el siglo XVIII, habría que reconocer la de servir en las naves dedicadas al combate del tráfico prohibido. Irónica y trágicamente, estos espacios contrapuestos de acción enfrentan de forma violenta a un colectivo que busca zafarse de los roles tradicionales.

      33 Archivo General de Simancas, Leg. 404, f. 69.

      34 Basterra, Una empresa del siglo XVIII, 44.

      35 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 210-211.

      36 Vivas indica cómo, al inicio de las operaciones, la Compañía Guipuzcoana se equivocaba al asumir que los contrabandistas enfrentarían a los guardacostas con embarcaciones “de mucho porte y capacidad de fuego”. En realidad, circulaban en barcos “menores como balandras, goletas y, a lo sumo, bergantines, cuyas dimensiones y poco calado les permiten huir de los corsarios a través de las ensenadas, calas y bahías poco profundas”; cf. Vivas, La aventura naval, 51.

      37 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 62-109. Véase también Ramón Aizpurua, “El comercio curazoleño-holandés, 1700-1756”, Anuario de Estudios Bolivarianos 11 (2004): 11-88.

      38 Goslinga, The Dutch in the Caribbean, 197. Cuando en 1726, los curazoleños perdieron tres navíos por acciones de los guardacostas, la reacción de Du Faij fue de gran ira. Expresó que había que “idear medios de despejar el mar, de salvaguardar el comercio de esta gentuza, y, si fuera posible, destruirlos a todos”. Ibid., 104.

      39 Celestino Andrés Araúz Monfante, El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1984), 1:283-287; Camilo Riquer y Zamecoe, “El ilustre capitán de navío Gabriel de Mendinueta natural de la ciudad de Fuenterrabía”, Euskal Erria. Revista Bascongada 55 (1906): 303.

      40 Sourdis, “Los corsarios del rey”, 241.

      41 La actividad corsaria de Campuzano Polanco entre 1719 y 1731 lo convirtió en una figura muy importante. Participó “en veintisiete campañas distintas” en las que apresó unas “cincuenta embarcaciones extranjeras”. De estas, treinta y siete entraron en Santo Domingo y las otras en lugares como “Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Puerto Rico y la isla de Santa Cruz”. Se casó “con Melchora de Lanz y Ezpeleta, una criolla que procedía de Cartagena de Indias, hija de José Martín de Lanz y de Antonia Ezpeleta y Anaya”; cf. Ruth Torres Agudo, “Los Campusano-Polanco, una familia de la élite de la ciudad de Santo Domingo”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2007), acceso el 21 de julio de 2021, https://journals.openedition. org/nuevomundo/3240.

      42 Sourdis, “Los corsarios del rey”, 247-248. El viaje a contracorriente, por supuesto, era posible, pero se evitaba. Cuando el gobernador de la provincia de Venezuela, Sebastián García de la Torre, ordenó en 1731 el cierre del puerto de Coro para impedir el comercio ilícito, el cabildo protestó con acritud. Una de las razones que expuso de la oposición a esta medida fue la de que el traslado de los vecinos corianos a La Guaira para comerciar en este puerto “se hacía contra los vientos y corrientes”; cf. Arauz, El contrabando holandés, 2:26.

      43 Rodolfo Segovia, “Esclavitud y composición étnica de Cartagena de Indias”, Boletín Cultural y Bibliográfico 44, n.º 75 (2007): 46.

      44 Como hizo su predecesor, Salas restringió el comercio en la ciudad y les impuso impuestos exorbitantes a los pequeños comerciantes, para facilitar sus propios negocios ilegales. Además, adquirió autorización de la Corona para perdonar a contrabandistas arrestados, poder que empleó a su conveniencia y antojo, al igual que para fingir que los refrenaba hizo de los contrabandistas de poca monta sus chivos expiatorios; cf. Grahn, The Political Economy of Smuggling, 115-117.

      45 En estas circunstancias, debía ser nulo el incentivo oficial de incrementar y apoyar la labor de salvaguarda de las costas, fuera a través del estado o de particulares, porque estas labores irían en contra de sus propios intereses. De la ausencia en los archivos de patentes de corso expedidas por los gobernadores de Cartagena, aunada a pruebas de que los agentes gubernamentales, con intenciones viciadas, antagonizaban a los corsarios durante el proceso de determinación de la legitimidad de las presas, Sourdis deduce “el ningún deseo de los funcionarios oficiales de fomentar el corso a pesar de las múltiples exhortaciones del monarca al respecto”; cf. Sourdis, “Los corsarios del rey”, 242-243.

      46 Nicolás del Castillo Mathieu, Los gobernadores de Cartagena de Indias (1504-1810) (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1998), 92.

      47 J. R. Pole, “Some Problems of a Colonial Attorney-General in a Multi-Cultural Society”, en Gestchichte und Recht Festschrift für Gerald Stouzh zum 70. Geburstag, ed. por Herausgegeben von Thomas Angerer, Birgitta Bader-Zaar y Margarete Grandner (Viena: Böhlau, 1999), 301.

      48 Roberto Palacios, “Venezuela y Curazao. Bosquejo histórico (Curazao, puente entre el mundo neerlandés-europeo y el mundo venezolano-latinoamericano)”, en Curazao y Venezuela. Unidas por el Caribe (Willemstad: Bancaribe Curaçao Bank, 2010), 137.

      49 Hussey, The Caracas Company, 29; Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 42. Para la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, Curazao fue una base estratégica en varias actividades, entre estas, el importante comercio de la sal (extraída de las salinas venezolanas),

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