26 años de esclavitud. Beatriz Carolina Peña Núñez

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 26 años de esclavitud - Beatriz Carolina Peña Núñez страница 13

26 años de esclavitud - Beatriz Carolina Peña Núñez Ciencias Humanas

Скачать книгу

el primero y resurgir para el segundo”.63

image

       Figura 7. Joseph Santos Cabrera, Mapa Topographico de la Provincia de Venezvela alias Caracas, con parte del Nvebo Reino de Granada Probincia de Maracaibo y Cvmana. Lebantado por Joseph Santos Cabrera, y correxido de mvcho del qve delineó para Dn Joseph de Itturriaga, mediados del siglo XVIII. En la parte inferior derecha, se observa la “Costa de Coro”, y en ella sobresale la península de Paraguaná; a la izquierda de esta, desde la perspectiva del observador, se encuentra la isla de Curazao

      Fuente: Archivo General de Madrid, Cartografía, 033/361/362, Instituto de Historia Militar y Cultural de Madrid.

      El incidente de Juan Miranda indica que los curazoleños estaban preparados para devolver la animosidad. Ciertamente, organizaron acometidas de mar y de tierra tanto para vengarse como para recobrar las pérdidas. Por ejemplo, el 30 de marzo de 1731, en represalia por la pérdida de tres balandras de Curazao, dos embarcaciones holandesas penetraron en la bahía de Jayana y se apoderaron del navío corsario Santa Cruz, de José Campuzano Polanco. Continuando el ataque, se dirigieron en dirección sur hasta Punta Cardón, donde invadieron el hato El Cardón, propiedad de Esteban de Oyarvide, alcalde de Coro. Allí tomaron treinta ovejas, ciento cincuenta cabras y mataron las bestias que huyeron hacia el monte. Carlos González Batista, quien recuperó del Registro Principal de Coro los documentos sobre esta ofensiva, comenta que los hechos prueban tanto “la buena información que en la misma Curazao se obtenía de tierra firme” como “la intensidad del comercio ilegal, que no solo defendía sus más discutibles derechos, sino que inclusive tomaba con frecuencia un cariz beligerante y agresivo”.64

      Si bien el litoral venezolano, en general, era provincia del contrabando, las costas de Coro, hoy en el estado Falcón, eran puntos de gran actividad en los negocios fraudulentos.65 Los guardacostas y corsarios frecuentaban sus aguas por la alta probabilidad de conseguir presas en el área. Defensa costeña aparte, el corso era un negocio muy lucrativo, además de peligroso y sangriento; por esto, merodear las zonas donde la presencia de barcos extranjeros estaba garantizada era una estrategia astuta y práctica. Se cuenta que un reportero le preguntó una vez al genial ladrón neoyorquino Willie Sutton que por qué robaba bancos, a lo que el famoso bandido replicó con llaneza que porque allí era donde estaba el dinero. ¿Por qué el María Luisa contorneaba las costas de Coro? Porque ahí abundaban las naves contrabandistas. Para el cazador marítimo, la presa estaba asegurada en las aguas corianas. Otra certeza era que, al someter las incautaciones al proceso legal requerido por las regulaciones del corso, los lugares de apresamiento se consideraban causales de contrabando.66

      Por otro lado, la actuación del María Luisa en las aguas de Coro debió de enfurecer con creces a los poderes curazoleños, porque, añadida a las pérdidas, reconocieron en aquella una estrategia sucia. Recordemos que, según la instancia de Juan Miranda, los españoles apresaron las naos, dos holandesas y una francesa, y las mercancías en tanto que despacharon en lanchas de remos a los detenidos. Se sabía que capturar las naves, pero dejar marchar a la tripulación culpable, no se traducía en un acto de generosidad, sino en un truco del barco atacante para lograr que, sin los consabidos, complejos y prolongados juicios,67 la presa se declarara válida casi de inmediato. Si existía alguna posibilidad legal para los afectados de reclamar la restitución de cargas y buques decomisados, esta se iba a la borda, pues la artimaña era difícil de probar como tal. También era sabido que los extranjeros a punto de ser capturados in fraganti, conscientes de las penas inmisericordes a las que se les podía someter si se les aprisionaba, muchas veces abandonaban barco y mercancía. Esta salida facilitaba, doblemente, la faena de los corsarios porque no recibían resistencia ni se trababan en confrontación armada mientras se aseguraban la presa ante las autoridades hispánicas. Otra verdad relevante es que la huida se considera, en general, una admisión tácita de culpabilidad. Conscientes de estas realidades, según un estudio excelente de Gerardo Vivas Pineda, los corsarios de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, por ejemplo, hicieron de las fugas ficticias, en mar y en tierra, una práctica común en el siglo XVIII: “el servicio de guardacostas, conjuntamente con los agentes de vigilancia en las cárceles y en toda la costa, obtenían con las fugas la mejor justificación para merecer parte del botín y recrudecer las medidas represivas, asegurándose [de] que los intérlopes volverían, y cerrando así el círculo del corso como negocio”.68 A frustrar la picaresca corsaria de los hispanos, salieron tras el María Luisa los neerlandeses y sus aliados69 desde Curazao, con la fortuna para estos y el infortunio para aquellos, de que ubicaron el María Luisa con los navíos apresados y se enseñorearon del conjunto.

      La bibliografía pertinente más exhaustiva, basada en los documentos de archivo del siglo XVIII, me refiero a los trabajos admirables de Roland Dennis Hussey, Celestino Andrés Arauz Monfante, Ramón Aizpurua y Gerardo Vivas Pineda, no menciona el María Luisa en la actividad corsaria española. Surge, no obstante, un barco con el mismo nombre entre las naves de una corporación curazoleña titulada Company of Armaments for War, según la identifica Hussey en su libro en inglés,70 y luego citan otros historiadores.71 El académico estadounidense comenta algunos de los ataques violentos de la flota hostil de la Compañía de Armamentos de Guerra; Arauz Monfante profundiza en otros aspectos de ella y brinda más detalles sobre la materia. El gobernador Juan Pedro van Collen formó la empresa en 1736 a fin de reprimir el corso hispánico y, en especial, el de la Compañía Guipuzcoana, “llevar a cabo el contrabando forzado a gran escala,72 e incursar en los dominios hispanos en acciones de saqueo y represalia”. Su existencia sale a la luz en uno de los “autos sobre las hostilidades de los holandeses en Cumaná, preparados por el gobernador Carlos Sucre en junio de 1737”. La entidad estaba dotada de cuatro navíos: María Luisa, El Brasol, Santa Ana y El corsario de Curazao, bajo el mando de Gabriel Lix Raben.73 Dado el año de arranque de este cuerpo marítimo de combate, es de alta probabilidad que el María Luisa, conservando aun el nombre castellano para mayor bochorno del enemigo, sea el barco donde iba Miranda, y que, al capturarlo, se haya reservado para lanzarlo contra las mismas fuerzas hispánicas que antes lo emplearon contra los holandeses.74 Ya se ha visto cómo la Compañía Guipuzcoana hacía lo propio con los barcos que les arrebataban a los contrarios.75

      Finalmente, ¿cuándo arribó Juan Miranda a Nueva York? El único documento sobreviviente que ofrece una fecha aproximada es la declaración jurada de Sarah van Ranst. La viuda depone que “en el año 1734, en vida de su esposo, un capitán Axon arribó al puerto de Nueva York y trajo consigo un cierto hombre mulato, llamado John”.76 Una evidencia que apunta a la exactitud de este dato es que Herman Winkler, el individuo que le requirió Miranda a Axon, sacó del barco al adolescente y se lo entregó a Peter van Ranst, murió en Nueva York, el 21 de marzo de 1735, a los cuarenta y seis años, según notifica el New-York Weekly Journal del 24 de marzo de 1735. Winkler, ciudadano neerlandés y luego británico,77 nació en las Indias Orientales, informa este mismo ejemplar, y les sirvió a los Estados Generales de los Países Bajos en varios puestos en Surinam y Curazao. El punto por resaltar es que la fecha del deceso de Winkler asegura que sus negociaciones del joven cartagenero con William Axon y luego con Peter van Ranst debieron suceder en 1734 o, menos seguro, si su fallecimiento fue súbito y no el producto de una enfermedad, en el primer trimestre de 1735.

      Una tercera evidencia que apunta hacia 1734 como el año de arribo de Miranda a la urbe procede de los registros de los barcos en la Aduana de Nueva York, publicados, como secciones fijas, con el título “Custom House New-York”, en el New-York Gazette (el primer periódico que se publicó en la provincia de Nueva York de 1725 a 1744)

Скачать книгу